Contrabandistas en la Ruta da Pana
Vecinos de A Mezquita, Zamora y Portugal planean recuperar la senda del estraperlo
De la desembocadura del Miño, entre Caminha y Santa Tegra, hasta la frontera con Zamora, a lo largo de la raia portuguesa se cuentan 350 hitos kilométricos de piedra. Y entre ellos, situados a la distancia precisa para que desde uno se vea el anterior y el siguiente, sobreviven unos mojones más pequeños que llevan letras correlativas grabadas. Está, por ejemplo, el 220 B. O el 348 K. Hay quien los llama marcos y hay quien les dice marras. Estas señales se prolongan Portugal abajo hasta Huelva. Y siguen ahí, pintando sobre promontorios la línea imaginaria y absurda que hace aún pocos años españoles y portugueses no podían cruzar sin ser detenidos por los guardias. Hoy también están en pie algunas de las casetas que éstos ocupaban a lo largo de la frontera.
La posadera sacaba un pañuelo blanco: era la señal de que no había peligro
Justo en el vértice del mapa donde Galicia se funde a la vez con Zamora y Portugal hay un penedo con cruces griegas, una P y una E grabadas. Los vecinos de los territorios limítrofes, los Ayuntamientos de A Mezquita y Hermisende y la cámara municipal de Vinhais, aseguran que lo colocaron ahí, con sus propias manos, los reyes de Galicia, Portugal y León, después de comer en aquel alto, a mil metros sobre el nivel del mar, y beber en la fuente que cae en la parte lusa y jamás se seca.
Cuando, con Franco, estaba prohibido traspasar el límite, las vacas y las ovejas tenían licencia para hacerlo. Subían todas a pastar junto a la Pena dos Tres Reinos y las gallegas y zamoranas podían cruzar la raia, avanzar cuatro metros acompañadas por su pastor, y saciar su sed en Portugal. Muchos hombres aprovechaban esta excusa para pasar la frontera sin retorno.
Otros, en cambio, atravesaban el monte a oscuras y siempre volvían. Entre la medianoche y los primeros rayos del alba, en los pueblos de la frontera unos 40 vecinos, algunos adolescentes, avanzaban con uno o dos fardos de 20 kilos cada uno. Por cada bulto cobraban 49 pesetas, y por la mañana, agotados, subían las ovejas y se echaban a dormir en los prados.
El zamorano Naxo Nieto empezó como pasador a los 17 años y ahora tiene 71. "La Guardia Civil estaba implicada", recuerda. "Nunca nos detenían, sólo prendían a uno que hablaba mucho y, cuando bebía, largaba de más". Cada cierto tiempo, para que las autoridades no se escamasen, los jefes del contrabando "pactaban algún decomiso" con los mandos locales. "Los guardias sólo querían el café, y también detener a algún portugués, pero nosotros no le importábamos nada", asegura otro vecino. "El arma de los guardias era una garnota, un bastón", cuenta Andrés González, otro pasador (esta vez de A Mezquita) que ejercía hace cuatro décadas, un hombre tan grande que siempre llevaba dos fardos (40 kilos, 98 pesetas). "Para detenernos, nos agarraban con él por una pierna: '¡eh!, ven pacá', decían". No los cogían en Castromil, o en Cádavos, las aldeas por las que tenían que pasar y en las que casi todos vivían, sino que les hacían cargar con el peso a las espaldas siete kilómetros, cuesta arriba y a tientas hasta el prado de Rabo do Galo, ya casi en la cumbre. En la cima, en el Alto da Canda, totalmente arruinada, permanece la Venta de Riba, una posada que estaba ahí desde la Edad Media y donde tenía lugar el enlace con el transporte motorizado. Si la ventera les sacaba un pañuelo blanco a la ventana era que no había moros en la costa. Podían efectuar la entrega sin riesgo.
Hoy, en A Mezquita, siguen conviviendo en amistad, ya jubilados, algunos de aquellos representantes del orden y sus desordenados burladores. "Todo el contrabando venía de Portugal a Galicia, nunca a la inversa", y el trabajo concluía cuando el alijo era arrojado a los camiones, en la antigua Nacional 525, o al tren, que entre la estación y el túnel de A Canda circulaba a 20 kilómetros por hora para facilitar la tarea.
En una ocasión, Madrid envió un agente a investigar por qué se aprehendía tan poco estraperlo en A Mezquita. La consecuencia de aquella inspección fue el traslado en bloque "de todos los guardias civiles de la zona, jefes incluidos, a Andalucía", asegura José Ramón, el hijo de Andrés.
Las mejores noches eran las de lluvia y temporal. Las peores, las claras de luna llena. Con un sentido de la orientación digno de un murciélago, cruzaban el monte prácticamente en línea recta sin tropezar, y suministraron a España durante años café, bolas de plástico para manufacturas, lingotes de cobre para el cableado y kilómetros de pana. Este último género da nombre a una de las dos rutas habituales del contrabando en la comarca. Aquélla que pasaba por Cávados, y que ahora se empeña en rescatar del olvido el ex alcalde socialista de A Mezquita Sergio García, desde la asociación hispanolusa A Fonte dos Tres Reinos. Castromil también planea recuperar la suya. Y este domingo los del pueblo de Moimenta (Vinhais) recorrerán a pie la parte portuguesa. Aunque el café, si sube hasta la cima, subirá caliente y en termo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.