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Reportaje:DIOSES Y MONSTRUOS

El cine no traiciona a Alan Moore

Carlos Boyero

Me ha costado esfuerzos épicos, el abandono de prejuicios razonables y autocrítica sobre mi genética tentación al fanatismo, para volver a disfrutar de adulto con algo que me hizo mucha y grata compañía en la infancia. Se llamaban tebeos y establecía con ellos una relación naíf, me divertían, me regalaban ensoñación. Les cogí manía a principio de los setenta. Cuando me enteré de que su verdadero nombre no eran tebeos sino cómics, que representaban una forma superior de la cultura popular y del gran arte. Lo afirmaba gente tan inteligente como Umberto Eco, pero también muchos pedantes ilustrados, farsantes con carné de modernidad, semióticos de salón.

Me reconcilié con género tan involuntariamente trascendente e intelectual gracias a las frecuentemente sombrías aventuras de Corto Maltés, ese existencialista tranquilo, hijo de un marino de Cornualles y de "La niña de Gibraltar". También me dejó huella y la vergonzante sospecha de que te podías identificar con los implacables retratos sobre gente con enorme capacidad para mentirse a sí misma y a los demás que hacía el vitriólico Georges Lauzier en su impagable serie Las cosas de la vida. Me divertí mucho con los pasotes de Makoki y su indescriptible wild bunch. Me fascinaba la brutalidad del monstruoso Rank-Xerox que se inventaron Tamburini y Liberatore.

Entre los personajes hay de todo. Místicos y fanáticos, matones y vividores, asesinos y filósofos

Fiándome del consejo de amigos sin pose iconoclasta ni carné de modernidad, que además de saberlo todo del cómic siempre sintieron pasión por él, independientemente de que éste adquiriera según las épocas odiosa condición de moda, y que conocen mis ortodoxos gustos, me inquieto y me emociono con una narración sobre el horror que pueden desatar los hombres (aunque tengan forma de ratones) como Maus, me admiro con la personalidad y la fuerza expresiva de clásicos como Harold Foster y Will Eisner, sigo los tenebrosos pasos de ese creador de infiernos urbanitas llamado Frank Miller, me admira la capacidad narrativa y la imaginación de Alan Moore. El cómic no llena mi mundo como lo hacen el cine y la literatura, pero ya sé que dentro de algunos de ellos pueden coexistir sensaciones y universos que asocio con películas hipnóticas y con novelas negrísimas.

Las desasosegantes historias paridas por el cerebro del enigmático Alan Moore han tenido suerte al ser trasladadas a imágenes de cine. Albert y Allen Hughes recrearon con estilo y atmósfera en From hell el atormentado rastreo de un detective opiómano sobre la identidad de Jack El Destripador, ese asesino de humor macabro obsesionado con masacrar a las putas callejeras en el Londres victoriano. Y me parece más que sugestiva V de vendetta, producida por los temibles hermanos Wachowski y dirigida por su antiguo director de fotografía James McTeigue. Es una adaptación brillante de una tesis tan audaz como provocadora. En una Inglaterra gobernada por un Estado de concepción y metodología fascista (aunque se supone que legitimado por las urnas), un justiciero cubierto con una mascara ajusta letales cuentas con Goliath y se empeña en la voladura del Parlamento para provocar la rebelión del oprimido pueblo. Rodada con pulso, clima y convicción, recrea con tanta fidelidad como talento las esencias del complejo universo de Alan Moore. A mí me enamora la voz, el lenguaje y los modales de ese vengador tan refinado como letal, su subterránea, tortuosa y finalmente conmovedora historia de amor con la desconcertada mujer a la que protege en su acorazada guarida, la personalidad de los villanos.

He tardado demasiado tiempo en leer Watchmen. A pesar de que representa la Biblia no ya para los fans del guionista Alan Moore y del dibujante Dave Gibbons, sino para la mayoría de los amantes con paladar de las novelas gráficas. Tal vez por mis prejuicios hacia el género de superhéroes. Nunca me han provocado excesivo magnetismo ni Superman, ni Spiderman, ni el Capitán América, ni el Increíble Hulk, ni Batman. Lo cual no impide que reconozca como cine de primera clase lo que ha logrado Christopher Nolan en su acercamiento a Batman en Batman begins y en El caballero oscuro.

Pero me equivocaba al imaginar que Watchmen estaba protagonizada por superhéroes. Bueno, hay uno, el Doctor Manhattan, pero el resto son seres demasiado humanos, gente que adoptó una mascara para ejercer de sheriffs en las turbulentas calles. Y entre ellos hay de todo. Místicos y fanáticos, matones y vividores, asesinos y filósofos, presuntos salvadores de la Humanidad e incendiarios apocalípticos. Les conocimos jóvenes y actualmente andan hechos polvo, conjurados después de muchos años porque acaban de cargase a El Comediante, que siempre fue cínico, depredador y amoral. Mi favorito se llama Roscharch. Es el más desgraciado de todos, un búho enmascarado, loco, hiperviolento, más solo que la una, convencido de que hay que purificar con sangre la corrupta ciudad.

Las viñetas, la acción, los monólogos, los diálogos, los personajes, las situaciones, el clima y el misterio de Watchmen chorrean talento visual y literario, originalidad y magnetismo. Ya puedo comprender las razones de su categoría de icono.

Y su adaptación al cine es muy digna. Zack Snyder, director de la vibrante 300, se acerca a Watchmen con enorme respeto, sin peligrosas tentaciones de autoría absoluta, reproduciendo con aroma, fidelidad y arte el poderoso mundo de Alan Moore. Es probable que le sobre un poco de metraje y el desenlace me fatiga ligeramente. Pero su experimento ha merecido la pena. Y no era fácil.

Fotograma de <i>Watchmen,</i> la película de Zack Snyder sobre el cómic de Alan Moore y Dave Gibbons.
Fotograma de Watchmen, la película de Zack Snyder sobre el cómic de Alan Moore y Dave Gibbons.

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