Transición
La Comunidad Valenciana se enfrenta a uno de los periodos más duros de su historia. Habremos de decidir, entre todos, lo que queremos que acabe siendo la Comunidad Valenciana de la era Obama. La globalización es así. Esto que entendemos como el espacio de la vida en común de los valencianos carece de señas de identidad propias.
La lengua no es más que un instrumento virtual. Las fiestas, las fallas, el turismo, la música, el balbuceante proyecto cultural y hasta la conocida impronta de las naranjas, tienen un significado que apenas sobrepasa la frontera de lo doméstico. Los valencianos pintaremos algo en el mundo que nos sobreviene únicamente si somos capaces de subirnos al proyecto del progreso y la modernidad. Hoy, más que nunca, conocemos con bastante certeza lo poco que podemos esperar de los políticos a la hora de encauzar adecuadamente este reto. ¿Cuál es el peligro al que nos enfrentamos?
Hace años que, a pesar de los cantos triunfalistas, la Comunidad Valenciana inició una clara decadencia en aquella parcela donde comienzan todos los males y que es la de los principios y las ideas. Y en estos momentos los empresarios, los líderes y las organizaciones, son quienes están llamados a desarrollar un proyecto válido y duradero para la Comunidad Valenciana. Los políticos, por propia naturaleza, son efímeros y además han sido incapaces de generar confianza. Y la sociedad necesita, más que nunca, aferrarse a un proyecto viable e ilusionador que permita el despegue de sus valores y oportunidades. Aún así, vivimos inmersos en una sequía de iniciativas empresariales que vayan más allá de la ambición de una cuadrilla o de la estricta cuenta particular de resultados. Y así no vamos a ninguna parte.
Los empresarios valencianos en su mayoría no están para bromas y el tiempo para reaccionar con éxito se acaba. Las fórmulas del pasado no son válidas y además han sido las que nos han conducido al callejón sin salida en el que nos encontramos. Sin empresas no hay negocio, ni se genera riqueza ni se crean empleos.
Los empresarios valencianos se han olvidado de sus señas de identidad y de las trayectorias de los grandes emprendedores que marcaron época y trabajaron para afrontar la economía, con objetivos que beneficien a la sociedad y al bienestar de los ciudadanos. Nadie puede sentirse rico en un entorno de pobreza, decadencia y necesidad.
Las empresas valencianas necesitan sentir confianza en sí mismas y para conseguirlo es preciso huir de la megalomanía y de la irrealidad. Se necesita un sistema económico equilibrado donde la producción agroalimentaria y de plantas ornamentales, la industria y el amplio sector de los servicios recuperen su papel y su potencialidad en el panorama de la actividad económica.
Hace unas semanas que ha fallecido Joaquín Maldonado Almenar, una de las personalidades más señaladas del panorama político, económico, periodístico y cultural de la Comunidad Valenciana. Una de las biografías más apasionantes de nuestro acervo histórico contemporáneo. Sin él, por ejemplo, ni la Bolsa, ni la Cámara de Comercio, ni el Ateneo Mercantil, ni el panorama periodístico, ni la oferta cultural, ni la defensa de la lengua valenciana, serían tal como son, aunque no han llegado a ser como a él le hubiera gustado.
Biografía apasionante que se podría situar junto a la de Ignacio Villalonga Villalba, Joaquín Reig Rodríguez, Luis Súñer, Martín Domínguez Barberá, Francisco Domingo Ibáñez, Vicent Ventura Beltrán y otros muchos personajes que trabajaron en el ámbito de la economía y en otros, a los que contribuyeron de una forma anónima y muy interesada, porque sabían, cada uno de ellos, que de las situaciones complicadas o se sale todos juntos o no se sale. Y ese es nuestro desafío. En un libro reciente Manuel Cruz ha recreado su obra Filosofía de la Historia y se refiere a una frase de Renan cuando se preguntó: "¿De qué vivirán los que vengan detrás de nosotros?" Y no se refiere a cómo subsistirán materialmente -que también es una incógnita- si no más bien, en qué basarán su ideario y sus principios vitales para afrontar las grandes pruebas a las que se van a ver sometidos, en un mundo cambiante donde los valores y las convicciones para sobrevivir han ido cayendo sin condiciones y sin credibilidad en el sistema.
Aún así, estamos obligados a ser voluntaristas y a recuperar la fe en nosotros, en los demás y en que de las situaciones críticas surgen las soluciones duraderas y brillantes.
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