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Columna
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Gobierno en la sombra

La victoria de Núñez Feijóo supone la apertura de un nuevo ciclo político en Galicia. No porque los conservadores hayan vuelto al poder, sino porque el PP que ha ganado las elecciones difiere del que las perdió hace cuatro años. La derecha se apoya ahora en mayor medida en un electorado urbano de más densas adherencias ideológicas. Voces autorizadas sugieren que el PP podría recobrar Vigo, A Coruña y Lugo montado en la ola que le ha llevado al poder autonómico. Si esa ola incluye el fuego graneado de los medios de comunicación afines tendremos ocasión de comprobar el ocaso del balneario gallego. La bonhomía, me temo, se ha acabado.

Pero el cambio de ciclo debiera producirse también en los bancos de la oposición. No sólo Touriño y Quintana han salido del gobierno como boxeadores noqueados. PSdeG y BNG han dado sobradas muestras de que no había Plan B. Como consecuencia el BNG ha entrado, por enésima vez, en crisis existencial. Los socialistas parecen desenvolverse con mayor flema, pero la que se les avecina parece ser gorda. Se huele el cambio de ciclo en España lo que afectará a un partido que no tiene recursos para contrarrestarlo. Si las elecciones han deparado alguna enseñanza ambos partidos tendrían que proceder a la jubilación de la larga nómina de gentes para las que gobernar sólo ha consistido en subirse a la peana a alardear de su propia ineficiencia.

PSdeG y BNG deben aprender a negociar sus diferencias e incluso a apreciarlas

De hecho, el largo período en la Xunta del PP tuvo el efecto colateral de congelar la evolución de socialistas y nacionalistas. Ha sido la generación de la transición -ya en el ocaso en España- la que cuando el relevo tuvo lugar protagonizó el poder perdido. Esa diferencia de ritmo tiene que ser resuelta ahora. Es absurdo que los conservadores hayan remozado sus estructuras y que la gerontocracia campe por sus respetos en las filas progresistas. La experiencia, cuando es útil -que no siempre lo es- ha de ser valorada y tal vez habría que constituir un senado de eméritos. Pero a mucha gente le ha pasado el sol por la puerta y ya es hora de despedirse de ella. Se necesita una generación con menos prejuicios, menos fijaciones y, por supuesto, más decidida.

Y es que PSdeG y BNG necesitan para afrontar la oposición gentes que no den por supuesto que cuando se llega al gobierno hay que comprar periódicos, hacerle caso a la derecha en sus afanes de renacionalización de España o bailarle el agua, como monos de feria, a esos empresarios que, con razón, desprecian en privado a quienes de modo tan indecoroso se comportan. Después de la decepción es todavía más obligatoria una pasada por la izquierda y el galleguismo. Aquellos que sean llamados a manejar el timón tienen la obligación no sólo de elaborar una política netamente diferenciada de la derecha -el fraguismo de izquierdas ha fracasado en las urnas y en el juicio popular- sino también de hacerse creíbles ante aquellos a los que han defraudado. La gente puede muy bien tener el vicio de pretender que no le tomen el pelo.

Con un electorado partido a la mitad PSdeG y BNG tienen que cultivar un espacio estratégico propio, no sometido a los modos ni a la agenda de la derecha. Eso es lo que no supo hacer el bipartito y lo que le ha costado el gobierno. Es obvio que ese espacio ha de estar basado en una cultura de coalición. Ni un sólo elector ignora que en Galicia sólo hay dos opciones de gobierno: o el PP o la suma de PSdeG y BNG. Si han de volver a gobernar unidos se impone la buena voluntad entre ambas fuerzas.

Eso significa que ambos deben aprender a negociar sus diferencias e incluso a apreciarlas. El problema con el PSdeG y el BNG no es que tengan supuestos incompatibles. Al contrario, desafío al respetable a que me indique qué política desarrollada por una consellería del PSdeG no podría ser firmada por una del BNG y viceversa. Incluso la política lingüística, cosa que no siempre se tiene en cuenta, corrió a cargo del PSdeG. No son las diferencias programáticas las que han sido el motivo de su confrontación interna sino más bien el oportunismo de ambas fuerzas y la inexistencia de un horizonte bien definido. Lo que escenificaron ante sus electores fue la lucha desnuda por el poder, no la diversidad de posiciones. Lo que ha molestado a la gente es la estupidez. Ese sectarismo más propio de un juego de niños que de partidos a los que se supone adultos y respetables.

Para evitar que se repita la improvisación, la elección para los cargos de personas ignaras y, en definitiva, la ausencia de política, sería bueno que unos y otros procediesen a la formación de lo que los ingleses llaman "cabinet shadow". Un gobierno en la sombra sería una manera de proceder a la fiscalización de la actividad del gobierno pero más todavía una respuesta a la necesidad de elaborar propuestas rigurosas. No hay ni que decir que es mucho más fácil llegar a un pacto con otra persona si uno sabe lo que quiere.

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