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Columna
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Síndrome de Capgras

El viernes encontré en un libro una frase que parecía hablar de mí, de mi vida en ese momento exacto. Fue en el ensayo de un filósofo esloveno a propósito de un filósofo francés, asunto que impulsa al autor a saltar entre cuestiones teológicas, estudios neuronales, ética de la manipulación biogenética, pensadores germánicos de hace un par de siglos y cineastas de Hollywood. Yo sigo esas páginas como si fueran un mantra, un runrún o un conjuro entretenido, literatura de evasión, para olvidarme de mí y de mis cosas. Y entonces me encontré la frase que resumía mi presente: "En un determinado momento histórico, el sujeto está excesivamente abrumado por el choque con lo Real".

Así es, pensé inmediatamente, y me identifiqué con ese sujeto abrumado en exceso. El libro hablaba de mí, o eso creía yo, que no había visto la información de Manuel Planelles en este periódico: la Junta de Andalucía acababa de abrir un expediente al ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, por cazar sin licencia en Jaén. No hablaba de mí el filósofo esloveno, sino del ministro. Por televisión, ante la periodista María Teresa Campos, el ministro se confesaba desolado. Era verdad, había cazado sin licencia. "Se me ha pasado, no me he enterado", decía, como víctima de una desorientación transitoria. Sí, había estado de caza en Andalucía, bueno, al norte de Andalucía, al lado de Puertollano, al lado de Castilla-La Mancha. Parecía encontrar admirable, absurda, quisquillosa e insignificante, la obligación de disponer de una licencia en Ciudad Real y otra distinta en Jaén.

Creo que el ministro de Justicia, en su implícita meditación sobre las normas vigentes en la España autonómica, comparte el sentido común de la mayoría: la red de diferentes burocracias regionales para los asuntos mínimos es una aberración. Pero en sus andanzas de cazador fuera de la ley Fernández Bermejo ha demostrado una falta de irreflexión incomprensible en un ministro de Justicia. Su partido, el PSOE, considera todo esto una anécdota, una cortina de humo del PP para disimular su supuesta conexión con tramas corruptas. Tienen razón los socialistas: es una anécdota, de cazadores, administrativa. Pero, si puede servir de cortina de humo, es también el motivo real de un expediente sancionador de la Junta de Andalucía.

La anécdota me deja una sensación de súbdito de país desarreglado, en el que los ministros cazan sin licencia y todavía se ve alguna vez en bares de pueblo a guardias de uniforme, bebiendo cerveza con la pistola al cinto. Y hay, además, algo triste, desmoralizador, en esta historia del ministro amigo de monterías, porque lo viejo es persistente, y aún quedará quien recuerde las cacerías del régimen del general Franco, hace casi un siglo: la caza como rito de castas dominantes, con su vestuario y su gastronomía especial, un ambiente, un estilo de vida, un código de valores, celebración de la amistad, con invitaciones e influencias cruzadas, encuentros y pactos políticos y económicos, forja de gobiernos, matrimonios, empresas y fortunas. Es como si todo este lío de las cacerías ministeriales en Jaén hubiera abierto una puerta y hubiera dejado salir el olor del viejo mundo zombi y todavía vivísimo.

Critican a los guardias civiles que en ningún momento le pidieron la documentación de cazador al ministro. Pero yo entiendo a los guardias. ¿Cómo no va a cumplir las normas un señor tan estricto y exigente, tan terminante, ministro de Justicia, además? En el libro del filósofo esloveno me entero de que existe el síndrome de Capgras: el que lo sufre siente de pronto que una persona buena y estimada ha sido sustituida por un impostor malo que ha copiado su misma apariencia física. El rígido fiscal y ministro Bermejo ha sido sustituido por el cazador inconsecuente. Tendría que dimitir el ministro por su error anecdótico, para limpiar un poco este aire de ligereza inmoral.

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