Epílogo de la lucha anti-Bolonia
Las vacaciones y los exámenes entierran la mayor protesta universitaria en años
No queda una tienda, ni un colchón, ni un saco de dormir. Las pancartas contra el Espacio Europeo de Educación Superior han desaparecido. Nadie reparte información contra el plan Bolonia. Y el hall de la Facultad de Filosofía de Valencia, epicentro en la teoría y en la práctica de la lucha de los estudiantes contra Bolonia, lo ocupan paneles de una exposición sobre las relaciones Norte-Sur que organiza la Asamblea de Cooperación por la Paz y patrocina... la Comisión Europea.
La calma es idéntica en la vecina Facultad de Geografía e Historia -"¿Desde cuándo no hay tiendas? Mmm... Desde Fallas, desde Fallas no hay nada", responde la conserje-, en las de Filología, Medicina, Psicología, y en los campus de Burjassot y Tarongers.
La protesta contra Bolonia -que, a diferencia de otras, como la que suscitó la LOU (Ley Orgánica de Universidades) hace casi una década, ha sido un movimiento genuinamente estudiantil-
abrió un debate, puso contra las cuerdas a varios rectores, oscureció la política universitaria del Gobierno, provocó, quizá, una sobrerreacción de los medios de comunicación y de algún dirigente académico y luego fue apaciguándose hasta casi desaparecer.
El lunes, las asambleas de facultad (la unidad organizativa básica anti-Bolonia) convocaron una "asamblea de las asambleas" de la Universitat de València en Derecho. El aviso llegó a las redacciones y los periodistas pensaron que quizá los alumnos tenían algún anuncio que hacer, alguna decisión importante que tomar. Quizá, como en ocasiones anteriores, la protesta que parecía acabada volvía a levantarse. Pero la llamada a los medios se había realizado por error, la asamblea no tenía mucho que contar y algunos de sus miembros, escamados por el tratamiento que ha recibido el movimiento, pidieron a los periodistas que se marcharan.
Antes de ser invitados a largarse, los reporteros intercambiaron impresiones con los estudiantes, que rechazan que la protesta se haya apagado. "Las acampadas cumplieron su objetivo, que era informar sobre el proceso y presionar a la universidad para que el rector aceptara un debate público con los estudiantes. Lo conseguimos y ahora estamos centrados en trabajo interno", afirmaba uno de ellos; "Bolonia se aplicará, pero la lucha no se acaba. Las protestas continuarán como en otros países donde ya se ha implantado".
"Lo malo", reconocía Aina, "han sido las vacaciones tan seguidas, y los exámenes, que empiezan dentro de un mes. Así es muy difícil mantener la dinámica". El segundo cuatrimestre ha sido en ese sentido espectacular: sólo siete de las 13 últimas semanas han tenido cinco días laborables. "Igual no podemos reunir a mucha gente, pero podemos hacer cosas y salirles por donde menos se lo esperen", añadía Eugenia.
La Universitat de València tiene más de 45.000 alumnos y bastan mil para ponerla patas arriba. La revuelta superó esa capacidad de convocatoria varias veces, pero sobre todo antes de que las vacaciones de Navidad, la celebración de elecciones de alumnos -con la llegada de los anti-Bolonia al claustro y las juntas de facultad- y la proximidad de los exámenes del primer cuatrimestre le pasaran factura.
Cien alumnos pueden dar la batalla, pero se antoja imposible que logren retrasar la implantación del nuevo plan. La protesta parecería acabada incluso si no tuviera que enfrentarse a las vacaciones de verano. Sólo una cuestión justifica el optimismo del que Alex hacía gala antes de la asamblea de asambleas: las universidades públicas valencianas se adaptan tan lentamente al espacio europeo (no han empezado este curso, apenas lo harán el próximo y dejarán casi todos los cambios para el 2010-2011) que ofrecen a la revuelta una última oportunidad.
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