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Columna
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Les advierto de que éste no va a ser otro artículo sobre la crisis; ni sobre la corrupción, el espionaje, la sastrería, el nepotismo y el mamoneo. Que las buenas gentes también merecen unas palabras, y con la que cae no siempre se las podemos dedicar. El otro día, sin ir más lejos, no cupo en los periódicos la necrológica de un hombre digno de ser recordado. Y quizá tampoco pueda entrar la buena nueva de que, por fin, se van a reconocer públicamente los muchos valores de otra persona importante que casualmente (o no tanto) fue su compañera de vida y fatigas. Así que hoy les hablaré de ambos y de lo mucho que hicieron, conjuntamente y por separado.

Emeterio Monzón, uno de los fundadores de CC OO en el País Valenciano, se ha plantado silenciosa, quedamente, a un paso de cumplir los 90 los años de su vida, la inmensa mayoría dedicados a luchar por los derechos de la clase obrera. Trabajaba y era enlace sindical en la entonces todopoderosa Papelera y Celulosa, en la Patacona, cuando allí fue secundada masivamente, en 1958, la primera huelga importante en territorio valenciano (aunque a veces se olvida). En solidaridad con la agitación en el Norte y también con reivindicaciones salariales y de seguridad en el trabajo, durante ocho días hubo piquetes, manifestaciones, asambleas, y un paro de más de mil trabajadores que acabó con despido general y varias detenciones. Monzón, junto con otros, fue golpeado con saña por la policía y encarcelado por dos semanas. Luego salieron sin cargos y sin trabajo. Al año siguiente, esta vez por su colaboración con el PCE, resultó detenido junto con 40 más. Torturado y juzgado en consejo de guerra sumarísimo, le condenaron a seis años, insólitamente tres más de los que pedía el fiscal. También en 1971, y sin acusación judicial, pasó 15 días en prisión, víctima de una caída que afectó a Antonio Palomares y Vicent Ventura, entre otros. Los domicilios de Monzón y su esposa Joaquina fueron siempre puntos de encuentro e intercambio de información, sedes de acogida, recaudación, hermandad y resistencia para todos los antifranquistas que lo necesitaran.

Así, Joaquina Campos no solo secundó la causa sino que la hizo suya, a la manera habitual con que las mujeres se convertían en los pilares de las familias desguazadas por la dictadura. Trabajando todo el día también para sus dos hijos, no le faltó el tiempo, ni el valor, ni las dos pesetas (si no las tenía las buscaba entre amistades, que nunca le faltaron) para llevar a los presos pan, noticias, afecto y ropa limpia. O para traer de vacaciones (pese a la oposición del aparato comunista) un autobús lleno de niños con padres presos o represaliados. O para atender y acompañar hasta su muerte a Rosita Estruch (jovencísima alcaldesa republicana de Villalonga, machacada hasta la invalidez), o para obligar a la policía a que aceptara la manta destinada al hijo que en aquellos momentos estaba siendo torturado por uno que después haría carrera de supercomisario con UCD.

Emeterio no lo verá, pero Joaquina Coraje va a recibir por méritos propios el premio de Dones Progressistes, y por un rato podremos olvidarnos de chorizos y sinvergüenzas. Algo más que agradecerle.

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