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Columna
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¡Presentes!

Aunque todos lo sabíamos, nunca deja de sorprendernos. Cuando las crisis económicas aprietan, vuelve el paso de la oca. Vuelve la distinción entre libertad y libertinaje. Las frustraciones se desahogan controlando, espiando, mandando. Y ahora les toca fichar a los profesores universitarios, justificar su asistencia y puntualidad. El problema que se discute no es el hecho en sí, sino el procedimiento a seguir, la firma, el reloj o la tarjeta. Puestos a decir tonterías, deberíamos hacer realmente lo que nos dicta el recuerdo, formar en el patio a primera hora de la mañana, en fila india y por orden de antigüedad, que nos toquen un himno, el que sea, eso es lo de menos, pero que nos toquen algo, y gritar "¡presente!" en el pase de listas. No hay ninguna duda, las reminiscencias histéricas forman parte de la patología autoritaria.

Seamos sinceros, aunque sólo sea por una vez. Hay profesores universitarios de todo tipo, como en cualquier profesión, pero en términos generales es una persona que hizo seis años de bachillerato, se llamara así o de cualquier otra manera, luego una selección para entrar en la Universidad, cinco o seis años más de estudios, una tesis de licenciatura, un doctorado, después todo tipo de acreditaciones, habilitaciones, oposiciones y concursos. Cuando ya desempeñan su puesto, los que sobreviven, pasan por valoraciones oficiales por parte de sus alumnos, cada cinco años evalúan sus méritos docentes, cada seis su investigación. Además existen multitud de agencias institucionales, demasiadas y sospechosamente parecidas, que se dedican exclusivamente a valorar, asesorar y certificar lo que hacen los profesores, los departamentos, las universidades. Y al final de todo esto, resulta que el problema radica en firmar para justificar la asistencia. Algo huele mal en este asunto y no precisamente en Dinamarca, sino aquí y ahora.

Según parece, el problema surge por una resolución judicial que obliga a cumplir una norma aprobada por la Universidad en 1994. Pues claro, las normas están para cumplirlas, pero existen en las épocas que se consideran convenientes y adecuadas, y se cambian cuando dejan de serlo como ocurrió con la esclavitud, el voto de la mujer o el bedel limpiando la pizarra. Pero todos sabemos que esto es una disculpa, es la época la que nos marca, la necesidad de controlar al otro cuando las cosas se nos vuelven incontrolables a nosotros mismos. Orden, orden, orden, que esto se nos va de las manos. Entonces surge la perversión de explicar en inglés, en chino mandarín, de fichar, de tocar un himno o de poner uniformes en el colegio. El resultado siempre es malo para todos, lo hemos visto hace poco, pero no aprendemos.

Cuando se sospecha que unos profesionales con tantos años de aprendizaje, estudio y acreditación no cumplen con sus obligaciones, solo hay dos posibilidades. O no es cierto en términos generales, lo más probable, y entonces la medida es inútil, o el problema no radica en los individuos sino en la institución que está perdiendo vitalidad y confianza en el futuro. En este caso, la solución no está en controlar a las personas sino en transformar la institución. ¿No pretendía eso el Plan Bolonia o, al final, la "hoja de ruta" estaba destinada a fichar las clases magistrales o lo que queda de ellas?

¡Presentes! será un grito patético que quizá terminemos aceptando todos, pero deberíamos ser conscientes de que, en el mismo momento de hacerlo, estamos firmando un certificado de defunción y no precisamente el nuestro.

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