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Tribuna
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Valencia no fue Paris

Toda sociedad tiene sus mitos. Son, como apuntara Italo Calvino, esa parte oculta e inexplorada de la historia colectiva, alimentada tanto por los silencios como por las grandes declaraciones sobre lo que hoy, algunos, denominan el imaginario colectivo. También los tiene, por tanto, la sociedad valenciana. A pesar de su desvertebración y aunque la mitología local y sus subdivisiones superen a la compartida por todos los valencianos. Por otro lado, resulta obvio que el que cada generación, en relación estrecha aunque no directa con los postulados políticos mayoritarios, construye su propia historia, y con ella, sus propios mitos. Ya lo escribió Moreno Fraginals en aquel apasionado La historia como arma que muchos leyeron como una confirmación en la sociedad valenciana de que esa reconstrucción era sólo posible en una dirección. Nada más lejos de la realidad y tras tantos años de hegemonía conservadora, nada más natural que los valencianos, unos más que otros para qué negarlo, estemos dedicados a esa tarea. La Exposición Regional de 1909, cuyo centenario se cumplirá hoy, es según todos los indicios uno de los elementos destacados de esa reconstrucción en marcha.

Cada generación construye su propia historia, y con ella, sus propios mitos

El problema surge cuando los mitos superan unos límites, cuando la reconstrucción del pasado lo reinventa en lugar de reconstruirlo. Entonces el esfuerzo lo transforma en increíble. Es un rasgo que amenaza, a cada paso con más rotundidad, a bastante de lo que llevo leído sobre la sociedad valenciana de comienzos del siglo XX, y de la Exposición Regional en concreto. Hasta el extremo de que parece que algunos profesionales pretendan una contraposición implícita entre un pasado glorioso y un plomizo presente que la investigación no corrobora.

No se trata de negar la importancia de la Exposición Regional de 1909. Aún con su dosis de victimismo, divisiones y polémicas, (casi antropologizables en la política valenciana), el evento supuso un impulso para la expansión urbana y un momento de cohesión, fugaz como todos, de las elites del turnismo. Es, por tanto, un hecho relevante para la historia de la ciudad de Valencia. Sin embargo, fuera de sus confines, su eco fue modesto a pesar de los varios congresos celebrados en paralelo, o del intento de amplificar su impacto en 1910 con una versión "Nacional". Puede defenderse que económica y políticamente fue un acto casi irrelevante dentro del dinámico contexto internacional en el que se inserta: el de la primera etapa de la globalización con las grandes exposiciones universales, impulsoras del cosmopolitismo, como uno de sus emblemas.

Dentro del mapa de la nueva ciudadanía europea inaugurado en Londres en 1851 y que tuvo en las Exposiciones Universales de Paris en 1889 y 1900 su momento culminante (en este terreno), la Exposición Regional Valenciana de 1909 fue un evento modesto. Basta una lectura de la descripción tanto de la Exposición como de la ciudad que recoge su catálogo, accesible en red en la Biblioteca Valenciana, para obtener tal conclusión. No hace falta compararla con las de Londres o Paris, sino ni siquiera con la Galerie des Machines de ésta.

Todo ello, por otro lado, no debiera sorprender. Es acorde con el nivel de desarrollo económico y social valenciano de entonces. Incluso dentro de España, atrasada en términos europeos, la Comunidad Valenciana no destaca. No lo hace hoy, a punto de constatar en silencio cómo su industria se convierte en irrelevante, y no lo hacía entonces. Las cifras de producto por habitante de aquellos años están sujetas a debate. No así las que intervienen en el cálculo del Índice Físico de Calidad de Vida (IFCV) basado en la esperanza de vida, la alfabetización y la mortalidad infantil. En él la actual Comunidad Valenciana, según una investigación de Domínguez y Guijarro, ocupaba en 1900 un discreto duodécimo lugar dentro de la réplica territorial de las actuales 17 comunidades autónomas. Valencia, por su parte, se situaba por debajo de la media provincial y también alejada de la cabeza. Puede tener interés recordar todo lo anterior ante una realidad económica, pero también política y social, sobrada de mitos y autohalagos y carente de análisis rigurosos. Porque la realidad de hoy sólo será posible modificarla, o reconstruir la de 1909, partiendo de su conocimiento y no aferrándose a los mitos o inventando otros nuevos. No se olvide que, como afirmara J. F. Kennedy, "a menudo el gran enemigo de la verdad no es la mentira -deliberada, deshonesta y obvia-, sino el mito, siempre persistente, persuasivo e irrealista".

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Jordi Palafox es catedrático de Historia e Instituciones Económicas en la Universitat de València.

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