Benedicto en claroscuro
El viaje a Oriente Próximo concluye sin graves incidentes ni resultados concretos
La visita de Benedicto XVI a Jordania, Israel y uno de los territorios palestinos -Gaza quedó al margen- se ha saldado con claros y sombras. En otra región del mundo y en circunstancias diferentes de las que vive Oriente Próximo, este balance no sería más que la reiteración de un viejo tópico. En este caso, sin embargo, significa que el Papa ha conseguido sortear los riegos más graves que entrañaba esta gira diplomática sin que, por otro lado, regrese al Vaticano con resultados concretos para la Iglesia católica ni avances significativos en la solución del conflicto. Entre otras razones, porque no se conocen con precisión las razones de este viaje ni los objetivos que perseguía.
La figura del Papa en Tierra Santa carece de la relevancia que alcanza en otros lugares. Los católicos son allí minoría y, por tanto, Benedicto XVI se ha visto en la tesitura de subrayar su condición de cristiano frente a musulmanes y judíos, al tiempo que debía actuar como máxima representación de los católicos en relación con el resto de los cristianos. Al final, todos los credos han encontrado motivos de reproche en sus palabras y sus gestos, pero la diplomacia vaticana parece haber considerado este coste como menor frente a la desconfianza existente antes de la visita. Se trataba, en resumidas cuentas, de poner a cero el contador del diálogo interreligioso, deteriorado por pasadas intervenciones en las que Ratzinger actuó más como teólogo que como jefe de un Estado.
En el plano político, el Papa ha reiterado ante israelíes y palestinos las líneas fundamentales de la posición que la comunidad internacional mantiene sobre el conflicto. Se ha comprometido con la solución de los dos Estados y ha deplorado la existencia del muro. Ha señalado, además, que los contendientes tendrán dificultades para alcanzar un arreglo por sí solos, y que "la solución a largo plazo de un conflicto como éste no puede dejar de ser política". Llama la atención que un Papa que viene reclamando la supremacía de la fe sobre el Estado en los países democráticos descubra, siquiera de manera implícita, las virtudes de la laicidad en la cuna de buena parte de los credos monoteístas. Una cuna ensangrentada, precisamente, por el hecho de que algunos de esos credos que coinciden en Tierra Santa reclaman que las instituciones civiles se avengan a sus dictados, presentándolos como verdades reveladas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.