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Columna
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Telemadrid: fundido en negro

Jesús Ruiz Mantilla

Lo que he podido disfrutar esta semana con Telemadrid. Ha sido, sin ninguna duda, la mejor programación que se ha visto en la cadena en los últimos años. Con la pantalla fundida en negro. Su cubilete solitario y perdido entre los colorines parecía sonreír allí arriba, a la izquierda o a la derecha, que ya me desoriento. Relucía felizmente aislado, mientras las líneas de alta definición daban la impresión de atravesar un misterioso espacio bastardo y abandonado por sus bastorras estrellas televisivas.

A juzgar por las que aparecen en este canal público regional nuestro, más vale ahorrarse el trago de tanto ridículo. En la memoria de todos queda esa serie horripilante sobre el Dos de Mayo que nos soltaron y demás desfiles de monstruos reivindicando la altanería española contra el gabacho. El mundo ve Mad men, Perdidos, The wire, House o Los Soprano y el facherío regional nos regala semejante mierda. Éste es el nivel.

La paradoja aquí está en que podría haber sido un Gobierno liberal el que resolviera el problema

La huelga ha producido un efecto bumerán. Más que para llamar la atención sobre los conflictos laborales que puedan sufrir los trabajadores -el pan nuestro de cada día en los medios de comunicación- ha servido para algo mucho más grave. Ahora ya sabemos de sobra que los madrileños podemos vivir sin Telemadrid.

Vaya que si podemos. Mucho mejor, si cabe. Así nos hemos quedado todos: tan panchos. La gente ha estirado sus vacatas entreteniéndose con otros canales y hemos podido conciliar el sueño sin sermones apocalípticos. Por unas horas nos hemos liberado de los desfiles diarios de aguirristas y ahorrado el insulto sistemático a nuestra inteligencia con sus manipulaciones, las sacralizaciones de doña Espe y demás cuadrilla. Zafados de enjuagues y mejunjes no nos ha quedado otra que preguntarnos: ¿Y qué? Pues nada, que al final todo resulta mucho más llevadero así, sin Telemadrid.

Dirán ustedes: menudo masoca, que cambie de canal. Quiero tranquilizarles. Por supuesto que servidor no es adicto a esa suerte de zarzuela catódica. Pero carga un poco toparse con esa cosa mientras te pierdes en ese tontorrón repaso sedante del zapping. Más cuando nos cuesta al año los 22,9 millones de euros de pérdidas que debemos cubrir.

Ahí está el problema. ¿Es necesario tamaño dispendio? Cuando día a día, nuestra especie política, después de tres décadas de democracia, demuestra que es incapaz de controlar un juguete tan caro, la respuesta es una y sólo una. No. Y vale para cualquier cadena pública. Más en estos tiempos.

El dineral que se pierde año tras año en cargar con los costes de las televisiones bien podía dedicarse a otra cosa. En la era en que no existía tanta variedad, tanta opción para cubrir nuestro ocio y no había más medio audiovisual que entrara en nuestras casas que uno solo, pues bien. Se podía entender. ¿Pero ahora? ¿Para qué? Más en esos términos, más con ese modelo infantiloide, anticuado y populachero. Ridículo e indigno, a merced de unos comisarios con complejo de Goebbels. Es imposible, hoy por hoy, empeñarse en un control tan patético y descarado de la opinión pública. Ya somos mayorcitos. Os vemos venir, majos.

Si lo pensamos detenidamente, ¿de dónde sale la mandonga esa de que la televisión deba ser un bien controlado por poderes del Estado? ¿Acaso, visto lo visto, podemos medirla en igualdad de condiciones a la sanidad, a la educación, las obras públicas, al transporte? Si se planteara otro modo de hacerla, mucho más útil, quizás. Pero así, de ninguna manera. Más vale privatizarla.

La clase política española en su conjunto ha demostrado no haber podido llegar a la altura de una buena televisión pública. De tanto degradarla se ha convertido en un vicio y no en un servicio. Y este problema, con Telemadrid, llega a sus últimas y más penosas consecuencias. Es hora de que alguien coja el toro por los cuernos y lo corte de raíz.

La paradoja aquí está en que podría haber sido un Gobierno liberal quien resolviera el problema. Pero resulta que los tan cacareados seguidores de la pamplina neocon, con su chulapona dama de hierro al frente, en vez de mostrarse consecuentes con su ideario son quienes más mangonean el aparato, quienes más gusto le han cogido al chupete, junto a su corte de periodistas palmeros y estilismos con lifting automático. Menudos defensores del libre mercado de pacotilla. ¿No será que nos toman por gilipollas?

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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