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Columna
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Patafísica

Cincuenta años después de su temprana y predecible muerte, la editorial Gallimard, orgullo de las letras francesas, publicará por fin la obra novelística completa de Boris Vian, extravagante y poliédrico escritor, ingeniero y músico, marginado durante décadas en el limbo que reservan las gentes de orden y respeto y sus editoriales a los autores desordenados e irrespetuosos, fallecidos antes de que sus excentricidades adquiriesen la pátina de respetabilidad que sólo otorgan los años y el fervor salvaje de sus lectores.

Gallimard, que en su día se negó a acoger entre sus dorados muros de papel la obra insolente y provocadora de Vian, ha tardado medio siglo en rectificar. Rectificar no es de sabios, sino de necios cuando se tarda tanto en hacerlo y la rectificación se realiza con pompa, boato y afán de lucro. Si el finado Boris levantara la cabeza los editores de Gallimard y de su excelsa colección La Pléiade tendrían que poner a buen recaudo las suyas.

A la Comunidad le gustan los 'rankings' cuando muestran la excelencia de la educación privada

Entre las múltiples y refulgentes facetas de ese diamante bruto que era Boris Vian, encuentro una que resalta su vigencia en estos días y en esta ciudad de nuestros pecados y sus desaguisados, su meritoria labor como sátrapa y responsable de la Subcomisión de Soluciones Imaginarias del Colegio Patafísico. La Patafísica, lo que está alrededor de lo que está más allá de la física, fue una feliz invención del doctor Faustroll y de su padre literario Alfred Jarry, y su flamante Colegio se proclamó como una "sociedad de investigaciones eruditas e inútiles"; escuela que cuenta en la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid con ilustres colegiales, expertos en aportar soluciones imaginarias e inútiles a problemas reales.

No hay que ir muy lejos, sólo asomarse a las páginas de este periódico, para toparse con estas soluciones patafísicas: para mejorar el medio ambiente de Madrid, la concejal del ramo, Ana Botella, ha decidido eliminar la mayor parte de las estaciones que miden la pureza del aire ciudadano, las nuevas estaciones proyectadas abandonarán el centro urbano y se instalarán en zonas menos contaminadas, tal vez en el Retiro o en la Casa de Campo. Respiraremos igual, pero las cifras mejorarán muchísimo y la alarma social descenderá considerablemente.

Otro invento patafísico de estas fechas corre a cargo de la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid que premiará con estrellas, hasta siete como las de su bandera, a los mejores institutos de la región, un acicate que se supone irresistible para motivar a profesores desmotivados y alumnos indómitos que competirán por un premio de 15.000 euros que por supuesto no se repartirán entre profesorado y alumnado. A la Comunidad de Madrid, le gustan los rankings y las listas de éxitos, sobre todo cuando le sirven para demostrar la excelencia de la educación privada y concertada sobre la pública, refugio de inmigrantes inadaptados y pobres de solemnidad que no puedan pagar las cuotas voluntarias por usar la pista de padle o la piscina. Patafísico es también el conflicto entre los vecinos del barrio de la Estrella que se oponen a la construcción de una pasarela que enlazaría su urbanización con El Ruedo y La Herradura, dos edificios de realojo del otro lado de la M-30. "No queremos que vengan al parque a vender drogas", dicen los de la Estrella, prefieren que sus hijos tengan que dar un rodeo para ir a comprarla, aunque el menudeo de droga haya disminuido sensiblemente en El Ruedo desde que los patriarcas gitanos expulsaron a los traficantes y les mandaron al infame vertedero de La Cañada.

La pasarela propuesta por la concejal de Obras Públicas del Ayuntamiento no tiene como objeto integrar a unos y otros vecinos, no es una iniciativa solidaria sino doblemente patafísica, una solución imaginaria para un problema imaginario. A no ser que, como sospechan algunos de sus habitantes, la construcción del puente sirva para beneficiar a un nuevo centro comercial de la zona. En tal caso no sería patafísica sino pura desfachatez.

El desertor, la canción pacifista y antimilitarista más famosa de todos los tiempos, escrita, y a menudo interpretada, por Vian, me viene a la memoria también en relación con la gripe pregonada por los ilustres doctores patafísicos de la OMS y contraída por un grupo de militares del acuartelamiento madrileño de Hoyo de Manzanares que en plena pandemia, mal de todos y consuelo de empresas farmacéuticas, habían recibido la visita de los alumnos de un colegio. Visita cultural, pedagógica y sin duda patafísica como el oficio de las armas.

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