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Cosa de dos
Columna
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Halos

Antes, cuando existían los periódicos (no se fíe del ectoplasma que tiene usted delante: los expertos afirman que la prensa de papel ya ha desaparecido), una foto se consideraba una prueba definitiva. Llegaba un reportero a la Redacción y gritaba: "¡Tenemos las fotos!". Entonces el director gritaba, aún más fuerte, porque para algo era el director: "¡Que paren máquinas!". Y se paraba la rotativa. Las cosas han cambiado. Para desmentir una presunta relación impropia con una menor, Silvio Berlusconi ha difundido varias fotografías de una fiesta en la que coincidió con la chica. Son fotos muy inocentes. Todo el mundo está vestido, incluido, afortunadamente, el propio Berlusconi. Hay quien dice, sin embargo, que las fotos son montajes, y señalan como prueba el halo que rodea algunas cabezas. Entiendo a los incrédulos, pero yo tampoco acabo de creérmelos a ellos. ¿Un halo? ¿Y eso es raro? Entre los rayos UVA, el alicatado de maquillaje, los pelos de su hermana implantados en el cráneo, la pintura que camufla los huecos entre los pelos y la sonrisa luminosa, Berlusconi ha adquirido características fosforescentes: reluce y genera halos.

El problema, me temo, no son los halos, sino el historial del personaje. Berlusconi fue el introductor en Europa de la política como espectáculo mediático, y el espectáculo incluye (porque forma parte del género) la trola sistemática. Una vez puesto en marcha el mecanismo, ya no hay quien lo pare. Todo es culebrón, todo es farsa, todo es mentira.

Hay quien defiende ese concepto de la política. El eurodiputado popular Vidal-Quadras, un hombre al que tengo por inteligente pero no por sensato, decía ayer que una de las ideas berlusconianas, la de llenar de señoritas guapas sus listas europeas (Il Cavaliere renunció a ello in extremis), resultaba razonable porque se trataba de animar la participación en las elecciones al Europarlamento. ¿Pillan la lógica? Si la política no funciona, y en el caso de Europa está claro que no, se ponen señoras llamativas y ya está. Podría funcionar. A Sarkozy le funciona. Pero en torno a la Unión Europea empieza a percibirse un halo de lo más inquietante.

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