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LECTURA

Crónicas del linfoma

A lo largo de tres años, José Comas, corresponsal de EL PAÍS en Alemania, fue narrando a un grupo de amigos su lucha contra el cáncer que le acabaría venciendo el 22 de marzo de 2008. Sus vivencias, salpicadas de maestría y pasión por el periodismo, se reflejan en el libro que ahora publica Rey Lear Editores

Los médicos han diagnosticado en Berlín que José Comas, de 60 años, corresponsal en Alemania del periódico español EL PAÍS, padece un linfoma de tipo maligno que responde al nombre de No Hodgkin. Se trata de "una afección en la cual se forman células cancerosas en el sistema linfático", según la definición del National Cancer Institute de Estados Unidos.

Tanto Comas como No Hodgkin se encuentran en perfecto estado de ánimo y dispuestos para darse de hostias en una pelea a muerte con incierto desenlace. Se trata de un combate en el que vale todo, sin que tengan vigencia las normas de la Convención de Ginebra. Por este motivo, Comas está dispuesto a atacar a No Hodgkin con armas químicas.

Soy espectador de mi propio mal y espero poder mantener esta posición hasta donde sea necesario
Me sentí muy unido al sufrimiento de Wojtyla. Me gustaría morir como él, con las botas puestas, enviando una crónica
El trasplante de médula a Stefan Morsch, que sufría leucemia, fue todo un éxito. El paciente se murió de neumonía
Si todo sigue mal, tendré que encargar al 'gaiteru' para que toque 'Asturias patria querida' y me tiráis al Sella

La enfermedad se manifestó después de que el paciente notase síntomas alarmantes: fuerte agotamiento, sudores extemporáneos y pérdida de peso. Los análisis de sangre encargados por el doctor Hajo Reitzig dieron unos resultados preocupantes que indicaron la conveniencia de realizar una biopsia de médula ósea. La doctora Antje Koschuth realizó la punción en la cadera. El profesor H. Stein emitió un dictamen que constató la presencia de No Hodgkin en el cuerpo de Comas. La médica comunicó al paciente que la enfermedad es mortal, si no se trata.

(...) Al término de la consulta en la que la médica informó al paciente del diagnóstico y de los efectos de la quimioterapia, le entregó una carpeta que contenía informaciones sobre una peluquería de la capital alemana que afirma hacer las mejores pelucas y una lista de grupos de terapia para enfermos de cáncer. Comas, que es asturiano y ejerce como tal, se ha mostrado dispuesto a no recurrir ni a la peluca ni a los grupos de terapia.

Hasta aquí, queridos amigos, la información pura y dura para aquellos que no tengan tiempo ni ganas de seguir con la crónica, que continuaré en primera persona, en contra de mis principios periodísticos. Llevo publicadas en EL PAÍS más de 5.000 crónicas y creo que sobran los dedos de una mano para contar las veces que escribí algo en primera persona.

Como dicen por el querido Caribe: "Así está la vaina, chico". Desde el regreso del verano me encontraba mal, muy agotado y sin explicación; después vinieron unos sudores horribles, que surgían de forma imprevista, y siguió la constatación de una inexplicable fuerte pérdida de peso: desde los 102 kilos hasta los 95 de ahora.

Me encuentro bien de ánimo, más adelante explicaré mis mecanismos de defensa, y dispuesto a la pelea contra No Hodgkin con la misma fuerza y energía con que mi antepasado Don Pelayo le dio leña a los sarracenos en Covadonga. Los de Cangas de Onís dicen: "Descendemos del primer botón de la bragueta de Pelayo". Estoy dispuesto a demostrarlo. Recuerdo que en enero de 1988, al día siguiente de mi llegada a Buenos Aires, se sublevó el coronel Aldo Rico y se refugió en Corrientes, al lado del río Paraná. Salí en su busca y lo encontramos. Le pregunté a Rico si estaba allí para poder escapar a través del río a Uruguay o Brasil, si las cosas se ponían feas. Rico me miró con expresión feroz y respondió: "Yo soy hijo de asturianos y nieto de gallegos, y esta raza no se rinde". Pues bien, me permito parafrasear a Rico: "Soy hijo y nieto de asturianos y no pienso rendirme".

No soy tan ingenuo como para ignorar que No Hodgkin puede ganar la pelea. Favila, el hijo de Don Pelayo, se peleó con el osu cerca de Cangas y ganó el plantígrado. Espero que en este caso las cosas vayan de otra forma y el osu No Hodgkin salga derrotado en este lance. (...) La enfermedad me ha hecho caer en la cuenta de lo injusto que es perder con la muerte conocimientos y capacidades y no poder transmitirlos a los que quieres. Si fuera posible, me gustaría cederle a Lorite [alusión a su esposa Ana Lorite] mi alemán para ahorrarle sus pugnas permanentes con el der, die, das y similares. A José quisiera pasarle lo que sé de periodismo. A lo mejor, todavía tengo tiempo a darle un taller particular y enseñarle algo de lo único que creo entender en la vida. A Libertad es difícil saber qué necesita. (...) Me encuentro fuerte y tranquilo. Afronto la situación con lo que yo defino como "mentalidad periodística" y lo aplico al caso. Se trata de imbuirse de la posición del espectador no involucrado. Con esta mentalidad me aproximé siempre a los temas, ya fuesen Kosovo, Haití, la guerra en Nicaragua, El Salvador o Macedonia, los bombardeos en Belgrado, el terremoto de México o lo que fuera. Yo era un espectador y no me podía pasar nada. Por eso creo que nunca sentí miedo. (...) Me siento espectador de mi propio mal y espero poder mantener esta posición hasta donde sea necesario. (...) Espero poder mantener este contacto con todos vosotros por mucho tiempo, con la venia de No Hodgkin, al que presiento ahí agazapado. Noto cómo me consume y corroe por dentro.

Un fuerte abrazo a todos.

» Berlín, 8 de diciembre de 2004. Festividad de la Inmaculada, patrona del Colegio de los Jesuitas.

(...) Un salón de belleza, situado en el centro de lo que antes de la caída del muro era Berlín Occidental, al lado de la Kurfürstendamm, se convirtió en escenario de la primera operación de guerra psicológica en la guerra contra No Hodgkin iniciada por José Comas, de 60 años, corresponsal en Alemania del periódico español EL PAÍS. Ante la información proporcionada por la doctora Antje Koschuth, hematóloga que dirige la lucha contra No Hodgkin, de que la caída del pelo del paciente se produciría en torno a la segunda sesión de guerra química, Comas optó por anticiparse y privar al protervo personaje de lograr una victoria capilar. Sostiene Comas: "El pelo que me queda es mío y seré yo quien decida sobre su destino".

» Berlín, 10 de enero de 2005.

(...) Los dos ataques químicos mencionados los resistió bien el enfermo, aunque sufrió las consecuencias de algunos daños colaterales. La prueba palpable de esa resistencia se puede encontrar en las reacciones inmediatas del paciente tras los ataques. En el primero, el 19 de enero, cuando Comas regresaba a casa en su coche Golf con matrícula española, un taxista tocó la bocina por considerar lenta una maniobra de giro a la izquierda. El corresponsal ha desarrollado a lo largo de casi 30 años de correrías periodísticas por Europa y América Latina una aversión al gremio del taxi, una especie de taxistofobia, excepción hecha con los de Lima, por tratarse de honrados padres de familia que intentan mejorar sus escasos ingresos haciendo taxi. En consecuencia, Comas aplicó al taxista berlinés su receta habitual en esos casos de agresión acústica: circular con especial lentitud para exasperar más al conductor inquieto impedido de adelantar. En ocasiones, ante los pitidos impacientes, el periodista ha llegado incluso a descender del coche, simular que busca el motivo de las advertencias sonoras y emitir un gesto de incomprensión hacia el chófer detenido detrás, devorado por la adrenalina y al borde del ataque de nervios. En aquella ocasión del pasado 19 de enero, tras la marcha lenta, ambos conductores quedaron emparejados a la misma altura ante un semáforo, circunstancia que aprovechó el taxista para increpar a Comas con un: "¡Hay que circular más rápido!". Al constatar, por la pronunciación y aspecto externo, que el taxista pertenecía a la minoría nacional más numerosa de Berlín, o sea, la turca, Comas le respondió con un grito políticamente incorrecto y un pelín xenófobo: "¡Vete a conducir a Anatolia!". La cosa no llegó a mayores, salvo la desesperación de Ana Lorite, sufrida esposa del corresponsal, que no soporta este comportamiento, que ella considera macarra e impropio de la presunta categoría de su marido.

» Berlín, 1 de marzo de 2005.

(...) Creo que la renuncia a la terapia ocupacional que suponía el trabajo diario para el periódico me deja un poco mal. Espero poder recuperarme y reunir fuerzas para trabajar tras la siguiente sesión de quimioterapia en el hospital. Desde casa sigo la información y tengo muchas más ideas que cuando trabajo en el día a día, pero me encuentro sin fuerzas para convertir todo lo que se me ocurre en forma de crónica. Espero superar esta fase, que todos me aseguran que es normal por las cifras de mis análisis, con unas defensas por los suelos y la falta de toda clase de glóbulos destruidos por la quimioterapia.

» Berlín, 27 de marzo de 2005 (Domingo de Pascua).

(...) Los ataques químicos, que obligaron a un internamiento de ocho días, coincidieron con la agonía y muerte del papa Juan Pablo II, que Comas siguió con atención a través del televisor. Mientras permanecía enchufado al gotero con la química y demás productos, el corresponsal tuvo tiempo suficiente para recordar los diversos momentos en que su carrera se cruzó con el Papa a lo largo de más de 25 años, desde poco antes de su elección en 1978. Las complicaciones derivadas de la quimioterapia obligaron al enfermo a seguir desde la cama hospitalaria el partido de cuartos de final de la Liga de Campeones entre el Chelsea de Londres y el Bayern de Múnich.

Esta segunda sesión de quimioterapia internado en la clínica Virchow revistió una especial dureza. (...) Tras la salida del hospital, el paciente tuvo que proceder a autoinyectarse durante varios días una dosis de los llamados granocitos para elevar la cifra de glóbulos blancos. Se trata, al parecer, de un producto utilizado por los ciclistas y considerado dopante por los reglamentos deportivos internacionales. Por este motivo no estará Comas en condiciones de tomar la salida en el próximo Tour de Francia. Un control antidoping daría positivo. (...)

(...) Mi condición de linfómano me otorga licencia para la incorrección política. En contra del sentir de la progresía más o menos militante, no puedo menos que expresar mi admiración por el difunto Karol Wojtyla. Me encontraba en la clínica Virchow, enchufado a la química, el miércoles de su dramática aparición final en el balcón de la plaza de San Pedro, cuando no fue capaz de articular palabra y se limitó a bendecir a los fieles. Luego siguió su agonía, que coincidió con los daños colaterales de mi quimioterapia. Me sentí muy unido en el sufrimiento con Wojtyla. Pensé que me gustaría morir como él, con las botas puestas, y en el intento de enviar una última crónica.

Los últimos años del Papa, con su ancianidad y decrepitud, expuestas sin el menor pudor, me parecen admirables en estos tiempos de culto al cuerpo, a la juventud y a la belleza, cuando los mayores de 50 años no tienen ya la menor posibilidad de encontrar trabajo. Creo que se necesita mucho valor y entereza para exponer en público, como hizo Wojtyla, la propia decadencia y continuar en el ejercicio de su profesión hasta el final. Pienso en mi padre, enfermo también de Parkinson, que se encerró en casa durante más de 10 años y no quería que le viera nadie más allá de sus familiares más próximos. Yo creo que también reaccionaría así. No soportaría exponer en público mi degeneración.

Mis días de quimioterapia y la agonía de Wojtyla me hicieron evocar los cruces con el Papa en mis andanzas de corresponsal y enviado especial que ahora intentaré relatar. Un día a finales del verano de 1978 recibí en Bonn una invitación de la embajada de Polonia para acudir en Colonia a un cóctel en honor a una delegación del episcopado polaco que visitaba Alemania. El día de marras concluí mi trabajo, entonces para Diario 16. Hacía ese calor húmedo e insoportable de Bonn, estaba cansado y me dije: "¡Bah!, no me apetece ir ahora a Colonia. No merece la pena por un par de obispos polacos". Uno de aquellos obispos era Karol Wojtyla. Un par de semanas después era el nuevo papa Juan Pablo II. ¡Que el Señor me conserve mi buen olfato periodístico!

» Berlín, 6 de mayo de 2005.

(...) El catedrático Lutz Uharek me visita todos los días. Con su sensibilidad habitual me dijo que soy el enfermo más grave que tiene y que me puedo quedar así para siempre, pero: "Es el precio de estar vivo". (...) La estación del hospital se llama Stefan Morsch. Era un chico de Renania-Palatinado al que a principios de los ochenta le diagnosticaron leucemia. Sólo un trasplante podía salvarlo y en Europa nunca se había hecho. Se hicieron colectas para mandarlo a Estados Unidos. Le trasplantaron la médula y se curó la leucemia, pero a los cuatro meses murió de neumonía. El trasplante, un éxito, el paciente se murió.

Yo estoy dispuesto a pelear, pero a veces me vengo abajo.

Trataré de informaros de cómo evoluciono. Si todo sigue mal, tendré que encargar al gaiteru para que toque Asturias patria querida en el Puente Romano de Cangas de Onís y me tiráis al Sella.

» Berlín, 10 de febrero de 2008. Hospital Benjamín Franklin. -

Crónicas del linfoma, de José Comas (Rey Lear Editores). Precio: 9 euros. Fecha de publicación: 11 de abril.

El periodista José Comas, fotografiado en las Islas Malvinas en 1992.
El periodista José Comas, fotografiado en las Islas Malvinas en 1992.

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