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Columna
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De Bush a Obama

¿Cuánto puede diferenciarse la política para Oriente Próximo del presidente norteamericano Barack Obama de la de George W. Bush? ¿En qué medida esa política de respaldo unilateral a Israel y de sanciones contra Irán obedecía a inclinaciones o declinaciones personales del líder republicano, y por ello es susceptible de corrección, y cuánto tiene de enroque de gran potencia, que no hay presidente que quiera o pueda alterar?

El tono, sin duda, es muy distinto. El demócrata, recién inaugurado concedía una entrevista a una cadena de televisión árabe; desplegaba toda la gesticulación que corresponde a quien está convencido de que puede hacer de hombre bueno -honest broker- en el conflicto palestino-israelí; se dirigía a Teherán ofreciendo una segunda oportunidad, y en lugar del eje del mal, que conjuraba el anterior presidente, llamaba a Irán República Islámica; iniciaba contactos con Siria, que para Bush era otro nido de terroristas; y aún no ha desmentido que quiera retirarse de Irak.

Dos de los conflictos a los que se enfrenta Obama, Irán y Palestina, se hallan enmadejados entre sí

La cejijunta respuesta de Teherán es más que un acuse de recibo, pero menos que un buen recibimiento. El país de los ayatolás está persuadido de que los anglosajones tienen una grave deuda con Irán. En 1953 la CIA, a petición de la ex potencia imperial Gran Bretaña, derrocó a Mohamed Mussadeq, nacionalista laico, para reponer al sah; en 1988, un buque norteamericano derribó con un misil un avión de línea iraní sobre el golfo Pérsico, lo que Rajiv Gandhi, entonces primer ministro de la India y ex piloto, calificó a este periódico de "error imposible"; Washington apoyó con armas a Irak en la guerra contra Irán (1980-88); Israel ocupa desde 1967 los Lugares Santos del Islam en Jerusalén, y ejerce la más brutal represión contra los palestinos; y, finalmente, las sanciones económicas forman un todo incompatible con la tábula rasa para negociar que dice exigir el país chií.

Si Obama no ha esperado para su llamamiento a la celebración de las elecciones presidenciales iraníes en junio, será porque cree en la victoria de Mahmud Ahmadineyad, y que un conservador puede ser interlocutor más fiable que cualquier reformista que quedase como figurón a la sombra del guía religioso Alí Jamenei. Y en este minué de fintas, anuncios dramáticos, y declaraciones para consumo interior, el iraní tiene que elegir entre diversas posibilidades: a) exigir la eliminación de las sanciones, lo que difícilmente Obama puede conceder porque su oposición a un Irán con el arma nuclear es tan firme como la de Bush; b) negociar sobre negociar para no decir ni sí ni no; y c) y, rizando el rizo, aceptar la negociación aunque sea sin intención de llegar a nada.

Esta última opción resultaría devastadora porque introduciría una tremenda cuña en la relación Israel-Estados Unidos, máxime con un Gobierno de extrema derecha como el de Benjamin Netanyahu, y causaría idéntico efecto entre los países árabes prooccidentales que malquieren tanto la belicosa retórica de Irán como el pesado puño de Israel.

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Dos de los conflictos a los que se enfrenta Obama, Irán y Palestina, se hallan enmadejados entre sí de forma que cualquier retroceso en uno influye negativamente en el otro, y a su vez rebotan sobre el tercero y más acuciante, la guerra contra el talibán y Al Qaeda en Afganistán / Pakistán (Afpak). La intriga del primero puede reducirse a saber si Estados Unidos está dispuesto a que Teherán decida sin interferencias si quiere el arma atómica o le basta con desarrollar la energía nuclear por si algún día quiere la bomba, todo lo que hoy parece tan imposible de aceptar como ayer con Bush.

Y el segundo llevaría a tal enfrentamiento con Israel que cuesta un mundo imaginar. La Autoridad Palestina se halla en una sima de descrédito, gracias en parte a Israel; el movimiento terrorista Hamás se convierte a pasos agigantados en la OLP de los años ochenta; cada vez que Ahmadineyad invoca la desaparición del Estado sionista, aparte de incitar a un crimen, rinde un pésimo servicio al pueblo palestino, porque eso equivale a extender al Gobierno de Jerusalén un cheque en blanco para Washington; y, finalmente, Netanyahu, es un artista en levantar cortinas de humo en las que esconder cualquier no-negociación.

Obama retirará, quizá, las tropas de Irak, lo que ya iba a hacer Bush; y buscará acuerdos políticos para Afganistán, Palestina e Irán, contrariamente a su predecesor. Pero el fracaso en cualquiera de ellos entrañaría el empeoramiento de la situación en los otros dos. Aunque es verdad que Bush ni lo ha intentado.

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