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UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
Columna
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Un hombre y su perro

Enric González

Es difícil encontrarle sentido a una guerra. Con la vida de Santos Cardona ocurre algo parecido. Nació en California. No era inteligente, más bien lo contrario, ni sentía interés por trabajo alguno. Hizo lo mismo que muchos estadounidenses en su situación: alistarse en el ejército con sólo 17 años. Fue asignado a la Policía Militar y enviado a una base en Alemania, donde descubrió que tenía talento para entrenar perros. Allí mantuvo también una breve relación con Heather Ashby, una compañera de su unidad. En 1999 tuvieron una hija, Keelyn. La pareja se separó cuando Cardona fue enviado a Kosovo, y más tarde a Afganistán, donde se dedicó a localizar explosivos ocultos con la ayuda de su perro.

El coronel Pappas le había ordenado que azuzara a su perro para intimidar a los presos. Y órdenes son órdenes

Hasta ahí, la vida de un soldado cualquiera. Las cosas cambiaron en 2003, con la guerra de Irak. Cardona, ya sargento, y Duco, su perro, habituados a patrullar, ingresaron en el equipo de interrogatorios de la prisión de Abu Ghraib. Eso era extraño y claramente irregular. La Marina, por ejemplo, se negó a enviar a ninguna de sus unidades caninas. El mismo Cardona se sentía incómodo con su trabajo en Abu Ghraib. Pero su jefe directo, el coronel Thomas Pappas, responsable del sector "secreto" de la cárcel, le había ordenado que azuzara a Duco para intimidar a los presos. Y órdenes son órdenes. En al menos una ocasión, Duco mordió a un preso conocido como El Iraní.

Lo que ocurrió en 2004 es bien conocido. Las fotografías de las torturas en Abu Ghraib fueron difundidas en todo el mundo y Cardona fue procesado por la justicia militar y devuelto a Estados Unidos. En el juicio se comprobó que Cardona había obedecido las órdenes del coronel Pappas, y sólo se le condenó por asalto agravado e incumplimiento del deber. La sentencia, emitida en mayo de 2006, consistió en una multa, 90 días de trabajos forzados en Fort Bragg y degradación, con lo que regresó al rango de soldado. Pappas ni siquiera fue juzgado: se le consideró "testigo protegido", por lo que salió del apuro con una multa de 8.000 dólares y una reprimenda. Varios informes conocidos en los últimos meses indican que el coronel Pappas mantenía un comportamiento errático desde que un obús cayó en su vehículo y mató a su conductor y a su ayudante. Cuando se hizo cargo del sector más siniestro de Abu Ghraib mostraba signos de inestabilidad mental.

Santos Cardona se sintió una víctima de sus superiores. Ni se le ocurrió, sin embargo, dejar el ejército. En noviembre de 2006 volvía a estar en Kuwait, a la espera de un nuevo destino en Irak como instructor de unidades caninas para la policía iraquí. Según Heather, la madre de su hija, estaba convencido de que le matarían los terroristas. Pese a todo, allí estaba. No por mucho tiempo: cuando la revista Time reveló su retorno a Bagdad, el Pentágono decidió reenviarlo a Fort Bragg.

Como soldado raso lejos de cualquier guerra, el sueldo de Cardona daba para muy poco. Además se le comunicó oficialmente que no se le renovaría el contrato y, por tanto, no llegaría a percibir una pensión completa. Hundido, dejó el ejército en septiembre de 2007. Trabajó como guardaespaldas y como vendedor de motos, hasta que en 2008 se le presentó una segunda oportunidad: la empresa K-9 Detection Services le ofreció la posibilidad de trabajar como contratado (lo que antes se llamaba mercenario) en Afganistán. Su ex compañera Heather dice que buscaba dinero, pero también algún tipo de redención.

Santos Cardona viajó a territorio afgano con un nuevo perro, Zomie. Fue encargado de la detección de minas ocultas dentro de una patrulla de operaciones especiales, dedicada a misiones de alta peligrosidad.

El pasado 28 de febrero, Cardona viajaba en un vehículo militar por la región de Uruzgan. Casi exactamente a mediodía, el vehículo fue tiroteado. Sus ocupantes buscaron refugio en el exterior mientras el conductor intentaba llevar el blindado hasta una zona resguardada. El vehículo pisó una mina y saltó por los aires. Acabó cayendo sobre Cardona y su perro Zomie. Ambos murieron.

Duco, el perro de Abu Ghraib, se había quedado en Fullerton (California) con Heather y su hija. Cardona no quiso separarse de Duco, el perro al que más había querido. Pensaba recuperarlo a su retorno de Afganistán y montar una escuela canina.

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