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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Pioneros

Lo inauguró el pasado noviembre la actriz y cantante Najwa Nimri, acentuando ese aire lounge y sofisticado con que ha venido al mundo; pero del hotel Barceló Raval se lleva años hablando. Aún no lo conocíamos y ya era la comidilla general. Durante interminables meses, brigadas de jubilados siguieron -del otro lado de la cerca de hierro- sus evoluciones. Hasta hoy, cuando el flamante proyecto es una realidad a cuyos cristales se asoman sus vecinos con la curiosidad comprensible del que nunca podrá reservar una suite.

En todo este tiempo se ha hablado de nueva etapa, del fin de una época. Se ha dicho que la influencia de este edificio monumental arrasaría la zona, encarecería los alquileres y desplazaría a los emigrantes, acabando con la personalidad de la vieja Barcelona y convirtiendo su geografía en un nuevo Born, aquel sitio tan pintoresco que un día también fue remodelado.

La Rambla del Raval, dicen, tiene los días contados como paseo triste, para llenarse de niños monos y ensaladas californianas. En las inmediaciones, el nuevo Conservatorio del Liceo -en Nou de la Rambla- y la futura sede de la Seguridad Social -entre las calles del Cid, Arc del Teatre y Ramon Berenguer- auguran nuevos debates. Y encima, tras descubrir la placa de la nueva plaza dedicada a Manuel Vázquez Montalbán, hasta el alcalde reconoció que no habría sido del agrado del homenajeado.

Pareados aparte, todo parece hecho y calculado para hacer con este enclave una nueva leyenda local. Sí, quizá no tiene el tirón romántico de la del arrabal canalla, pero tampoco ninguna otra le aceptará al perro, le pondrá una cafetera Nespresso en cada habitación y le permitirá darse un chapuzón en la piscina de la terraza con la nariz a varios pies por encima de uno de los entornos más degradados de la ciudad. Y eso a disposición de cualquiera que se lo pueda pagar, sin distingos de clase social.

La cosa promete. Por el barrio ya circula la conseja de que muchos de sus huéspedes no corren las cortinas. Y así, de noche, más de un vecino se ha encontrado con una apasionada escena de sexo explícito al otro lado de la calle, apenas oculta tras las rejas que rodean el edificio. Todo ello mientras -abajo, a pie de acera- un grupo de prostitutas se dispersa, corriendo, segundos antes de que aparezca la Guardia Urbana. Al parecer, alguno de los nuevos inquilinos de la Illa Robadors está indignado por el ambiente que -desde hace apenas un siglo- tiene su nueva calle. Y es inminente la aparición de las primeras anécdotas jugosas.

Un lugar así genera sus propias historias, aparecidas tras el choque dramático entre cosas distintas. La poeta Isidore Ducasse decía que la belleza nace del encuentro fortuito entre una máquina de coser y un paraguas. Ya veremos. De momento, no se prevén excesivos llantos por la desaparición del viejo Raval, por lo que -mientras se hunde una parte de nuestra identidad urbana- aparece en ella un turismo al que ya no le asusta la fama de estas esquinas. Son pioneros en un territorio que se va convirtiendo en otra área del parque temático. A la ciudad salvaje le atan una silla de montar y se nos vuelve trotona. Hasta los niños saben que los colonos -en las películas del Far West- cuando llegan a la pradera hacen un círculo de carretas de 37 metros de altura, ligeramente elíptico, al tiempo que los feroces indígenas -con un pie en la reserva y otro en el asilo- giran y giran a su alrededor. Estirando el símil, los agentes de la ley siempre terminan por aparecer -cual Séptimo de Caballería- imponiendo el orden en la frontera y pacificando las calles adyacentes, último reducto de los que preferían la pensión al hotel.

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