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Columna
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Humillados, ni ante Dios

De niño, te repetían que no se jura por nadie. Lo curas te decían que no había que jurar por Dios, porque era pronunciar su nombre en vano. Jurar estaba mal visto y solía ser el acto que precedía a una bofetada o un castigo. Se podía jurar de otra forma. Un mecagüen estaba mejor visto que jurar por Dios. Y resulta que luego el juramento, que uno sólo había visto entre los caballeros del rey Arturo en las peliculas de la Metro Goldwin Mayer, pues era un asunto ceremonial muy bien visto al que asistían autoridades, monarcas, gobernantes e incluso clérigos. Entonces saqué la conclusión de que jurar resulta que era bueno según cómo, dónde y para qué, amén del mecagüen, que era una señal de hombría y un decir, al parecer, del habla popular.

Jurar por Dios estaba tan mal visto como jurar ante Dios se veía de maravilla. Lo de Euskadi excedía cualquier previsión. Aquí, porque somos (éramos) así, no sólo jurábamos ante Dios, sino ante Dios humillados y, claro, la palabra, que quizás tenía mucho que ver con la genuflexión, sonaba mal, muy mal. Pero como nos gusta el símbolismo más que al Athletic la Copa, somos capaces de hacer un tratado que acabe poniendo el carro por delante de los bueyes. ¿Se imaginan un cura que jure su cargo de lehendakari -no se extrañen, que cosas más raras se han visto- con un mecagüen de esos a los que antes me refería, porque lo hizo su predecesor? De igual modo no me imagino a un laico, ateo, agnóstico jurando su cargo ante un Dios en el que no cree. Pues de eso hemos hecho un mundo con esa manía que algunos tienen de anteponer la tradición a los principios.

El debate simbólico es más baladí de lo que parece, independientemente de lo que el tradicionalismo piense. Agirre juró su cargo como quiso, de igual modo que usaba las corbatas que le gustaban o escribía lo que le dictaba su pensamiento. La tradición, frente a lo que piensan los tradicionalistas, tiene un límite. Llegado el caso, la tradición puede ser folclor, pero el folclor no puede ser la música de cámara de los principios personales.

Hablando de música. El oboe sustituyó ayer al txixtu en Gernika. Y quiero creer que fue una elección fashion más que otro rodeo al simbolismo, porque ahí no coincido. En una orquesta no hay instrumentos mejores que otros, todos son necesarios. Y qué quieren que les diga; yo no me imagino una fiesta local en Nueva Orleans sin jazz y llena de valses de Strauss. Como no veo a Viena conmemorando no se qué aniversario de no se qué con la música de Jarabe de Palo. Ni la tradición puede suplantar a los principios ni los gustos personales a la tradición popular. La elección de Patxi López a favor de la sociedad en lugar de humillarse ante Dios nos liberó a todos, con el debido respeto. Amén y a trabajar.

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