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Columna
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Más alla de la duda

Para quienes tenemos serias razones para dudar de las honestidades sucesivas de Rafael Blasco en su al parecer interminable vocación de servicio público (desde cuando reunía a medio centenar de buscabullas puerilmente maoístas bajo un puente del Turia para grabar en vídeo una supuesta manifestación antifranquista cuyo montaje se mandaba al pobre Álvarez del Vayo en París para demostrar la exitosa firmeza de su lucha -y aquí no puedo dejar de mencionar el delirio de uno de los suyos, escultor por más señas, que aseguraba sin inmutarse que la entonces princesa Beatriz de Holanda recorría los callejones de Amsterdam en bicicleta provista de un espray con el que embadurnaba las paredes con un entusiástico ¡Viva el FRAP!-, hasta que se distrajo una temporada con los socialistas, con el resultado de todos conocido, antes de ofrecer sus ya dudosos servicios al gran Eduardo Zaplana); para quienes hemos asistido a todo eso sin dejar de pestañear, prisioneros todavía de un muy honesto asombro, nos han sorprendido gratamente las respuestas que el ahora consejero de Inmigración y Ciudadanía proporciona a Josep Torrent en una impagable entrevista publicada el domingo pasado en estas páginas. Se trata de unas respuestas sin desperdicio, aunque producen la impresión de que el consejero no se encuentra en su mejor forma. De ahí que alardee de una severidad un tanto chunga y recurra una y otra vez a una estrafalaria versión conspirativa de esta temible historia.

Si alguien duda de la ejemplaridad de la trayectoria política del señor Blasco no habrá de ser sospechoso por ello de ninguna conducta miserable, por lo mismo que dudar de la honorabilidad de Francisco Camps tampoco merece semejante apelativo. Sí lo merece, en cambio, el señor Blasco cuando confunde la indagación judicial sobre conductas políticas del presidente con un complot político-mediático para deteriorar la imagen de la Generalitat valenciana. Esa sí es una interpretación torticera, donde la inteligencia pierde el norte para empastar un burdo y furioso contraataque. Los tribunales dirán lo que tengan que decir, pero mientras tanto hay motivos sobrados para imputar a personas sobre las que recaen indicios de conducta delictiva. Identificar al titular efímero de una institución con la institución misma es un cutre truco de muy escaso recorrido. Y asegurar una y otra vez que al final se sabrá que no hay nada de nada transmite más bien la impresión de que se va a hacer todo lo posible por entorpecer la acción de la justicia en lugar de la convicción íntima de que nada hay que investigar, incluso podría sugerir la decisión de presionar de tal modo que al final no quede otra salida que el sobreseimiento. Aunque así ocurriera, ningún motivo hay ahí para sentirse orgulloso ni creerse honesto fuera de toda duda.

Francisco Camps lo tiene claro, y enciende una vela a Dios y otra al Diablo. Todo irá bien si Dios quiere, y dicen lo que dicen porque no nos quieren y no desean que esta comunidad funcione. Esa apreciación ¿no es miserable, impropia de un estadista aunque no se encuentre en su mejor momento? Más allá de impresiones subjetivas y de apelaciones a supuestas conspiraciones, ¿mentía Camps al asegurar que no conocía de nada a El Bigotes o miente a ese curioso personaje al decirle que le quiere un huevo? No es la única mentirijilla conspirativa. ¿Puede mentir (en eso o en lo que sea, porque hay mucho más) el presidente de la primera institución valenciana sin contaminarla? ¿Puede seguir como presidente un mentiroso? Porque se trata de eso, no de las cutres argucias de uno de sus más emprendedores consejeros.

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