Unas relaciones viciadas de origen
La brecha abierta por Rojo y Rabanera en 2003 aumentó con la mala química entre Prieto y Alonso, y ha envenenado al extremo la relación PSE-PP en Álava
El enredo alavés, que puede terminar desesperando tanto a Patxi López como a Antonio Basagoiti, tiene cuatro protagonistas actuales. Son los máximos resposables de los dos partidos, Txarli Prieto y Alfonso Alonso; el sucesor del último en la alcaldía de Vitoria y actual primer edil socialista, Patxi Lazcoz, y el jefe de filas del PP en el Ayuntamiento, Javier Maroto. Pero también hay otros dos, los ex jefes de ambas formaciones en la provincia, Ramón Rabanera y Javier Rojo, ahora apartados ambos del conflicto en sus destinos del Senado, pero con mucho que ver en su origen.
Las envenenadas relaciones entre el PP y el PSE en Álava datan, en lo inmediato, de 2003, bajo el mando de los dos últimos. Lo reconocen abiertamente ambas partes y las dos hacen votos también por mejorarlas y anclarlas en el respeto y la no agresión, por el bien de sus organizaciones y la relacion entre ellas en Euskadi. Pero el resultado es aún incierto. El voto que Javier Rojo, obligado por Zapatero, tuvo que dar ese año a desgana a Ramón Rabanera para salvar su segunda investidura está en el origen del imparable deterioro.
La negociación conducida de modo unipersonal por Txarli Prieto en 2007, que acabó con la Diputación en manos de la tercera fuerza politica, el PNV, fue la gota que colmó el vaso para el PP, que había ganado por la mínima las elecciones, con Javier de Andrés como candidato. Éste permanece en un discreto y prudente segundo plano ante las últimas hostilidades.
El secretario general del PSE alavés y el presidente provincial del PP, Alfonso Alonso, cuya química nunca fue buena, no se han hablado prácticamente desde hace dos años, salvo muy puntualmente o para cuestiones tan inesquivables como el comunicado de condena por el asesinato de Manuel Piñuel. el pasado año en Legutiano.
La brecha se abrió inicialmente entre Rojo y Rabanera, después de que el primero respaldara, sin participar en los gobiernos, la gobernabilidad del PP en la Diputación y el Ayuntamiento de Vitoria, con Rabanera como diputado general y Alonso como alcalde. Transcurrido ese mandato, Rojo quiso en 2003 convertir su apoyo externo en un reparto de ambas instituciones entre los dos partidos. El hoy presidente del Senado ha relatado siempre que Rabanera aceptó ceder una de ellas, y siempre se sobreentendió que sería el Ayuntamiento de la capital, si entre ambos partidos reunían fuerza suficiente para sostenerse mutuamente. "Si sumamos, ¿repartimos?", cuenta Rojo que le preguntó a Rabanera al término de una comida. Rabanera asintió, según esa versión de Rojo, y, según la suya propia, nunca se comprometió a tal cosa. El PSE invistió a Rabanera, que no había ganado las elecciones, y Alonso volvió a ser alcalde, pero los socialistas iniciaron una guerra sin cuartel que sumió la gobernabilidad de ambos mandatarios en un sometimiento permanente que el PP nunca ha perdonado. Lo mismo ha hecho el PSE con la ruptura de la promesa reclamada por Rojo.
El relevo de ambos protagonistas iniciales no arregló las cosas. El sucesor de Rojo, Txarli Prieto, continuó la misma política cuando el primero se fue al Senado en 2004. Rabanera cedió también el testigo a Alfonso Alonso después, pero entre los nuevos interlocutores ha ocurrido de todo, y nada bueno. Si Rabanera había padecido a Prieto en la Diputación, Alonso lo había hecho en el Ayuntamiento como alcalde, a través de la política implacable que ejecutaba Patxi Lazcoz. El encono creció tanto que acabó en los tribunales y aún colea.
Con Lazcoz ahora como alcalde, su predecesor, Alonso, en la jefatura provincial del PP, y su sustituto en el Ayuntamiento, Javier Maroto, practicando ahora el mismo implacable marcaje de que antes fueron objeto él y su jefe, el círculo vicioso está cerrado. Todos tienen la orden, emanada de las alturas de ambos partidos, de reconducir las relaciones. La pregunta es si la política, que hace posibles tantas cosas, conseguirá que los mismos interlocutores que llevan seis años saboteándose mutuamente se coloquen en las coordenadas de entendimiento que exigiría el relevo del PNV en la Diputación.
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