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LA COLUMNA | OPINIÓN
Columna
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La soledad del presidente

Josep Ramoneda

En un año, Zapatero se ha quedado solo. Solo, porque, convencido de que en el régimen español todo empieza y termina en la figura del presidente, ha dejado que sus ministros se desdibujaran y ya ni siquiera le sirven como fusible para que el Gobierno recupere la energía. Algunos de los mejores están neutralizados en funciones específicas, que les desplazan de la cuestión central del cambio de paradigma económico y social; otros dan la sensación de desear la jubilación anticipada; y muchos ni siquiera han tenido espacio para crearse un perfil propio.

Solo, porque su obstinación en no querer pactar acuerdos parlamentarios para toda la legislatura le ha dejado compuesto y sin socios, con tres años por delante. El apoyo al Gobierno se ha puesto muy caro. Nadie quiere comprometer su imagen auxiliando al Ejecutivo, salvo que lo pueda justificar ante los electores con atractivas compensaciones. Y la soledad puede agravarse según vaya la financiación autonómica: el PSC no podrá esperar mucho a dar un susto con sus 25 diputados, si no quiere pegarse un castañazo en las próximas autonómicas.

Solo, porque la pérdida de una mayoría estable en el Parlamento equivale a la pérdida de la iniciativa política. A partir de ahora está en manos de la oposición decidir qué puede o qué no puede presentar el Gobierno a votación parlamentaria. Gobernar con la mano atada a la espalda no es la mejor condición para afrontar una crisis.

Solo, porque el resultado del País Vasco le deja más que nunca en manos del PP, que gozará de gran capacidad disuasoria con la amenaza de cargarse al Gobierno de López y, de rebote, a Zapatero por el mismo precio.

Solo, porque el poder financiero no le ayuda a que la gente entienda algunas de sus decisiones económicas. En buena parte, su crédito ante la ciudadanía depende de los banqueros. De que la gente entienda que el presidente ha sido capaz de forzarles a atender las necesidades de todos. Solo, porque la derrota aísla. A diferencia de sus antecesores, Zapatero llegó a presidente sin haber perdido unas elecciones. En Galicia ha sufrido la primera derrota de verdad, con la mengua consiguiente de cuota poder. Realmente es meritorio perder por mayoría absoluta del adversario después de gobernar cuatro años.

Solo, porque ha cundido el desánimo en la ciudadanía. Primero, no había crisis. Ahora que, por fin, la hay, el Gobierno se parapeta en el argumento de que es una crisis de carácter mundial. Todo el mundo lo sabe. Repetirlo no sirve de nada. La gente espera alguna cosa más. Y no digan que es muy poco lo que se puede hacer: Obama está cambiando su país -y de rebote, el mundo- en plena crisis.

En este estado de soledad, el presidente se enfrenta a las europeas, con el PP hipermotivado y el PSOE al tran-tran. Serán un buen termómetro de las ganas de la ciudadanía de castigar al Gobierno. Probablemente, Zapatero tirará de política internacional con la esperanza de recomponer su imagen. La presencia de Obama en Washington -su apoyo a la Alianza de Civilizaciones- le da cierto espacio. Pero cuidado con las sobreactuaciones. El inusual despliegue para conquistar una silla entre los grandes rozó el ridículo en varios momentos.

Probablemente, Zapatero siga confiando en la debilidad de la oposición. Es cierto que el PP ha demostrado que no tiene nada que ofrecer más que su eterna receta de menos gasto social, menos impuestos para los que más pagan, restricción salarial a los funcionarios, menos gasto del Estado. Es cierto que el PP puede echarle una mano si la ansiedad de Rajoy genera la sospecha de que está más interesado en el poder que en la crisis. Pero la gente es muy escéptica y da por descontados estos vicios políticos. El PP se ha creído que puede ganar y éste es el mejor antídoto contra las divisiones y los problemas internos.

Cinco años de gobierno y un exceso de optimismo han devaluado la imagen de líder distinto, lejos del caudillismo de sus antecesores, capaz de generar empatía con las nuevas generaciones y libre de los vicios y complicidades de la transición, con que Zapatero sedujo, al inicio, al personal. Reconstruir un liderazgo en plena crisis y en plena soledad es un desafío al alcance de pocos. Es cierto que ha sido en circunstancias como éstas en las que los mejores han fraguado sus leyendas. Pero también son momentos en que los mediocres se han hundido. Hay ejemplos recientes, sin salir de España. -

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