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Reportaje:Fase clasificatoria para Suráfrica 2010: Turquía-España

¿Qué pasa con Luis?

Ni el éxito en la Eurocopa ha endulzado al ex seleccionador, que guarda un rudo silencio

José Sámano

Ni la Eurocopa ha endulzado a Luis Aragonés, agrio como de costumbre pese a ser de por vida un gestor capital del mayor éxito del fútbol español. Después de su portazo tras el título de Viena, una inocua venganza interior contra no se sabe quién, el técnico ha mantenido un rudo silencio. Enmudeció no por dejar los focos a su predecesor o a los jugadores, sino por una rabieta contra un rincón periodístico al que imaginaba presuntamente en la indigencia profesional por falta de su verbo.

Un galardón monárquico le hizo reaparecer el lunes en Madrid mientras la selección tramitaba su visado en el aeropuerto de Estambul, donde ahora reside quien contribuyó, en buena medida, al éxito europeo. Luis, excusado por el protocolo palaciego de Zarzuela, no pudo ser hospitalario con quienes le ayudaron, cuanto menos, al éxito que le perpetuó su carrera en los banquillos en una Liga, la turca, tan refractaria al éxito y con una estimable capacidad financiera.

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"Prácticamente, no hemos tenido ocasión de vernos. Se vino a Turquía nada más acabar la Eurocopa", dijo ayer Vicente del Bosque. "He hablado con Luis más bien pocas veces", apuntó Casillas, el capitán que le hizo de intermediario con el grupo durante la entronización austriaca. Ambos convinieron: "Si le vemos en el partido, estupendo". Hay lazos, sin duda, pero con distancias unilaterales.

Algo ha contribuido aún más a la vampirización de Aragonés, desligado, por voluntad propia, de un podio que le pertenece como al que más. Las cosas de Luis, un sabio, dicen, a veces tan huraño con unos como cómplice con otros. En el vestuario de Del Bosque, nadie, ni por asomo, se destempla al mencionarle al técnico. Todo lo contrario. Tampoco su sucesor, pese a algún desplante semipúblico del entrenador de Hortaleza. Pero Luis está enfurruñado y no aclara qué deudas o cuitas tiene pendientes. Quizá lo haga el próximo junio, cuando, pese a su respetable silencio mediático, comente en televisión los avatares de la Copa Confederaciones, que se disputará en Suráfrica, donde España, por cierto, jugará con temperaturas de Oslo.

Luis quizá padezca el síndrome del seleccionador, un virus que parecía erradicado desde el bombazo de Viena. Sus antecesores lo padecieron y él también tras el Mundial de 2006, cuando dijo que se iría antes de dar un volantazo. Con Luis llegó el paraíso y cabía suponer que ya no habría cepa. No es así. Él debe mucho a los jugadores que hoy se han citado en Estambul, los futbolistas le deben mucho a él, la federación tiene que agradecérselo y también él debería haber subrayado con afecto el servicio federativo, con errores y aciertos. Es la vida.

En definitiva, hoy, en torno a la selección, todos sonríen, todos evocan con admiración a Luis, incluida la hinchada, más ligada que nunca a este grupo que él supo conciliar hasta el podio. Pero Luis está vinagre. El fútbol español nunca le olvidará; él se ha olvidado del fútbol español. Luis, un grande, si él quisiera. Sin sus cosas, sino con las de todos.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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