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Columna
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Días de teatro

Ni el cine aniquiló al teatro, ni la televisión acabó con el cine, ni el vídeo mató a la estrella de la radio, ni el libro electrónico borrará del paisaje al libro convencional. A los asesinos natos, profetas de los apocalipsis mediáticos, habría que responderles con aquello de "los muertos que vos matáis, gozan de buena salud". Subrayan los periódicos que el teatro en Madrid se recupera, en todos los campos menos en el económico. Crecen en la capital las salas alternativas, nacen nuevos escenarios aunque otros desaparezcan asfixiados por las burocracias y olvidados por las instituciones culturales, se fundan escuelas y se forman grupos entusiastas y creativos, con más voluntad que medios, capaces de llegar a un público nuevo. En un camino inverso al que hasta hace poco fuera transitado, actrices y actores de cine y televisión se inician o vuelven a las tablas y sus nombres en los carteles se apuntan como un valor añadido.

El hueco de los grupos independientes parece ampliarse en estos tiempos críticos

Petra Martínez y Juan Margallo, tanto monta, monta tanto, y muchas son las que han montado desde finales de los años sesenta, reinventan cada día el teatro en el escenario del Alfil, entran y salen de su función como de su propia casa, porque ésta es su casa y su cuarta pared la forma un público que aglutina a varias generaciones de espectadores, heredados y herederos de aquella Castañuela 70 con la que los grupos Tábano y Madres del Cordero recuperaron el desparpajo y la sátira del teatro popular y arrasaron durante un breve verano en las taquillas del Teatro de la Comedia, antes de ser arrasados por la censura de la que se habían burlado y a la que habían burlado con sus artes de birlibirloque como buenos pícaros. Ados@dos es una construcción dramática para tiempos de crisis, sólo dos personajes, autores y directores de una ingeniosa trama verbal apoyada por sencillos gadgets electrónicos; un pequeño robot oficia el papel de mayordomo en esta farsa en la que la lectura, literal, de algunas cláusulas de la declaración de Hacienda adquiere dimensiones hilarantes.

Petra y Juan, cuarenta años juntos, dentro y fuera de los escenarios, sirven un desayuno familiar en el que desmigan con el café las rebanadas de actualidad que son las páginas de los periódicos. Una pareja acomodada y enclaustrada en una urbanización provista de las más sofisticadas medidas de seguridad comenta lo que ocurre del otro lado de sus protectoras fronteras en un desternillante diálogo de sordos: "Un indio se ha llevado el Premio Nobel", lee ella. "¿Y lo han cogido?", responde alarmado su cónyuge, al que le quitan el sueño los "subsaharianos" que cruzan el Estrecho en patera como fieros descendientes de Tarik y del moro Muza.

Petra y Juan estrenaron su obra en la sala pequeña del Teatro Español, que ha recuperado con Mario Gas y Ángel Facio, entre otros acreditados profesionales de la escena, su prestigio y sus funciones, prestigio y funciones que cayeron por los suelos durante el mandato del histriónico alcalde Álvarez del Manzano, que consideraba La venganza de don Mendo una cima del teatro clásico español, a juzgar por el número de representaciones que patrocinó de una de las obras más representadas del repertorio teatral en este país, quizás sólo superada por el Tenorio.

Ángel Facio hizo de Los Goliardos, desde los primeros años sesenta, un referente imprescindible del primer teatro alternativo, siempre al borde de la clandestinidad y al filo de la penuria, teatro itinerante que deambulaba por colegios mayores, asociaciones culturales y otros ámbitos igualmente sospechosos para la autoridad presuntamente competente. Los Goliardos, Bululú, el TEI y el Tábano pululaban, entre otros grupos independientes, abriendo un hueco que aún no se ha cerrado, sino que parece ampliarse en estos tiempos críticos. Se extinguió la censura pero la penuria continúa.

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Con Alejandro y Ana, subtitulada "lo que España no pudo ver de la boda de la hija del presidente", el grupo Animalario retomó el teatro crítico y puntual, independiente y mordaz, durante el aznarismo declinante. Las imágenes de aquella boda escurialense y hortera vuelven a asomarse a los periódicos. En el desfile de modelos de aquella pasarela de los horrores lucía Correa, el gran financiador de vestuarios, sus mejores galas precarcelarias. Sólo queda proponerle a Animalario una versión actualizada de El sastrecillo valiente, que podría arrancar con José Tomás (el sastre) tomándole las medidas a Camps en una suite del hotel Ritz.

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