¿Misas porno, para cuándo?
Hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad, y la ópera se ha convertido, a ratos, en un espectáculo porno, un poco porno. Porno light, un poquito vergonzante, como aquellas películas del llamado "destape" que se estilaban en la transición. No hay sesión donde no se represente algún que otro amago de coito y no aparezca alguien desnudo, aunque estratégicamente tapado por una sábana oportuna o un juego de luces, y donde algún señor de la platea, turbado por ese espectáculo inesperado, no reaccione emitiendo una tosecita incómoda y rebullendo en la butaca. Ésta es la tónica general de las escenografías y coreografías de hoy, en las que se obliga a tenores y sopranos a renunciar a la pompa y decoro convencionales (sin duda rémoras del pasado) y a las poses imperiosas y declamativas que estilaban antaño, para, en vez de eso, cantar mientras saltan por mesas y taburetes y hacer mil acrobacias y piruetas, entre las que no puede faltar, como venimos diciendo, la preceptiva simulación de cópula y tocamientos pecaminosos. Esto empezó con aquella Forza del destino que hizo la fortuna de Calixto Bieito y ha ido siempre a más. No voy a hacer ahora la lista ni memoria de las representaciones de los últimos tres años, pero el otro día, en L'incoronazzione di Poppea, esa digna y hasta excelente representación, de partitura algo monótona, pero por Monteverdi sentimos una simpatía que puede con todo, y además están esos famosos duetos entre Nerón y Popea, a la que me descuidé de repente ya estaban, zas, metidos Otone y Ottavia en harina, y Nerón fingiendo masturbarse y a otro suj eto me lo dejaban en tanga y calcetines, como si estuviera en un vodevil del Paralelo de los tiempos de la divina Tania Doris y el simpático Luis Cuenca. Después del segundo acto la gente empezó a desfilar para los restaurantes y domicilios, y hay pocas cosas más tristes (aparte de perder una batalla y de ganarla, como famosamente dijo Wellington en una carta después de Waterloo, Nothing except a battle lost can be half as melancholy as a battle won) que una platea de ópera con calvas, abandonada a la mitad por la audiencia. ¿Desertaba el respetable de la música armoniosa de Monteverdi o de esa deriva que profana... la sacra tarima del... altar de Euterpe?
¿Adónde irá ese público cansado de estos desafíos? A misa, esperando que sea en latín y con canto gregoriano
Esa gente de los palcos y platea es, por supuesto, una buena representación de nuestra burguesía convencional, pero ya no se irrita ni escandalliza por tan poco, y no va patalear y abuchear, sino que se va, malhumorada porque en vez de un espectáculo decimonónico, tradicional, clásico, inofensivo, pasteurizado, reiterativo, biempensante, agradablemente melodramático, que se puede seguir distraídamente (igual que antaño, cuando la señora melómana volvía al antepalco, donde los señores fumaban sus habanos, para avisarles de que "ara ve allò tan maco", y ellos dejaban los puros en los ceniceros, salían al palco, escuchaban Casta diva y luego regresaban a antepalco y al habano, comentando que les había gustado más cuando lo cantó la Tebaldi), y en vez de eso se le muestra a Nerón tocándose las partes nobles. ¡Hombre! ¿A qué responde esto? Yo creo que los directores de escena son mayormente gente artística, sensible, homosexual, bohemia y orgullosa, y como es natural odian someterse al juicio y benevolencia de ese público burgués, heterosexual, próspero, etcétera. Así que tratan de soliviantarlo o violentarlo. Esto es freudianamente evidente. ¿Adónde irá ese público cuando se canse de estos tremendos desafíos? Al fútbol no, desde luego. Quizá a misa, con la esperanza de que se celebre en latín y con canto gregoriano. ¿Y qué garantía tienen, los infelices, de no acabar asistiendo a una misa porno, donde el cura y el monaguillo...? Pero dejémoslo aquí.
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