El continente olvidado
África es el continente más pobre de la tierra. Con la crisis que se intensifica en los países OCDE, también corre el riesgo de ser el continente más olvidado del planeta.
Uno de sus ministros estrella, el surafricano Trevor Manuel, no deja de alertar en este sentido: África está nuevamente en peligro de desaparecer de las agendas de los países ricos. Conforme se está intensificando la crisis, se agudiza el parón de capitales privados hacia el mundo emergente, mientras las remesas -una fuente de financiación importante para el continente africano- también se están reduciendo a gran velocidad.
El continente africano no se merece, sin embargo, el olvido de Occidente. Esta región no ha desmerecido: es más, se ha lucido desde el punto de vista económico a lo largo de los últimos años. En África se ha dado, durante los años 2000, un auge económico singular.
El continente se hizo atractivo, en particular para las nuevas potencias emergentes de Asia, del Oriente Próximo y de América Latina. De la noche al día, África dejó de ser el patio trasero exclusivo de los países desarrollados. Las empresas chinas empezaron a invertir en la región. Con ello, de repente, el continente negro recobró una importancia estratégica, política y sobre todo económica inesperada para los países de la OCDE. Conforme las empresas chinas fueron arrebatando contratos a las multinacionales europeas y norteamericanas, la novia africana se hizo cada vez más atractiva: la prometida dejaba de serlo de manera exclusiva. Peor todavía: se podía enamorar de otros pretendientes.
Hoy día, más de 800 empresas chinas operan en África en sectores que van desde las materias primas hasta las manufacturas y las finanzas. En 2008, el comercio entre China y África superó los 100.000 millones de dólares, un récord. Es de esperar, por el bien de África, que en 2009 este interés chino no se desvanezca: la presencia del gigante asiático opera, al final, como un catalizador, incentivando los occidentales a no dejar el continente en manos de otros.
El interés por China radica fundamentalmente en los tesoros de sus suelos. Este apetito internacional estimuló a su vez el crecimiento del continente. Así, según el African Economic Outlook (AEO), publicado por el Centro de Desarrollo de la OCDE, el continente estuvo creciendo cinco años seguidos a ritmos asiáticos, con un promedio de más del 5,5%. No se trató sólo de los países exportadores de materias primas: en 2007, de los 35 países analizados en el AEO, un total de 31 estuvieron creciendo a un ritmo superior al 5%. Todo ello despertó el apetito de los inversores privados en búsquedas de rendimientos (eso sí, no adversos al riesgo).
El despertar del interés chino por África ha estimulado el apetito de otros inversores emergentes. Prueba de ello es el auge de las inversiones extranjeras directas que se están dando hacia África. En 2005, por primera vez, la inversión extranjera directa recibida por el continente (35.000 millones de dólares) superó la ayuda oficial al desarrollo bilateral de los países de la OCDE. En 2007 y en 2008, las inversiones alcanzaron 53.000 de dólares, todo un récord.
En el mundo de las economías emergentes, China no es, sin embargo, el único nuevo inversor que ha irrumpido en África. En 2006, por primera vez, las fusiones y adquisiciones operadas en la región fueron lideradas por las empresas de Asia y Oriente Próximo. Los grupos indios estuvieron moviendo también sus fichas. En 2007-2008, el comercio bilateral entre India y África superó los 30.000 millones de dólares, cuando era apenas de 1.000 millones en 1900-1991. Prueba del creciente interés de India por África es que en abril 2008 tuvo lugar, por primera vez en la historia, una cumbre India-África. Desde América Latina, los grupos brasileños también iniciaron inversiones importantes en África. Desde 2007, el grupo de construcción Odebrecht volcó 200 millones de dólares en Angola, junto con operadores locales, para crear una nueva empresa en el sector de los biohidrocarburos. Empezó también a construir una terminal de combustibles en Etiopía y a ejecutar obras de infraestructura en Libia. Por su parte, el gigante minero Vale tiene planes importantes en Mozambique y actividades en Angola, Gabón, Suráfrica y Guinea. Petrobras desplegó, por su parte, su presencia en Libia, Tanzania, Santo Tomé y Príncipe, Nigeria y Guinea Ecuatorial.
A estos inversores procedentes de China, India o Brasil se suman también grupos industriales y financieros de Oriente Próximo, empresas rusas como Gazprom y otros inversores del sureste asiático. Esta tendencia de inversiones de países emergentes en África participó de otra más general y global: la emergencia de las potencias del sur como protagonistas de la globalización capitalista. La crisis actual obviamente limita ahora fuertemente estos proyectos de expansión. Sin embargo, como lo hemos visto con la entrada en febrero del 2009 de Chinalco en el capital de la anglo-australiana Rio Tinto, algunos países emergentes todavía disponen de apetito y liquidez para lanzarse en operaciones de 20.000 millones de dólares.
Lo que estuvimos viviendo en la primera parte de los años 2000 fue un gran reequilibrio de las riquezas de las naciones del norte hacia el sur y entre los países del sur. Es posible que la crisis actual frene este reequilibrio: más que reequilibrios de riquezas, estamos asistiendo a destrucciones de ellas. Uno podría entonces atreverse a desarrollar una paradoja: si África quiere evitar desaparecer de nuevo del radar de los países ricos, como lo teme Trevor Manuel, quizá lo mejor que le pueda ocurrir es que países emergentes como China, India, Brasil, Rusia o los Emiratos Árabes sigan interesándose por este continente que se merece mucho mejor que nuestro olvido.
Javier Santiso es director del Centro de Desarrollo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
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