Euroescépticos
El señor Vaclav Klaus, presidente de la República Checa, nos ofreció recientemente una muestra palpable de la postura de muchos de los países y facciones llamados "euroescépticos" que son, también, parte de la UE.
Estoy a favor de la libertad de pensamiento y expresión, y, por supuesto, de su ejercicio dentro de las instituciones europeas. Me reservo, no obstante, el derecho a sentirme indignado por cualquier opinión expresada al amparo de dicha libertad.
Pertenezco a esa generación que ha crecido en una Europa con presencia tangible, una bandera que es símbolo de identidad común ondeando en cada espacio público. Millones de europeos hemos crecido bajo dicha bandera y no podemos concebir otra realidad. No nos conformamos con una Unión sólo de mercados y capitales, sino que ansiamos un mayor protagonismo político y un marco legal común para todos los países, una sola voz en el mundo.
La ampliación de la UE y sus valores hacia aquellos europeos que despertaban de la sumisión a la tiranía soviética fue ilusionante. Hace poco desperté de mi candidez, y vi las intenciones de algunos de los máximos defensores de la ampliación (Reino Unido, el Gobierno español de José María Aznar, y desde fuera de Europa, la Administración Bush de EE UU): sumando a recientes conversos a la economía de mercado, por derrotar a la antigua URSS, metieron un caballo de Troya tras las murallas en construcción de la unidad política europea.
Creo que los británicos se sumaron a la UE para perpetuar su secular tendencia a evitar la formación de un gran poder continental que les haga sombra, interesados tan sólo en los beneficios de un comercio sin aranceles. Y sospecho que países como Polonia, República Checa y otros recién agregados se adhirieron con objetivos similares: comercio libre para explotar su ventaja competitiva en costes laborales, apertura de fronteras para poder exportar una mano de obra que inyecte liquidez en sus economías, y un paraguas protector frente a la poderosa Rusia. No les interesa la unión política, una cesión de soberanía para conformar un gobierno común que muchos, como yo mismo, estamos ansiando alcanzar algún día.
Hay que plantearse ya si no habrá que dar un golpe sobre la mesa, y decirle a quien no esté contento que nadie obliga a ningún país a pertenecer a la Unión. Que no se puede aspirar a los beneficios de una comunidad si, al mismo tiempo, no se está dispuesto a respetar sus fundamentos y honrar los compromisos que conlleva. Izar la bandera común donde le corresponde es uno de ellos.
Señor Klaus, si no es feliz con su país dentro de la Unión Europea, tenga la decencia de sacarlo, y luego vaya a explicarle a sus electores por qué les ha privado del proyecto político más ambicioso, bello y monumental de la Historia de nuestro continente.
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