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Entrevista:Mohammed Hanif | EN PORTADA | Entrevista

"Mi sátira procede de las calles de Pakistán"

A sus 43 años, este ex oficial de la Fuerza Aérea paquistaní, reconvertido en periodista y escritor, utiliza su conocimiento del mundo militar bajo la férrea dictadura de Mohamed Zia ul Haq (1978-1988) para La explosión de los mangos, su primera novela, un entretenido juego de conspiraciones, que se superponen unas a otras y que tienen el mismo fin: asesinar a Zia. El dictador, la plana mayor de su Ejército, el jefe del poderoso servicio secreto y el embajador de Estados Unidos en Pakistán murieron el 17 de agosto de 1988 poco después de despegar el avión en el que viajaban. Las causas de la catástrofe siguen siendo desconocidas. Mohammed Hanif recoge algunas de las teorías más conocidas en una hilarante trama de odios, venganzas, miedos y amores. El peor parado es, sin duda, Zia, que aparece como un paranoico, obsesionado con la religión, las lombrices y las intentonas golpistas, en medio de una sociedad que se burla de sus propios males.

"Ni las autoridades paquistaníes ni las de Estados Unidos, pese a que murió su embajador, quisieron saber nada. Ni siquiera el hijo de Zia"

PREGUNTA. ¿Qué parte del libro es ficción y cuál realidad?

RESPUESTA. Es una novela basada en un hecho real: el avión de Zia se estrelló cuatro minutos después de despegar, pero eso es lo único auténtico. El resto del libro es ficción. Lo que pasó tanto antes de que despegara como dentro del aparato y las conspiraciones son pura imaginación.

P. Pakistán acaba de salir de la dictadura de Musharraf, cuando habla de Zia ¿se refiere también a Musharraf?

R. Hablo de un dictador, que puede ser Zia, Musharraf o cualquiera de América Latina o de Europa del Este. Mi personaje tiene las características de un déspota, sus ambiciones. Cuento cómo vive y cómo muere y lo que pasa con el país que gobierna.

P. ¿Por qué eligió la sátira para su primera novela?

R. Me gustan la farsa y los chistes. Cuando era joven leí y me fascinó el humor del escritor italiano Dario Fo. Creo que tuvo cierta influencia sobre mí. Además, por la estricta censura, la mayoría de los paquistaníes nos dedicábamos a hacer chistes con la realidad. La gente trataba de escapar de la dictadura burlándose de ella y el humor viajaba de un extremo al otro del país.

P. ¿Tiene una opinión clara de por qué se estrelló el avión?

R. ¡Ja, ja, ja! No, no tengo ni idea. Pudo ser un fallo mecánico y que se desatara un estallido de pánico entre los que estaban a bordo, porque se tambaleó antes de caer. Lo que me fascinó es que tan pronto como ocurrió, nadie estaba interesado en saber quién estaba detrás de su muerte. La gente siguió con su vida sin preocuparse.

P. ¿Cree que el Gobierno hizo lo suficiente para averiguar quién cometió el magnicidio?

R. No. Creo que se esforzó por encubrirlo. Ni las autoridades paquistaníes ni las de Estados Unidos, pese a que murió su embajador, quisieron saber nada. Ni siquiera el hijo de Zia, que ha estado muchos años en el Gobierno, mostró jamás un interés real en que se investigara.

P. ¿Se divirtió escribiendo el libro?

R. No. Fue una auténtica lucha, porque no se quiere escribir realidad y ficción a la vez. El general era un hombre muy aburrido, religioso, temeroso... No era útil para escribir ficción y llegó un punto en que me convencí de que no escribía sobre Zia, sino sobre un personaje ficticio. Me sentí liberado y todo fue mejor.

P. Pero usted ha pintado a una persona muy aburrida, obsesionada por la seguridad, las lombrices, y el Corán...

R. Sí. El gran reto era escribir sobre un tipo aburrido y lograr que el lector siguiera queriendo saber más sobre él y de cómo le pasaría lo que tenía que pasarle.

P. ¿Investigó sobre los otros personajes que se encontraban en el avión?

R. Ni hubo investigación ni fue una recreación de hechos reales. No tenía la menor idea de qué generales acompañaban a Zia y del embajador norteamericano sólo sabía que estaba allí y que, según los rumores, no quería subir al avión.

P. La escena en que Bin Laden acude vestido con traje a una recepción de la Embajada de Estados Unidos ¿es inventada?

R. Es pura ficción, pero hay que tener en cuenta que el libro está ambientado en un periodo en el que Washington apoyaba a los islamistas radicales, que luchaban contra la ocupación soviética de Afganistán. La CIA por entonces tenía contactos con Bin Laden y otros millonarios que apoyaban a los muyahidin. Por tanto, es muy posible que ocurriera lo que cuento en el libro. En esos años, los muyahidin, los agentes de la CIA y los paquistaníes se llevaban muy bien y se les invitaba juntos. Traté de recrear ese ambiente. Me pareció divertido.

P. ¿Qué acogida ha tenido su novela en Pakistán?

R. Alucinante. En un primer momento traté de publicarlo en Pakistán, por aquello de ser paquistaní, y nadie quiso. Lo encontraban demasiado arriesgado. Pero desde que mi editor indio lo distribuyó el año pasado, la crítica ha sido excelente, se ha hablado del libro en todos los canales de televisión, en los periódicos, he dado conferencias. Extrañamente, la acogida ha sido muy buena entre los jóvenes, cuando yo creía que los interesados serían los de mi generación que habían vivido la época. Tal vez se deba a que han sufrido la dictadura de Musharraf y se sienten identificados.

P. Los críticos británicos y estadounidenses encuentran en su libro claras reminiscencias de Joseph Heller en Catch 22, e incluso de Philip Roth y de Kafka. ¿Está de acuerdo?

R. Me emociona pensar que se me pueda comparar con escritores tan buenos como Roth o Kafka. Obviamente, no es verdad, pero cuando lo dicen te hace sentir muy feliz. He sido y soy un gran fan de Heller, pero evidentemente ni los británicos ni los norteamericanos perciben que la sátira que hay en mi libro procede de las calles de Pakistán. Es el humor con que reacciona la gente de la calle cuando enfrenta una terrible frustración.

P. ¿Ha escuchado el chiste que dice que los países normales tienen un Ejército y que en Pakistán el Ejército tiene el país?

R. Es muy viejo y desgraciadamente se ha hecho realidad, por eso ya no nos hace gracia. Es muy triste.

P. ¿Tiene algún otro proyecto literario?

R. Estoy escribiendo una novela de amor, pero entre civiles.

P. ¿Cambiará definitivamente el trabajo de periodista por el de escritor?

R. Ocurren demasiadas cosas y la situación es tan difícil que la realidad atrae mi atención y me impide dedicarme plenamente a la literatura. En Pakistán suceden cosas tan terribles que no puedes dejar de implicarte.

P. ¿Cree que la situación actual se parece a la de entonces?

R. Desgraciadamente, creo que ahora es peor, porque entonces los paquistaníes, los estadounidenses y los afganos luchaban contra los soviéticos en Afganistán y ahora la guerra está dentro de Pakistán. Los actuales talibanes, descendientes de aquellos muyahidin que gustaban a los norteamericanos, son cada día más brutos y más ignorantes y, por sus conexiones internacionales, se han hecho muy peligrosos. Si no detenemos esta deriva, Pakistán será un segundo Afganistán.

P. Debe de ser muy difícil hacer una sátira de tu país cuando ves que se está hundiendo.

R. Somos 165 millones de personas y la absoluta mayoría quiere vivir en paz, quiere lo que los demás ciudadanos del mundo, seguridad, que sus hijos vayan al colegio y cubrir sus necesidades básicas. Por eso acudimos a las elecciones, para votar por partidos civiles que nos den seguridad y para demostrar la oposición al grupo de radicales bien armados y bien entrenados que pretende dictar sus propias leyes a toda la población.

P. ¿Tiene confianza en el futuro de su país?

R. Confianza es una palabra muy fuerte. Yo diría que tengo algo de esperanza, pero si Pakistán quiere sobrevivir su única vía es ésta, la civil. -

La explosión de los mangos. Mohammed Hanif. Traducción de Isabel Ferrer. Salamandra. Barcelona, 2009. 384 páginas. 19 euros.

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