La mujer que vende la 'marca Obama'
Desirée Rogers es la encargada de gestionar la vida social de la Casa Blanca
Dice de sí misma que es "los ojos y los oídos" de Michelle Obama, a quien conoció hace más de 20 años a través de su ahora ex marido, John Rogers. Y le rechinan los dientes cuando alguien la define como "la mujer que organiza las fiestas". Bueno, que organiza las fiestas es seguro. Que las organiza bien también se ajusta a la realidad. Pero que ella considera que su trabajo va más allá de elegir el color de las flores, decidir si para postre hay tarta de chocolate o tiramisú o qué banda tocará en la cena de los gobernadores también es un hecho declarado por la propia Desirée Glapion Rogers, que mantiene el apellido de casada.
La secretaria social de la Casa Blanca pretende algo más que dar buenas cenas. Su misión es convertir la presidencia de Obama en un producto más conocido que la Coca-Cola. Y, según su opinión, hay posibilidades: "Tenemos la mejor marca que existe sobre la tierra: la marca Obama". Dicho esto, Rogers puso la mercancía a trabajar bajo la premisa deseada por los Obama: abrir la Casa Blanca al público, convertir la residencia presidencial en "la casa de todos los americanos".
A punto de cumplir los 50, estudió en Harvard y es íntima de la primera dama
Así, el número 1.600 de la avenida de Pensilvania tiene más vida que nunca -estuvo casi muerto durante las épocas de Bush-; está más a la moda que cuando la ocuparon los Reagan; es más multicultural que bajo los Clinton, y mucho más accesible que durante el reinado de los Kennedy. Y todo gracias al buen hacer de esta mujer de negocios con un posgrado en Harvard, de quien la revista Vogue dijo en 2004 que era la prueba viviente de que "lo chic y lo ejecutivo podían coexistir en paz".
Maravillosa, accesible, inteligente, divertida, cercana... Piensen cualquier adjetivo en la misma línea y todos encajan con Desirée Rogers, según sus amigos, desde íntimos a casuales. Casuales como aquellos que quedaron encantados con sus artes tras la organización de la cena de los gobernadores, cuando algunos de los hombres más serios del país acabaron formando una fila y bailando a ritmo de conga al compás de la banda de Chicago Earth, Wind & Fire (si Martha Washington levantara la cabeza...). "Así de cómoda se siente la gente en los eventos organizados por Desirée", relata Valerie Jarret, consejera de la Casa Blanca e íntima amiga de los Obama. "Y no hay que olvidar que cuando te has agarrado a la cintura de alguien y bailado la conga la noche anterior, es muy difícil discutir políticamente al día siguiente".
Así es Rogers. Acerca a la gente e intenta que la Casa Blanca sea un hogar americano más. Por eso tiñó de verde la fuente de su jardín el día de San Patricio. Por eso habilitó una habitación llena de consolas Nintendo Wii para niños el día de la fiesta de celebración de la Super Bowl. Por eso -y por primera vez- hizo asequibles a todos la tradicional búsqueda de los huevos de Pascua en los jardines de la Casa Blanca al colocar las entradas en Internet y no obligar a tener que recogerlas en la residencia presidencial, lo que limitaba las posibilidades a muchos. Y por eso, y aunque desde el gabinete de prensa insistan en negarlo, Desirée Rogers puso a la primera dama a cavar un huerto orgánico en la morada del hombre más poderoso del planeta al día siguiente de que se supiese que los ejecutivos de empresas en quiebra, que habían dejado en la calle a millones de personas y se habían comido los ahorros de otros tantos, recibían unos sustanciosos bonos con dinero de los contribuyentes, para gran bronca del ciudadano de a pie. Pero allí estaba Michelle Obama plantando sus tomates, como una granjera de Kansas.
Por muchos años que haya vivido en Chicago, su acento la traiciona. Nacida en Nueva Orleans (Luisiana), Desirée Glapion Rogers tuvo por abuela paterna a Marie Laveau Glapion, creole y sacerdotisa vudú, y como abuela materna a Marie Smith, conocida como Big Mama, de la que heredó su estilo y de quien dicen que se vestía para ir los domingos a la iglesia con los colores más brillantes que podía encontrar y los sombreros más espectaculares.
Rogers cumplirá 50 años el mes que viene -es superviviente de un cáncer de mama que en 2003 la hizo pasar varias veces por el quirófano-, pero los que trabajan con ella, bien porque es la jefa y el cumplido parece obligado, bien porque de verdad lo creen, dicen que "aparenta diez menos". El caso es que Lady Luck, como algunos periodistas se han referido a ella tras su paso por la dirección de las apuestas estatales de la Lotería de Illinois antes de aterrizar en la Casa Blanca, mantiene la misma sonrisa fresca y pícara que cuando fue por dos años consecutivos reina de la carroza zulú en el famoso Mardi Gras (carnaval) de Nueva Orleans.
Pero la sonrisa se le tuerce con la sola mención al Camelot negro del que a veces hablan las revistas de papel cuché -los Obama evocan a John y Jacqueline Kennedy y Camelot como una época tocada por una mística felicidad donde todo parecía posible-. "Esta presidencia ni duplica ni copia", asegura Rogers. "Los Obama tienen su propio estilo". Ahí está Desirée Rogers para demostrarlo.
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