El secreto histórico de La Latina
Visita al desconocido Jardín del Príncipe de Anglona, junto a la calle de Segovia
Esta tapia encierra silencios y destapa cantes.
-Estos quereres tuyos me están matando...
-Anda, ¡toma!...
Los tres gitanos espigados canturrean y palmean en uno de los bancos donde el polen se deja caer. Pilar y Ricardo acaban de entrar en este parque que en realidad es una cápsula. Si no, atentos: la plaza de la Paja, con su cuesta de tierra, ve cómo los vecinos abren ventanas y acarrean bolsas de la compra. En la calle de Segovia, los camiones descargan bebidas en los restaurantes. Y, en medio de todo eso, la pareja está encerrada entre cuatro paredes:
-Mira, esa iglesia es mudéjar.
-Anda, fíjate... En Madrid.
Ricardo está acostumbrado a que su mujer, que en realidad es de Huesca, gane todas las batallas históricas. Cualquier dato. Así que él se deja llevar. Por eso mismo, esta mañana de luz grisácea ha acabado en los jardines del Príncipe de Anglona, un laberinto diminuto de vegetación con una fuente en medio, pérgolas con enredaderas y un templete de hierro. Una cápsula casi desconocida para turistas y madrileños. Cuenta Pilar que ella sí sabía de su existencia, pero que él no. "Teníamos el día libre y hemos venido a pasear por el centro. Nos ha encantado. Creíamos que era medieval, pero no".
El lugar, de 500 metros cuadrados, pasa inadvertido para los turistas
Tras 12 años cerrado, el parque se abrió al público en 2002
No. Este remanso de paz verde de 500 metros cuadrados es dieciochesco. Lo construyó en 1761 el arquitecto y paisajista Nicolás Chalmandrier, y en él trabajaron los mismos arquitectos y jardineros que en ese momento estaban construyendo el Parque del Capricho. Este jardincito de La Latina estuvo vinculado a la casa-palacio del Príncipe de Anglona, que tuvo ilustres moradores a lo largo de su historia, como el XI Conde de Benavente. Pero el jardín, tal y como está hoy, fue un encargo de los marqueses de la Romana al pintor y paisajista J. De Winthuysen en 1920. Ahora, el parque es de propiedad municipal (abre de 10.00 a 18.30). Pero, para muchos, sigue siendo un secreto.
María Llopart, vecina de la calle de Bailén, asiente mientras sale por la puerta. "Es desconocido, afortunadamente. Es un bomboncito", dice. Aun así, hay desaprensivos que lo conocen: sus muros tienen algunos graffitis aquí y allá. A ella le gusta venirse a leer el periódico en los días soleados. La sombra de los plátanos, granados y caquis oculta hoy a la mujer reivindicativa y de pelo blanco.
El chico de cresta y cadena de oro no parece consciente de dónde se sienta. Saca papel de fumar y marihuana. Se lía un porro. "Claro tronco, me vengo aquí porque esto está escondido. Aquí no llegan los maderos".
María, que aún no se ha ido, recuerda los tiempos en que acechaba la amenaza de la privatización. En 1978, el parque y el palacio pasaron a titularidad municipal, pero cinco años más tarde unas empresas compraron el palacio para convertirlo en apartamentos de lujo. E iniciaron la restauración del jardín. Una vez vendidos los apartamentos, las constructoras interrumpieron su compromiso y dejaron a medias el trabajo que inició la paisajista Lucia Serredi. En la primavera de 1990, los nuevos propietarios del palacio cerraron las cancelas del jardín con llave. A partir de ese momento, el barrio de La Latina y Serredi dieron la voz de alarma, visitaron el Ayuntamiento, enviaron cartas y recogieron firmas. Para que el lugar fuera de todos. María firmó. En 2002, terminó el calvario. Por fin, se abrió al público y se separó del palacio con una valla.
Y por fin Madrid pudo ver cómo el jardín en volandas tiene estas vistas: la torre de la iglesia de San Andrés, tejados y fachadas ocres, naranjas, rosas, marrones, como colocadas en exposición por el Ayuntamiento. Serredi sólo ha ido una vez a ese nuevo jardín. Se horrorizó: "Tuve un cuidado enorme en no romper el misterio y encanto del parque, el único jardín pensil de la ciudad. La restauración del Ayuntamiento no ha tenido ninguna sensibilidad con la historia. La fuente central está a un lado. En medio, se han inventado otra. Además, han colocado una celosía que parece de chalé de Albacete. Muy arbitrario y sin respeto".
Luis, el conserje de charla fácil del palacio, no tiene ni idea de controversias municipales. Abre la puerta hasta que se le ve medio cuerpo: "La mayoría de la gente que está ahora son jóvenes que han alquilado las oficinas o los pisos. Nunca han disfrutado el parque. No te sé decir nada más". El vecino del 2º A, una voz joven a través del interfono, asegura llevar poco tiempo en la finca. Fin de la audiencia.
Ahora hay dos jóvenes enamorados que se tumban junto al templete. Traen bocadillos y refrescos. Se dan besos. "Claro que conocemos este jardín. Vivimos en el barrio y venimos cuando hace bueno", cuentan. Juan, un obrero con traje de faena, dice que esta semana trabaja en La Latina y está viniendo a tomarse el almuerzo al sol intermitente. Luego cerrará los ojos, vendrán las nubes y el silencio del parque dará miedo.
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