Porno emocional
Hace años, cuando era miembro del equipo de realización de Confianza ciega, descubrí la "pornografía emocional". Confianza ciega era un programa donde tres parejas ponían a prueba su fidelidad. Separaban a los tres hombres en una casa y a las tres mujeres en otra. La casa de hombres estaba poblada de seductoras: mujeres esculturales que funcionaban como tentación. Lo mismo en la casa femenina: hombres cachas a cascoporro.
Dos detalles eran importantes para comprender el programa. El primero, que Confianza ciega no era un concurso. No había premio para el ganador, porque la recompensa supuestamente estaba en reforzar los lazos de pareja. El segundo, que el interés no se basaba tanto en el engaño a la pareja sino en la reacción de ésta, en cómo se comportaba viendo a su novio o novia con otro, aunque dicho engaño en realidad no se produjera.
Las cámaras siempre hallan un vecino dispuesto a llorar más que nadie
Y esas reacciones ante la idea de que tu pareja te está poniendo los cuernos fueron mi primera experiencia consciente de pornografía emocional. Dirigíamos las cámaras hacia chicas que lloraban. Escondían su cara y nosotros la buscábamos más. Se colocaban en una esquina para huir de nuestros objetivos, pero no teníamos piedad. Los del equipo técnico le pusimos nombre a este acoso y desde entonces, cuando he visto situaciones de exhibición pública de sentimientos cercana a lo ofensivo, esa etiqueta aparece en mi cabeza.
Hay muchas pornografías emocionales, incluso en la ficción. Alejandro González Iñárritu con sus 21 gramos y Babel se ha convertido en el gurú de la exhibición del dolor. Cuanto más sufren sus personajes, más hondo parece su discurso. Cuanto más desgracias muestra en pantalla, más satisfecho está Iñárritu. No creo que a la gente le guste sufrir, pero sí hay algo reconfortante en ver sufrir, en dramatizar para uno mismo la cosa cuando se pone trágica para los demás.
He percibido el fenómeno esta semana con la muerte de Antonio Vega. Antes que nada, dejo claro que no tengo nada en contra del cantante. Soy consciente de que tiene muchos seguidores y de que sus canciones han calado muy hondo en muchas personas. No voy a hablar de Antonio Vega. Estoy hablando del exhibicionismo del dolor por parte de sus algunos de sus seguidores, algo que he podido comprobar en Internet (vía blogs, Facebook y demás). Parecía una competición de a ver quién llora más y quién siente más su muerte. Pornografía emocional que parece estar bien vista socialmente, porque se confunde con la sensibilidad. Los tiempos han cambiado: si antes un hombre lloraba, era una nenaza. Si ahora un hombre no llora, es un monstruo. Eso, en principio, no me parece mal, pero tampoco hay que imponer una ley marcial del sufrimiento.
Pasa siempre que hay un acontecimiento trágico (un asesinato, incendio, derrumbamiento) y las cámaras acuden al lugar de los hechos. Siempre hay un vecino dispuesto a llorar más que nadie. Quizás ni siquiera conocía a las víctimas, pero ahí está en primera fila, sufriendo para toda España, intentando batir el récord Guinness del llanto. Normalmente desconfío de esas lágrimas. Si eres sensible, lloras. Si eres un pornógrafo emocional, sollozas con un megáfono en la boca.
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