La Alianza de Civilizaciones mira al futuro
La Alianza de Civilizaciones cobra una perspectiva más importante de la tenida hasta ahora con motivo de su II Foro, que se celebrará en Estambul los próximos días 6 y 7 de abril.
Cuestiones de alcance semejante ha habido muchas en la historia humana, como la gesta sionista que llevó a la creación del Estado de Israel y la realización de la Unión Europea. La concreción de la primera la llevó a cabo Theodor Herzl. La de la segunda, Jean Monnet.
Ambas personalidades se caracterizaron por tener, acerca de la posible aplicación de su ideal, un firmísimo convencimiento. Los dos grandes hombres estuvieron muy dotados con el carisma del consejo como capacidad de pasar de los principios generales a las situaciones particulares. Sabían -utilizando la descripción que hace Robert Stenberg- "qué decir a quién, cuándo decirlo y cómo decirlo para lograr el máximo efecto". Una inteligencia muy distinta a la capacidad especulativa. El sentido común social que, en el campo de la política, desgraciadamente, muchos dirigentes no tienen.
Buen consejo y concreción son condiciones necesarias para que el proyecto fructifique
"Somos y seguimos siendo, querámoslo o no -decía Herzl hablando de los judíos-, un grupo histórico de admirable coherencia". La posibilidad de aterrizaje de dicho principio lo montó Herzl con dos alas que actuaban a la par: un ala formada por una persona moral (el nuevo Moisés de los judíos), de fines científicos y políticos (Society of Jews). Otra ala detalladamente empírica dedicada a los inmuebles, al dinero, a los impuestos, a la posibilidad organizadora del rabinato (Jewish Company). Es ésta la misma capacidad que hizo surgir el método de "las solidaridades de hecho", la gran palanca de lanzamiento de la Unión Europea.
Para que la Alianza de las Civilizaciones fructifique ha de ser llevada a la práctica por un gran don de consejo hasta el dominio radical de la concreción. Concreción fue la forma de crear una autoridad común para el carbón y para el acero; de organizar paulatinamente la cooperación política primero y la PESC después; de fijar la moneda única.
En tiempos de Herzl, siglos de historia marcaban todavía la enemistad más atroz que imaginarse pueda entre cristianos y judíos. A pesar de ello, Herzl hizo el esfuerzo por ofrecer a los cristianos una relación de acercamiento y de simpatía. Llegó incluso hasta proyectar indemnizarles por las pérdidas que la marcha de los judíos a otra tierra les podría ocasionar. Es lo que Israel debería buscar ahora para con los musulmanes, con los que la historia judía estuvo, hasta el siglo XX, libre de problemas graves. Y no es que Herzl fuera un ciego con respecto al antisemitismo. Todo lo contrario. Como ahora no debemos estar ciegos frente a la barbarie del terrorismo.
Pero ello no debe ser obstáculo para fijar un modelo de relación limpio. Por medio de unos pasos así y con el espíritu de las solidaridades de hecho habrá que llegar al problema de las fronteras entre Israel y Palestina, el punto de manifestación más hostil que pueda existir hoy entre la civilización occidental y la civilización islámica. Si no se va llevando a la práctica una correcta solución fronteriza, la réplica contra Israel seguirá siendo alimentada en la imaginación de millones de musulmanes.
Alguien puede pensar que la solución al problema está en la fuerza. Esta solución, además de ser injusta, no podrá ser para todo tiempo sino sólo para un espacio temporal limitado. Y con unos resultados que tal vez puedan conducir, algún día, desde el odio, a una hecatombe de mayúsculas proporciones.
La terrible hostilidad entre Alemania y Francia tan cruentamente manifestada durante la Segunda Guerra Mundial se puso a prueba para convertirse en alianza con la organización de una amplia serie de reuniones como las montadas por Franz Buchman después de la Guerra Mundial en Caux (Suiza).
Bajo el nombre de Rearme Moral, Buchman fue convocando, en los años posteriores a la guerra, en un hotel desde cuya altura se divisa ampliamente el lago Leman y la extensa cadena de los Alpes suizos, a diplomáticos, políticos, militares, sindicalistas, hombres de letras, especialistas en solución de conflictos... etcétera, en sesiones de tres, cinco, diez o quince días, hasta un número de personas que se acercó a los 5.000.
Cuando en alguna ocasión he pasado por aquel ya viejo edificio, no he podido dejar de sentir una considerable emoción por las aspiraciones de alianza que allí dentro se fomentaron. Parece que fue en Caux donde se pergeñó el primer atisbo de lo que luego fue la Comunidad del Carbón y del Acero.
Algo muy distinto a lo que se palpó en el ambiente de utopismo de Denis de Rougemont, que supo decir cosas extraordinariamente maravillosas sobre el ser humano, sobre los pueblos, sobre la interculturalidad, pero que careció de capacidad para que las instituciones que él creó, el Centro Europeo de la Cultura y el Instituto de Estudios Europeos, tuvieran continuidad después de su muerte.
La repetición de una experiencia como la de Buchman en Caux, aplicada a la Alianza de Civilizaciones, podría ser de una enorme utilidad.
Santiago Petschen es catedrático emérito de Relaciones Internacionales de la UCM.
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