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Columna
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Obras públicas, vicios privados

La política crea extraños compañeros de cama, unos (casi siempre de los tuyos) te la hacen y otros (siempre de los otros) la comparten durante un tiempo turbio de pactos promiscuos y contra natura, de contubernios firmados para preservar precarias cuotas de poder o acceder a ellas. No son las afinidades, sino los compromisos los que marcan estas coyundas coyunturales en las que la ideología se guarda en el armario con la ropa interior a la espera de mejores momentos. Las pinzas actúan para asfixiar entre dos contrarios, al contrario de ambos. La tenaza vasca ha desplazado a los nacionalistas del Gobierno de Euskadi a cambio de un matrimonio morganático y provisional, matrimonio por poderes entre dos cónyuges que no pueden ni verse, duermen espalda contra espalda y se sienten obligados por las circunstancias y las altas instancias de sus partidos a morderse la lengua y a tragarse sus propios venenos durante la tregua. El que no haya pactado con el PNV que tire la primera piedra.

Aguirre esperó sentada a que pasara el cortejo fúnebre de su archienemiga Magdalena Álvarez

Esta reflexión me ronda por la cabeza cuando veo a Esperanza Aguirre tan contenta de haberse encontrado con José Blanco en su toma de posesión como ministro de Fomento. La presidenta de Madrid esperó sentada en la Puerta del Sol a que pasara el cortejo fúnebre de su archienemiga, Magdalena Álvarez, para ir a felicitar a su enterrador y pedirle audiencia. Sus ironías póstumas sobre la compañera defenestrada no fueron del agrado del nuevo ministro, pero Esperanza será la primera dirigente autonómica en ser recibida por Blanco, que le agradeció protocolariamente su asistencia al acto. La fuga de Bombay, la huida de la condesa descalza, proporcionó una oportunidad de oro al vicesecretario general del PSOE para ironizar sobre el valor y los valores de la presidenta madrileña, que, fiel a su aguerrido talante, no tardaría en descalificar y contraatacar con su peculiar desparpajo al lenguaraz político lucense, que, desde su nuevo puesto, ya ha dado muestras de moderación en el lenguaje, de portavoz deslenguado a ministro dialogante y mediador, gajes, o galas, del oficio. Pepiño, para sus amigos, y aún más para sus enemigos, devolvió al oficio de portavoz, heraldo, vocero de opiniones compartidas, un tono beligerante, a la par que irónico, asumiendo su redundante papel de blanco favorito de los dardos de una oposición belicosa que siempre entraba al trapo y al quite de Pepiño, que desviaba la embestida lejos del diestro.

Esperanza Aguirre comparecerá ante José Blanco enarbolando la lista de plegarias de la Comunidad de Madrid, presuntamente desatendidas, por la ministra saliente. De vengativa Judith a seductora Salomé, Esperanza desplegará sus velos y guardará la espada. De Herodes tonante a mediador transigente, José Blanco ensayará modales corteses y aparcará sus diatribas de portavoz. Esperanza a los pies de Blanco podría ser el título de uno de esos cuadros históricos, mitológicos y alegóricos que nutrieron las pinacotecas en tiempos pretéritos. El cambio de talante de la presidenta madrileña podría inscribirse en el contexto de un reposicionamiento de urgencia, imprescindible quizás para redimir su imagen intransigente y polémica frente a sus correligionarios y sus electores, un quiebro más en la quebrada y quebradiza trayectoria de la ambición rubia del Partido Popular. Espionajes y corrupciones, conspiraciones y añagazas se diluyen en la pertinaz parsimonia de los tribunales; la acumulación de nuevos escándalos en el diario devenir de la política volverá a actuar como un bálsamo de olvido y una garantía de impunidad y seguirá degradando la imagen de la justicia y de la política en el común de las gentes comunes, cada vez más escépticas y menos resignadas.

La mano munífica del Estado apuntalará una vez más, quizás más que nunca, al corrupto, parasitario y fracasado sistema capitalista y neoliberal. Las obras públicas, como en los viejos tiempos del franquismo autárquico, paliarán el desempleo y salvarán de la quiebra a una plétora, a una rémora, de empresas y consorcios privados, víctimas, pero sobre todo culpables, de la que nos está cayendo. Esperanza Aguirre, mecenas de todas las privatizaciones, comparecerá ante Blanco con su lista de plegarias desatendidas. El ministro Blanco, que según sus declaraciones a este periódico tiene "una sensibilidad especial por las infraestructuras", rara propensión donde las haya, atenderá las plegarias de Esperanza. Las infraestructuras mejorarán sensiblemente; sólo queda saber, y controlar, quiénes serán los gestores, los beneficiarios, los intermediarios de tan vastas y lucrativas inversiones. Si hacen con el asfalto lo que hicieron con los ladrillos, la próxima catástrofe está servida.

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