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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Viraje estratégico

Obama alude a un plan de salida de Afganistán y deja pendiente la unificación de mandos

El secretario de Defensa Robert Gates anunció el pasado enero la reducción de los objetivos de la misión estadounidense en Afganistán, reconsiderando el propósito de democratizar por medios militares el país y concentrándose, en cambio, en la lucha contra Al Qaeda y otras organizaciones terroristas asentadas en la frontera con Pakistán. Poco después, el presidente Obama aprobó el despliegue de 17.000 soldados adicionales antes del próximo verano, lo que suponía incrementar en un 50% las tropas estadounidenses desplegadas en Afganistán.

No se trata de decisiones contradictorias. La renuncia a conseguir la democratización de Afganistán por las armas no significa que el nuevo Gobierno de Estados Unidos -como tampoco el resto de los aliados, bajo paraguas de la OTAN- deje de apoyar la instauración de un régimen democrático en Kabul; significa que la estrategia de exportar militarmente la democracia es irrealizable y que, por tanto, debe ser sustituida por otra. Y la lucha contra el terrorismo, según han podido experimentar las tropas internacionales durante los últimos años, necesitaba un mayor esfuerzo en hombres y medios, que es a lo que pretendió atender el presidente de EE UU.

Obama acaba de apuntar en el curso de una entrevista televisiva un nuevo rasgo de este viraje estratégico al recordar que la permanencia de las tropas extranjeras en Afganistán no puede ser indefinida. Habló, en concreto, de la necesidad de contar con un plan de salida. No será fácil establecerlo ni es previsible que pueda ser aplicado en un plazo breve, pero lo sustancial del mensaje es el principio que se establece: la misión tendrá a partir de ahora un carácter temporal. Frente a la guerra escatológica y sin final que defendió Bush, el nuevo presidente es consciente de que los ejércitos no pueden asumir el grueso de las tareas que corresponden a la política exterior. Y de ahí que haya anunciado, además, una mayor atención a la acción diplomática en la región y a la reconstrucción económica de Afganistán.

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En el diseño que se va perfilando poco a poco desde Washington falta, con todo, un último elemento, que quizá se despeje en la próxima reunión de la Alianza Atlántica prevista para el 31 de marzo. Desde el inicio de la misión militar en Afganistán han coexistido sobre el terreno dos operaciones y dos mandos diferentes, uno estadounidense, responsable de Libertad Duradera, y otro de la OTAN, al frente de la ISAF. La reconsideración de la estrategia que está impulsando Obama tiene por fuerza que plantearse las disfunciones que ha provocado esta dualidad, aprovechadas política y militarmente por los insurgentes afganos.

Si Estados Unidos ofreciera a la OTAN un papel secundario en el cambio de estrategia para Afganistán, la credibilidad de la organización quedaría seriamente dañada. Y, conviene recordarlo, iniciativas como la de España al retirarse de Kosovo no se lo ponen fácil a la Alianza.

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