Fracasa otra vez
1 - Es pura casualidad que estemos en plena crisis y recuerde ahora que en septiembre de 2007, en San Gallen, en la Suiza alemana, tuvo lugar un singular encuentro literario en torno al tema del fracaso. Participaron, entre otros, Dorian Occhiuzzi, Ignacio Vidal-Folch, Ottmar Ette, Ana Merino, Sergio Chejfec, David Freudenthal, Yvette Sánchez (de la Universidad de San Gallen) y Roland Spiller (de la de Francfort). Estos dos últimos fueron los coordinadores de las sesiones, en las que a los ponentes se les exigió que discurrieran en torno a un tema -el fracaso- que siempre ha sido intrínsecamente natural a la condición humana y por extensión a la literatura.
Se edita en Tübingen ahora un libro, Poéticas del fracaso, con la traducción al español de todas aquellas intervenciones; ponencias en las que hubo de todo: algunas fueron acogidas por el público con cierta indiferencia y otras tuvieron la mala suerte de ser muy aplaudidas, como la de Spiller, que habló precisamente del "fracaso con éxito" de Roberto Bolaño.
2 - Aunque no de forma explícita, en el ambiente previo a la convocatoria flotó siempre la idea de que sería mal visto que algún ponente, en un momento de debilidad, recurriera a la cita literaria que hoy en día es considerada la más famosa sobre el fracaso; tal vez por esto, las palabras con las que Beckett colonizó el tema fueron las ilustres ausentes de San Gallen: "Nada más jamás. Jamás probar. Jamás fracasar. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor".
Pero otras palabras estuvieron ahí muy presentes y ahora se recogen en este libro editado en Tübingen: las palabras de Yvette Sánchez, por ejemplo, cuando, tras una inteligente reflexión sobre el fracaso, nos introduce en la idea del "fracaso absoluto doble" que puede percibirse en What if Tom invented Jerry, el vídeo de la rumana Gabriela Vanga. En esa película, la supresión del ratón Jerry -mediante manipulaciones en el ordenador- convierte en totalmente fantasmales las eternas persecuciones de Tom: "El gato perdedor presenta una imagen aún más deplorable al tener que sucumbir ante un enemigo fantasma".
Y si curioso es saber en qué puede consistir un fracaso absoluto doble, también interesa, por ejemplo, lo qué va diciendo Sergio Chejfec cuando parece concentrar el espíritu del encuentro de San Gallen en la idea de que cabe aceptar el fracaso, sin rencor ni vergüenza, como prefiguración natural del destino: "El fracaso incluso ya ha dejado de ser una eventualidad literaria para ser sinónimo de la literatura en general".
3 - Al hilo de todo esto y de otras muchas más cosas y de tantos otros fracasos, me viene ahora a la memoria 'Fracasar mejor', ensayo de Zadie Smith publicado hace dos años en The Guardian. Se hablaba allí de que en algún lugar, entre la forzosa superficialidad del crítico y la deshonestidad natural del escritor, se pierde la verdad con la que podemos juzgar el éxito o el fracaso literario de una obra muy concreta.
Es muy difícil, dice Smith, que los escritores hablen con franqueza sobre su propia obra y más en un mercado literario feroz que no admite debilidades. Es verdad. Nadie está dispuesto a facilitar a sus enemigos -siempre grandes mediocres- la lista de los fracasos que uno conoce a lo largo de la escritura de una novela o de un libro de cuentos, o de lo que sea. Son fracasos tan íntimos que un crítico ni los llega a detectar, al menos en todas sus dimensiones. Y es que suele ocurrir que había pensado el escritor llegar hasta una cima y termina llegando a una cumbre ridícula, pero ese detalle -el fracaso íntimo- no se hace del todo visible si uno no habla de él. ¿Y quién va a ser tan honesto, pero también tan ingenuo, de hablar de ese fracaso sabiendo que los rivales y enemigos están esperando cualquier cosa para masacrarlo?
Mientras preparaba su ensayo, Zadie Smith escribió a algunos amigos escritores y, tras prometerles mantener en secreto sus nombres, les preguntó cómo juzgaban su propio trabajo. Uno de ellos convirtió su sencilla pregunta en una cuestión más interesante: "Querida, siempre he pensado en lo fascinante que sería preguntarles a los escritores vivos: 'Sin pensar en los críticos, ¿dónde crees que flojea tu escritura? ¿Cómo soñabas que sería el libro antes de que fuera escrito? ¿Cuáles eran tus mayores esperanzas? ¿Cómo dejaste que no se materializaran?'. Un mapa de decepciones: eso sí sería una revelación".
Ese mapa de decepciones y de fracasos podría convertirse en un material de trabajo de gran utilidad para los creadores, a quienes les permitiría establecer conexiones con los fracasos ajenos y quién sabe si no recibir interesantes lecciones de algunas de las frustrantes experiencias confesadas. Uno piensa que, como mínimo, ese intercambio de fracasos relajaría el ambiente, y seguramente incluso nos permitiría avanzar, dar un paso adelante en ciertos aspectos de la creación literaria.
Sería muy valioso para todos poder contar con ese mapa de decepciones, poder disponer de los más variados análisis de por qué fracasaron unos y otros en pequeñas cosas casi invisibles. Serían útiles todos esos análisis y, por mucho que en ellos también los escritores volvieran a fracasar, no por eso dejarían de aportarnos en sus confesiones un material muy precioso, próximo a la revelación: tal vez, oro en paño para las nuevas generaciones y, en todo caso, material de encuentro.
Pero el rencor, la mirada ruin y la amargura sempiterna de los mediocres, como en tantas otras cosas, impiden el avance. Cabe esperar que un día les envenene su propia mediocridad y el mapa de decepciones pueda por fin dejar de ser una decepción más del propio mapa, y el mundo entonces, quién sabe, incluso mejore. Ligeramente, claro. Tampoco hay que ser muy optimistas en semejante asunto, pues ya se sabe que, a fin de cuentas, en todo acabamos fracasando siempre. Estrepitosamente, claro.
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