Cambio de modelo
Desde que terminó el pomposamente llamado debate del estado de la nación, dos ideas han vuelto a las portadas de los medios de comunicación: pacto y cambio de modelo. El propio presidente anunció el domingo un futuro pacto para un cambio de modelo con patronal, sindicatos y autonomías, del que se desconoce, hasta el momento, cualquier negociación previa entre las partes. Sin embargo, no hubo en el debate parlamentario ninguna señal que hiciera pensar en una voluntad de acuerdo entre Gobierno y oposición para salir de la crisis. Y menos en términos de cambio de modelo. Rajoy no se ha movido un milímetro de las recetas de la ortodoxia económica, de las que hoy estamos pagando los costes. A veces, oyéndolo, parece como si no hubiese pasado nada: su receta para la crisis es mantener, y aun acentuar, las mismas políticas que la provocaron.
Un cambio de modelo económico es un proceso complejo, que desde el Gobierno a lo sumo se puede empujar o acompañar
Desde los primeros síntomas que anunciaron la envergadura de la crisis hubo voces que hablaron de pacto, siempre con los mitificados acuerdos de La Moncloa como punto melancólico de referencia. Cuando las cosas van mal, la primera tentación es juntarse: porque parece que sumar esfuerzos quita miedos y siembra confianza, y porque compartir soluciones es un modo de compartir riesgos y eludir responsabilidades. Este país ha tendido a mitificar los pactos y los consensos que ayudaron a trampear los obstáculos de la transición. En realidad, los pactos y los consensos son factibles cuando hay un proyecto o una idea que se impone en el escenario político-social, de modo que es muy costoso para los demás actores sociales rechazarlo o quedarse al margen.
En este caso, el pacto sería para un cambio de modelo. El modelo que se supone que habría que cambiar se articula sobre tres piezas: crecimiento, consumo y productividad. Ha habido, por lo menos hasta ahora, una especie de consenso ideológico -ha sido el pensamiento hegemónico en los últimos 20 años- en el que el crecimiento era bueno en sí mismo, sin que tuviera sentido preguntarse para qué; el consumo era virtuoso -y exigible a los ciudadanos, conforme a la invitación patriótica a consumir que nos hizo recientemente el Gobierno; y la competitividad (y la productividad, su fundamento), el horizonte indiscutido en función del cual se proponen todas las reformas. Un cambio de modelo significa, por tanto, afrontar cambios de fondo en las tres columnas estructurales del sistema vigente. ¿Hay realmente entre los empresarios y los sindicatos sintonía suficiente para afrontar cambios decisivos hacia un modelo "más sostenible económica, social y medioambientalmente", para utilizar los términos del ministro Sebastián? ¿Es pensable que las organizaciones empresariales entraran en un pacto al margen del PP?
Un cambio de modelo económico es un proceso complejo, consecuencia de infinidad de factores que desde el Gobierno a lo sumo se puede empujar o acompañar. Está muy superada y, desde luego, sin apoyo alguno en la historia, la idea de que los modelos cambian por decisión de unos pocos. Las teorías conspirativas dan para poco. Los modelos se agotan y se metamorfosean lentamente. Sólo en las fantasías revolucionarias los modelos cambian bruscamente de un día para otro: la realidad es que incluso en estos casos las cargas del pasado condicionan enormemente el futuro. Hay, actualmente, un agotamiento del modelo, por tanto, una necesidad de cambio. Lo que el Gobierno tiene que hacer es explicar su idea de cambio y hacerla suficientemente convincente para que catalice una dinámica social. Si es así, los pactos y los consensos no tardarán en llegar. Pero el mundo se ha hecho pequeño y los cambios ya no se sostienen sólo en clave nacional y local. Para que el camino del cambio de modelo sea posible se necesitan dos cosas: que la sociedad lo adopte y que haya una oleada internacional en la misma dirección. Es evidente que Zapatero está pensando situarse a la estela de Obama. Pero con un 60% de rechazo en la opinión pública, Zapatero no puede repetir la táctica que tantos fracasos le ha costado: presentar las propuestas como hechos consumados, aun antes de dotarlas de contenido, y dar por supuesto que todos los demás se acomodarán a sus deseos sin rechistar. No basta con anunciar pomposamente un pacto, hay que concretarlo, debatirlo y negociarlo.
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