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Columna
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Confesiones

Nos ha tocado, en la diócesis, un obispo gallego y peleón, con rango de cardenal, y algunas sotanas aparentemente combativas que saltan, de vez en cuando, a los titulares de actualidad. Es bien conocido el fenómeno de acción-reacción en nuestro temperamento pendular. Observo, aunque es posible que me confunda, el renacer de cierto espíritu anticlerical, que viví con juvenil curiosidad hace muchísimo tiempo. Parecía que el reinado de las sotanas era concluido, pero les vuelve a dar cierto vigor esa ráfaga contra las sacristías que nunca nos ha abandonado.

Recuerdo de mi adolescencia las publicaciones, digamos antidogmáticas y pelín pornográficas, de dos periódicos que tuvieron el favor del gran público. Eran muy parecidos y su meta, similar: Fray Lazo y La Traca, donde la ilustración desempeñaba un papel importante y, como creo haber contado alguna vez, reiteraba las figuras de monjas pechugonas y tetudas, con las piernas alegremente al aire, enfundadas en medias negras, que eran el alcaloide del erotismo al alcance de todas las fortunas. Y frailes grasientos, peludos, babeantes de lujuria, complaciendo a las que se suponían lascivas marquesas y esposas de banqueros.

Observo, aunque es posible que me confunda, el renacer de cierto espíritu anticlerical

El anticlericalismo tuvo una larga tradición en Madrid -y en otros lugares, muy especialmente, según tengo entendido, en Valencia y Barcelona- fomentando el descrédito de la clase sacerdotal. Posiblemente porque ejercieron cierta influencia y poder muy descarados, tanto que cuando se planteó en el Parlamento de la II República el tema del divorcio, tuvo enconadas adversarias, precisamente entre diputadas y agitadoras izquierdistas. Sostenían -puede que con razón- que sus congéneres estaban mente captadas por el irracional confesor, que influiría desde la tronera del confesionario en la intención del voto de las feligresas. Eso quizás fuera cierto, pero decía poco en favor de la inteligencia y el criterio de las señoras.

Cualquier manifestación que no sea patrocinada o impulsada por el adversario se reconoce por el flamear de las banderas republicanas que, sin ánimo polémico cabría definir como inconstitucionales o anticonstitucionales, por oposición a la que aún es oficial. Por fortuna las guerras de banderas, hasta la fecha, se limitan al tejido ondeante y no al mástil que las sostiene, lo que significa la sólida tibieza con que se acepta una y el comedido entusiasmo que provoca la otra. Y que no encabezan multitudes que quieran convertir en una fallera noche de San Juan la multitud de conventos e iglesias que aún sobreviven en la ciudad. Mejor así, porque, ya lo dijo un hombre sabio: enfadarse con las cosas, golpearlas o quemarlas no conduce a nada, porque a las cosas todo eso le importa un pepino.

Al menos parece que cada cual está en su sitio y maravillaría que alguien espere de los prelados un aplauso para el aborto, las relaciones prematrimoniales, el onanismo, el adulterio o el concubinato. Es un argumento mostrenco decir que los sacerdotes no están capacitados para escuchar y aconsejar en confesión asuntos íntimos, matrimoniales o de carácter sexual, dadas sus características, generalmente admitidas de celibato, abstinencia y defensa de la vida no nacida. Por esa misma medida habría que descalificar al ginecólogo masculino, cuyas posibilidades de dar a luz son prácticamente nulas; a los magistrados, que muy rara vez empuñan el hacha para descuartizar a la esposa, aunque hagan otras cosas reprobables. O mis sufridos colegas periodistas que relatan acontecimientos sociales, políticos o deportivos sin la menor experiencia directa ni ser diputados, novias del año o parangón con Fernando Alonso y Rafa Nadal. El empirismo, por su naturaleza es forzosamente limitado.

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Es posible analizar, discutir, incluso lo que manifieste cualquier colectivo o individuo, sean urbanistas, pedagogos o protésicos dentales, porque siempre es irrelevante la experiencia puramente personal. Aparte de que, en épocas ya remotas, el confesionario procuraba conocimientos sobre el erotismo más variados que el diván del psicoanalista, quizá porque había tiempo para todo, incluso para confesar y recrearse en describir los pecados y en escucharlos. Ahora queda expresado en la respuesta lacónica del vasco que resumió la tesis catequista del párroco contra el pecado: "En contra estaba".

Aparte del problema confesional, ignoro si la III República se producirá y tengo malos recuerdos de la Segunda, pero imagino que es un as en la manga, aunque ignoro en la de quién.

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