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Columna
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Y un huevo

Manuel Rivas

El gran enigma de España en estos momentos es la naturaleza de un agasajo en el que el regalador se ha pasado veinte pueblos. Ésa es la expresión de admiración agrimensora que emplea la esposa del señor Camps, presidente de la Comunidad Valenciana, para referirse al obsequio navideño que le hizo llegar Álvaro Pérez, sin duda más conocido como El Bigotes.

En este país, y para abreviar, tan pronto te ponen en un edículo como te inmortalizan a cinco columnas y en negrita con un alias vulgar, de rompesquinas. Creo que no se está haciendo justicia con este personaje. Veinte pueblos son muchos pueblos. Revela una generosidad catastral, un desenfreno geopolítico, un frenesí topográfico, que contrasta con la avaricia algebraica con que le responde el poderoso Camps: "Yo también te quiero un huevo". ¿Un huevo? ¡Veinte pueblos por un huevo! Al margen de lo que dicte la justicia, estamos ante un claro episodio de sadismo minimalista.

Nuestro hombre se desvive por suministrar trajes planchaos, a la medida, con entretelas, para que los jefes políticos vayan como pimpollos, sin aquellas arrugas autogestionadas que introdujo la izquierda en la primavera de la transición para sabotear el protocolo. Está claro que, en materia de diseño textil, el fin justifica los medios. Y ahí está El Bigotes, un Maquiavelo de la prestancia, construyendo el poder traje a traje. Tal vez los agasajos navideños tengan parecida naturaleza. ¿Qué aguinaldo puede excitar hoy al entorno del poder? Hablan de una pulsera. No. Tiene que ser algo más. Algo misterioso. Álvaro Pérez consiguió ese tesoro tras pasarse "veinte pueblos" de la Tierra Media. Ahí está la clave. Sin querer, la esposa de Camps reveló el enigma. Lo que le quemaba en la mano era el anillo del Señor de los Anillos. El Anillo del Poder. El Anillo Único. No sabemos dónde lo encontró El Bigotes. Pero eso explica que estuviese tantos años invisible y en primera línea.

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