Poetas búlgaros
Edgar Dobry presentó ayer una nueva edición de La cultura del barroco, el clásico de la historia de José Antonio Maravall. Dobry habló de dos maneras de entender el barroco: la primera, "invariante", la de D'Ors, según el cual el barroco es un estado del alma dionisiaco que aparece en diferentes épocas, alternando con otros "eones" clasicistas o apolíneos, y la segunda manera, historicista y europeísta, la de Maravall, que define con rigor el tiempo y los lugares en que la estética barroca se manifiesta como fenómeno único e irrepetible.
Estuvo entretenida la conferencia de Dobry, al que quizá el lector conozca por algunas reseñas y críticas de literatura que hace en el suplemento Babelia de este diario. Él es poeta también, y original, si es posible serlo; yo recuerdo tres piezas suyas llenas de gracia y de picardía; la primera, sobre la reina Margarita, famosa porque le pusieron su nombre a una pizza; la segunda, sobre Orfeo en el quiosco de revistas, y la tercera, una imprecación a Rilke, al Rilke de Cartas a un joven poeta, donde Dobry se presenta, con ecos de Nerval: "Soy el viudo de una moto recién sacrificada...", y le pide a Rilke menos sermones y más consejos prácticos para poetizar la muerte de su moto...
Se me olvidaba precisarlo: la nueva edición de La cultura del barroco es en búlgaro y la presentación tuvo lugar en Sofía, Bulgaria, en el Centro Cervantes, que dirige desde hace unos años Luisa Fernanda Garrido, excelente traductora de narradores serbocroatas. Por cierto que el edificio del Cervantes en la calle de Saborna fue antes la sede de la embajada de Estados Unidos. En la planta baja hay unos escaparates muy grandes, donde en tiempos del comunismo cuando llegaban las elecciones americanas el embajador mandaba colocar grandes pantallas de televisión para que los transeúntes pudieran seguir los debates. Allí se congregaba la gente a la salida del trabajo sin que al régimen se le ocurriera cómo impedirlo.
En 1976, entre los que en la oscura tarde de Sofía asistieron desde la calle a los debates de Carter contra Ford en el televisor de aquel escaparate estaba el poeta Grigory Lenkov, desaparecido pocos meses más tarde en Leningrado, hoy San Petersburgo, en turbias circunstancias.
Lo veo alejarse del escaparate, meterse en calles sombrías...
Ser búlgaro no es leve. Ese país tiene un presente repulsivo, podrido por la mafia. Y su historia no es más feliz. Si en el año 1000 el zar Samuel murió de pena cuando el emperador de Bizancio Basilio II, alias El Matabúlgaros, hizo prisioneros a 14.000 soldados y les hizo cegar a todos, dejando tuerto sólo a uno de cada 100 para que condujese a los demás de vuelta a Bulgaria, en adelante las cosas empeoraron.
Sobre aquel cruel episodio medieval tiene un poema, lleno de rencor histórico, Constantin Pavlov, Dádiva: "Pero mis ojos / -dos diamantes-/ recíbelos como / dos maldiciones".
Gracias a Reynol Pérez Vázquez, buen escritor mexicano y traductor, yo tengo unas nociones de esos poetas búlgaros de los últimos años. Reynol tradujo el poema de Pavlov del que acabo de citar los últimos versos. Y también a Atanás Dolchev: "El raudal de los años todo arrastra./ Y el corazón, a fin de cuentas, muere./ Con indiferencia dejas atrás a tu enemigo,/ cesas de querer y de buscar. / Si tropezaras con aquella que amaste, / no atinarás qué decirle. / Hasta el mendigo aparta turbado la tosca mano / al encontrarse con tu mirada".
Por lo que Reynol me dijo una vez, no le gusta tanto Hristo Fotev (no debe confundirse con Jristo Bótev, el poeta patriota del XIX, muerto en combate contra los turcos), que a mí en cambio me cae tan simpático y que allí es famoso y recordado por su poema ¡Dios mío, qué guapa eres!: "No te tortures más -¡ámame! / No quieras ahorrarte penas, ¡ámame!...".
Era Fotev tremendo bebedor de las madrugadas brumosas de Sofía y un hombre inspirado que arrastraba a muchos amigos. Murió en la miseria, sin calefacción en la casa, el teléfono cortado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.