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Columna
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Siempre Rosa

En el siglo XX, la palabra preferida por los políticos españoles para definir su propia tarea fue el verbo "servir", a veces a palo seco, como lo consumían los falangistas, y otras, siempre a la izquierda, combinado en expresiones como "estar al servicio de". Eran otros tiempos, en los que la política era el noble arte de conducir a los pueblos hacia su futuro, la ideología, otro nombre propio, y la lealtad, un compromiso íntimo, más poderoso que los carnés y las cuotas mensuales. El tiempo no ha restado importancia a la relación del verbo "servir" con la trayectoria de los políticos españoles, pero ha cambiado su manera de conjugarlo. Quienes antes la servían, ahora se sirven de ella. Hasta para hacerse trajes.

No hablo solamente de Rosa Aguilar. Muchos de sus ex correligionarios, que ahora se llevan las manos a la cabeza y se muerden la lengua para no pronunciar la palabra "traición", de tan siniestros ecos, han sido capaces de hundir la organización a la que pertenecían sólo por no tener que volver a fichar en una oficina de nueve a cinco. Consciente de que es muy improbable que la izquierda vuelva a ganar unas municipales en Córdoba, Rosa Aguilar ha buscado una salida personal distinta, en apariencia más brillante, pero también más deshonrosa, si llamamos a las cosas por su nombre. Porque es vergonzoso que un cargo público elegido en las listas de un partido abandone su responsabilidad en medio de una legislatura para integrarse en un gobierno de otro partido, contra el que votaron sus electores al votar por ella. O, mejor dicho, en otras épocas habría sido vergonzoso. Ahora, hasta habrá quien lo califique como sentido del Estado.

Rosa Aguilar ha demostrado que es una mujer de su tiempo. No me ha sorprendido. Cada país, en cada momento, tiene los políticos que se merece. Últimamente, parece que en España se llaman Rosa.

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