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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Falta una apuesta

Xavier Vidal-Folch

Diversificar las fuentes, los combustibles y las rutas del suministro energético se ha convertido en acuciante consigna europea. Sobre todo desde la crisis de principio de año, que dejó yertos de frío a rumanos, búlgaros y húngaros por la interrupción del suministro de gas ruso en su tránsito a través de Ucrania.

Con ese acicate, un proyecto alumbrado hace un año por polacos y suecos ha tomado rápido vuelo. Hoy, transcurrido muy breve lapso de tiempo para estas cosas y entre ecos de las maniobras de la OTAN y rebeliones militares en Georgia se celebra la cumbre de la nueva "Asociación oriental": la UE, con los vecinos del bajo vientre ex soviético: Bielorrusia, Moldavia, Georgia, Azerbaiyán y Armenia. Una mezcla heteróclita de euro-orientales y caucásicos, bajo el designio de estabilizar la zona, para garantizar la seguridad del suministro energético. Y, pero esto sólo se susurra, acelerar el acceso del continente al gas del Caspio.

El gasoducto a Nigeria diversificaría el suministro y reequilibraría el sur y el este de la Unión Europea

Sus yacimientos ya tienen hilvanadas dos vías de salida: el ITGI (interconexión Turquía-Grecia-Italia; 8.000 millones de metros cúbicos, algo menos del gas que exporta Argelia a España) y el Nabucco (Turquía-Bulgaria-Rumania-Hungría-Austria; 31.000 millones). Y una tercera, tan sólo dibujada, el Whitestream, desde Georgia, a través del mar Negro.

Son el corredor meridional, emprendido por consorcios de gasistas nacionales bajo el paraguas y apoyo de Bruselas. Un corredor para complementar el abastecimiento energético ruso por el Báltico.

La cumbre será deslucida de asistencia. Pero el proceso que inicia es imparable, alcanzará masa crítica. La proyección hacia el este galopa hacia nuevas zonas de influencia. Con el lógico apoyo de todos, porque la Unión implica incorporar como propios los intereses de los socios. Pero las líneas de avance simultáneas en ritmo e intensidad y paralelas en dotación presupuestaria hacia el este y hacia el sur acordadas en 1995 bajo el auspicio de Helmut Kohl y Felipe González, cuando se lanzó el espacio euromediterráneo, se van desequilibrando. No por culpa de la presión de los centroeuropeos en favor de su vecindad, sino de la timidez de los euromeridionales en acelerar la estructuración y dotación de la Unión por el Mediterráneo (ahora, paralizada por la crisis Israel / Palestina) y en mirar más abajo del Magreb.

Desde tiempos de Carlos Solchaga yacía en los archivos del Ministerio de Industria un viejo proyecto español de gasoducto a Nigeria, la quinta potencia energética del mundo, con 30 veces más reservas gasísticas que Argelia. Ahora ya se dispone del estudio de viabilidad del Transahariano desde Almería hasta Nigeria pasando por Argelia y Níger, encargado por los nigerianos, con apoyo de la Total francesa. Suministraría el mismo flujo que el gran Nabucco.

Al comisario Andris Piebalgs le parece apetecible. "Tendríamos inversores, aunque sea caro", aseguró hace poco en Barcelona. Caro, por largo: 4.300 kilómetros. Y sería útil para diversificar: hacia el sur de Europa, sí, pero también hacia el norte, cuando se completen las interconexiones intercomunitarias previstas.

Al igual que en el corazón del continente se perfilan dos corredores, también el suministro hacia el sur occidental (Próximo Oriente es otra historia aún más compleja) se asentaría sobre dos patas: la magrebí (Argelia / Libia), que ya funciona, aunque con reiterados vaivenes y reveses. Y la del África central-occidental: que incluye a la vieja conocida Guinea, potencia petrolera emergente.

Pese a su actitud simpatizante, difícilmente Bruselas, enfrascada en resolver el siempre urgente damero ruso-ucranio y caucásico, tomará a corto plazo más iniciativa que la de apoyar lo que surja.

Y para que surja, se requiere que alguien realice una apuesta geopolítica, un diseño, un envoltorio institucional al triple interés energético, comercial y de inducción al desarrollo endógeno en el África subsahariana, receta que modera migraciones. Los problemas obvios son de seguridad y estabilidad. ¿Acaso son más dramáticos que en Georgia? España tiene condiciones para lanzarla. Y pugnar por mantener así el paralelismo entre las miradas al este y al sur.

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