La nacionalización de la banca
Antes de acudir a apagar tantos fuegos de la escena internacional -Palestina, Irak, Afganistán, Irán- la prioridad máxima de Estados Unidos es encontrar pronto una salida a una crisis que, a diferencia de las de los años noventa que estaban localizadas en América Latina o en el sureste asiático, la gran novedad es que ahora su epicentro se halla en Estados Unidos, justamente el núcleo financiero mundial, que en un mundo globalizado se expande a gran velocidad. Se han calculado en 3,6 billones de dólares las pérdidas del sector financiero, la mitad en Estados Unidos y una buena parte de la otra mitad en Europa, una cantidad ingente cuando el capital total de los bancos norteamericanos no pasa de los 1,4 billones de dólares.
Pese a las ayudas entregadas, la desconfianza cunde en el sector bancario
La mayor sorpresa, y la más dolorosa, ha sido para los europeos, en particular para aquellos países que, como Alemania o España, alardeaban de la solidez de su sistema financiero. En octubre, Klaus Zimmermann, director del Instituto Alemán de Investigaciones Económicas (DIW), no descubría en el horizonte el menor signo de recesión; y todavía en diciembre pensaba que las expectativas no eran malas, para anunciar de sopetón en enero una "fuerte recesión" para el año entrante. A favor del Gobierno español hay que decir que no fueron los únicos en no detectar la crisis a tiempo.
Acaso los bancos mantienen demasiado bien el secreto de sus operaciones, o es que, pese a lo que se dice, no funcionan los controles estatales, o tal vez los mismos bancos también desconocían su situación financiera, y lo peor es que probablemente la siguen ignorando hasta hoy, al no poder conocer el valor real de los créditos otorgados -bajan, según se expande la crisis-, pero por no saber, ni siquiera saben en qué se diferencian estos créditos de los que hoy se califican de "activos tóxicos", que, de haberlo sabido, no los hubieran comprado. Se comprende que, pese a las ayudas recibidas o prometidas en caso de mayores dificultades, la desconfianza mutua cunda en el sector bancario. Nadie sabe qué banco será el próximo en caer.
La situación es tan grave -sobre todo porque no se conoce con certeza hasta qué punto es grave- que se ha roto el mayor tabú de los últimos 40 años, la nacionalización de cualquier empresa, pero sobre todo de la banca. Para evitar un colapso de consecuencias incalculables, no ha habido otro remedio que empezar a llevarla a cabo en Estados Unidos y en Reino Unido, dos países que se habían distinguido por ser los mayores enemigos de cualquier tipo de nacionalización, obsesionados con privatizar hasta el último resto del sector público. También en una Alemania que en los últimos decenios había privatizado los servicios de correos, teléfonos, electricidad, ferrocarriles, líneas aéreas, con resultados no siempre satisfactorios para los usuarios, se discute como último recurso la nacionalización de los bancos que amenacen con quebrar. En febrero se ha promulgado una ley para poder nacionalizar el Hyppo-Real Estate sin tener que salvar demasiados obstáculos.
Según el Ministerio de Hacienda, a los bancos alemanes se les debe mil millones de euros, un "millardo" si se permite este neologismo, en créditos a empresas y a particulares, en hipotecas subprime norteamericanas, y en préstamos a otros países, entre ellos a algunos que no están en condiciones de devolver el dinero. Con la crisis nadie sabe qué parte será recuperable, pero se calcula que por lo menos 400.000 millones están definitivamente perdidos, una suma que el sistema bancario alemán no puede asumir sin quebrar. En tal situación el Gobierno, que de ningún modo puede permitir el hundimiento del sistema bancario por las consecuencias catastróficas que traería consigo, sólo tiene dos salidas, comprar el papel que se manifieste tóxico por un precio muy superior al del mercado -en rigor cero, porque nadie lo quiere-, depositándolo en un banco estatal, "el banco malo", por si algún día se pudiera cobrar algo. La segunda posibilidad, y parece la más correcta según las normas del sistema económico establecido, el Estado inyecta dinero en los bancos a punto de la bancarrota, comprando acciones al precio de mercado, lo que significa de hecho quedarse con el banco. Los bancos así nacionalizados, serán privatizados en cuanto la situación lo permita, recuperando el Estado, incluso probablemente con ganancias, el dinero invertido. Es la mejor forma de salvar a la vez el sistema y el dinero de los contribuyentes.
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