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Columna
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Tacos y tacones

Tras el pitido final nos levantamos del asiento en silencio. En el Bernabéu resonaba el himno madridista mientras abandonábamos las gradas con la tristeza de no haber ganado el derby y con el alivio de no haberlo perdido. Sin embargo, una mujer, mientras desfilábamos pausados hacia los vomitorios, se quedó de pie frente a su asiento bailando al son de los altavoces. ¿Es que no le importaba la creciente ventaja del Barça? ¿Se trataba de una culé oculta entre el gentío vikingo? ¿O estábamos ante una bailarina de pasodobles compulsiva?

Resulta lógico disertar sobre los sentimientos de una aficionada, sobre su comportamiento ante una equis en un Real Madrid-Atlético; sin embargo, ya no procede cuestionar, criticar o sorprenderse de la presencia de las mujeres en los campos de fútbol. La semana pasada se publicó un estudio realizado por Sport+Markt entre 20.000 personas de 21 países. Las españolas son las novenas más interesadas en el fútbol. El 42% de las mujeres de España ve los partidos o consulta la quiniela en el teletexto; es decir, 16 millones y medio de gargantas femeninas gritan cuando el portero de su equipo detiene un penalti y 33 millones de ojos de mujer son susceptibles de llorar por una derrota o una victoria decisiva.

El fútbol ya no es exclusivamente de hombres, como tampoco lo es distinguir un Volvo de un Alfa Romeo. Hoy no es sólo de mujeres reconocer una prenda de Custo, interiorizar el nombre de la protagonista de Sexo en Nueva York o estar al tanto del último novio de Madonna. Es obvio que hay productos comerciales dirigidos a cada uno de los sexos, pero, en estos tiempos, forma parte de la cultura general saber de series de televisión, de automóviles, de moda y, por supuesto, de fútbol. Los deportes y, en especial, el fútbol, ocupan cada vez más espacio en los telediarios, en los periódicos y en las conversaciones. Abstenerse de comprender su funcionamiento o su actualidad supone renunciar a una información que mueve miles de millones y de corazones.

No participar del fútbol es ausentarse del mundo, de la misma manera que lo es desconocer quién es María Patiño o Rihanna. El mundo del balón, igual que el del corazón, es parte de la cultura de nuestro tiempo, como la del siglo XIX fue la literatura y la del XX, el cine. Quizá el planeta se trivializa, pero no por ello debemos evadirnos de él. Podemos aborrecerlo o amarlo, pero, en cualquier caso, nunca obviarlo.

La devoción por un equipo representa una entrega emocional intensa e innegociable. El hincha sufre sin simulacros, en el campo o en casa, sin la coartada emocional del juego ni el profiláctico de la pantalla de televisión. El aficionado duerme dado la vuelta cuando su equipo pierde y madruga ilusionado cuando, nada más sonar el despertador, recuerda la victoria de la noche anterior. ¿Cómo es capaz entonces, la persona que duerme a su lado, de ignorar ese motor de pasión y tristeza en su pareja? ¿Cómo se puede ser cómplice de alguien desoyendo sus latidos, detestando o desentendiéndose del motivo de sus sonrisas o de sus ensimismamientos, aunque éstos sucedan una vez por semana, aunque se deban a la trayectoria de un balón en un rectángulo de cal durante una hora y media?

Abandonar a las mujeres por el fútbol los domingos es una tonadilla tan antigua como el propio himno del Real Madrid o el Atlético (cantados por la misma persona, por cierto). Hoy, ya, más de la mitad de las españolas entre 16 y 29 años son seguidoras de algún equipo. Los chicos jóvenes se adentran en el universo de la cosmética, compran revistas de decoración y cuentan las calorías de los yogures al tiempo que las chicas se introducen en los estadios y protestan los fueras de juego. Quienes nacimos a partir de la transición hemos crecido en un mundo unisex, los chicos y las chicas hemos compartido la misma educación, las mismas películas, los mismos bares, la misma música, incluso la misma ropa. Los roles, los tabúes y las tradiciones se están rompiendo. El fútbol poco a poco se va abriendo y eso lo engrandece y lo reivindica en el presente. Hoy, el fútbol es un espacio común donde cabemos todos, un inmenso estadio sin fronteras. Quien se queda fuera renuncia a su tiempo, a una conexión emocional con gran parte de su entorno, a un estímulo más de la vida, a mil domingos de euforia mixta en las gradas.

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