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Columna
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Vergüenza

"En Europa sólo hay sitio para una religión", dice en el vídeo electoral un clérigo islámico. El mensaje es inequívoco y el personaje también. No hay intención subliminal ni confusión posible. Junto a homófobos y nazis (aún peor: junto a liberales), el vídeo muestra a un clérigo islámico pronunciando la frase. Su media sonrisa es enfermiza, envenenada. Atenaza entre sus manos un libro: hay que suponer que es el Corán.

Se extiende el escándalo. Marea de denuncias, alud de manifiestos, oleada de concentraciones solidarias. ¿Quién es responsable de difundir tan burdos estereotipos? En el partido nadie da crédito a lo ocurrido: es el mayor escándalo de los últimos años. Se abre una investigación interna, pero no hay tiempo para teorizar sobre criminalización de minorías, demonización de colectivos o deconstrucción de identidades ajenas al poder constituido (cuestiones que sí airean, en la calle, antirracistas, antifascistas y organizaciones de inmigrantes), sino algo más urgente: ¿qué imbécil aprobó el vídeo electoral?

El partido improvisa una campaña de rectificación. El ministro de Interior hace un alto en su persecución de terroristas islámicos y convoca una rueda de prensa. No se puede tolerar, declara, un mensaje que despierta la islamofobia y difunde la perversa idea de que los musulmanes mantienen ideas excluyentes. Otra aportación valiosa surge de la organización de cristianos que ha montado el partido. Mansurrones, santurrones y fidelísimos seguidores de la línea oficial del aparato, se incorporan como un solo hombre a las declaraciones del líder. Publican un manifiesto de "solidaridad con nuestros hermanos musulmanes", aunque el manifiesto pronto cambia de título. "Hermanos musulmanes" es incómodo, al menos si en vez de propaganda uno frecuenta la prensa diaria y recuerda alguna secta de fanáticos. Los cristianos del partido apuntalan el argumento con una penitencial referencia a las cruzadas y al papado. De algún modo acrobático, consiguen incorporar los términos "Guantánamo", "Bush", "Ratzinger", "Hitler" (alguien borra "Hitler", en la segunda edición del documento), "Estado de Israel" y "muro de la vergüenza".

El secretario general despliega una intensa actividad. Promete mezquitas, menús especiales en cárceles y escuelas, observancia religiosa en tanatorios y mataderos. Organizaciones antirracistas hacen su agosto con subvenciones añadidas (que no paga el partido, sino los contribuyentes). Y una cascada de dimisiones sanea la maquinaria electoral: publicitarios marcados, creativos despedidos y aparateros cuya carrera ha terminado. El ministro de Interior regresa a la lucha contra el terrorismo islámico. No obstante, el responsable de la campaña sale indemne del asunto: consigue demostrar que, cuando dio su aprobación al guión definitivo, la frasecita de marras la soltaba un obispo.

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