"Yo trabajo más duro que nadie"
Nació en un pequeño país asiático de larguísima historia, Corea, en plena ocupación japonesa. Corría el año 1944, apenas un año antes de que el invasor se convirtiera en uno de los más importantes perdedores de la II Guerra Mundial. Una sangrienta guerra civil, entre 1950 y 1953, que terminó dividiendo el país, marcó su infancia en una zona rural de una nación entonces devastada y pobre. La ONU participó en aquella guerra y ha tutelado los pasos hacia la paz, la democracia y el desarrollo de Corea del Sur, hoy undécima potencia mundial. Ban Ki-moon, que a los 18 años estaba determinado a convertirse en diplomático, logró culminar su carrera con altas calificaciones y tuvo varios destinos relacionados con la ONU. Finalmente, en enero de 2007 se convirtió en el octavo secretario general de esas Naciones Unidas que tan determinantes han sido siempre en su vida. Así que Ban Ki-moon asegura que la ONU, para él, como coreano, era de joven un gran icono de esperanza. Pero es un hombre contenido y cuando se le pregunta si este puesto que ahora tiene es su sueño cumplido, medita y responde simplemente: "Desde el punto de vista personal, es realmente un gran honor".
El hombre que sucedió en el puesto al africano Kofi Annan me recibe en la suite del hotel Ritz donde se aloja. Ha llegado a Madrid para la celebración de la Cumbre del Hambre y por la tarde parte para el foro económico de Davos. Media docena de guardaespaldas vigilan la puerta de la suite. Están presentes en la entrevista tres de sus colaboradores, entre ellos su portavoz, la periodista haitiana Michele Montas. Viste impecable terno oscuro y aparenta menos años de los 64 que ya tiene bien cumplidos. Cuando entro en el saloncito de la lujosa habitación me estrecha la mano durante un largo rato, sonriente y cordial, y saluda en español: "¡Buenos días!". Pero es todo lo impenetrable que cabe esperar de un diplomático de la ONU que debe hacer un juramento de lealtad y discreción para poder tomar el mando de este inmenso organismo multilateral.
Ha sido objeto de numerosas críticas por su perfil político, que se considera bajo, cuando no inexistente. Se le acusa de ser demasiado diplomático y poco político; más secretario que general, se ha llegado a decir. Y él rechaza todas esas críticas sin perder la calma. Sólo dos detalles le delatan. Cuando habla de la ONU, de Estados Unidos, de Obama o de Oriente Próximo, se dirige a mí. Cuando habla de su estilo y su forma de liderazgo levanta un poco más la voz, muy poco, y mira más bien a sus colaboradores; como si buscara en ellos su aprobación o quizá también como si quisiera que tomaran buena nota. Difícil saber.
La ONU participó en la creación de la República de Corea y participó también en la guerra civil. ¿Se podría decir que la ONU es algo sustancial para su vida y su carrera? La ONU, para mí, como coreano, era un gran icono de esperanza. Ahora me preocupa cómo tender puentes entre los países desarrollados y los países en desarrollo. Tras superar difíciles desafíos, Corea es ahora un país desarrollado. Sabemos cómo mejorar una situación socioeconómica y cómo conseguir la democratización. Así que intento dar una esperanza a los países en desarrollo. Cuando noto que se desesperan intento convencerles de que hay una esperanza si se trabaja con Naciones Unidas. No hay más que mirar el caso de mi país y de otros. Tengo argumentos para convencerles.
¿Cuál era la visión que tenía usted de la ONU cuando era muy joven? Con sólo doce años envió una carta al entonces secretario general Dag Mammarskjöld. Sí, hacía sólo tres años que había acabado la guerra civil en Corea y nosotros vimos los intentos de democratización del país y la opresión que ejerció la Unión Soviética. En efecto, escribí una carta a Dag Mammarskjöld y cuarenta años después me convierto en secretario general. Cuando me dirigí por primera vez a la Asamblea General de la ONU pensé que yo no debería ser secretario general si no fuera capaz de recibir ese tipo de cartas de niños de todo el mundo pidiendo libertad o democracia. Realmente me gustaría ver al mundo libre de opresión y de miedo, un mundo en el que la gente viviera con libertad. Ésa es mi ambición personal.
Toda su vida ha estado relacionada con la ONU. ¿Convertirse en secretario general fue para usted un sueño cumplido? Desde el punto de vista personal, realmente es un gran honor. Pero todavía hay un largo camino por recorrer y soy muy humilde a la hora de pensar si seré capaz de afrontar tantos desafíos. Veo tanta gente pobre, tanta gente enferma, tanta gente oprimida y que sufre en tantos conflictos... Veo tantos derechos humanos vulnerados, en mujeres, en niños... Me pregunto cómo puedo hacer más. ¿Qué puedo hacer por toda esa gente? Eso me motiva y me da energía.
Creo que cuando usted tenía 18 años estuvo en Washington, que pudo saludar al presidente John F. Kennedy y que incluso éste le preguntó qué quería estudiar y usted le dijo que sería diplomático. ¿Fue así? Sí, es cierto que estuve con el presidente Kennedy, pero éramos 40 o 50 jóvenes estudiantes de diferentes países y yo no tuve tiempo como para hablar. Es verdad que un reportero estadounidense me preguntó después de la visita y yo le dije que sería diplomático. Aquellos tiempos eran de gran inspiración para un estudiante coreano que provenía de una zona muy devastada del país. No teníamos nada en Corea y yo era un muchacho del campo. Así que fue un gran choque cultural. En ese tiempo me pregunté qué podría yo hacer por mi país y qué podría hacer mejor, y pensé que podría ser diplomático, que podría trabajar para Corea en la comunidad internacional. Y, en efecto, ése sí fue un sueño que se hizo realidad.
Usted vivía en el campo, en una zona pobre de un país pobre, pero para entonces ya había establecido muchas relaciones con los soldados americanos desplegados en su país. Sí, sí. Estados Unidos fue uno de los 21 países que contribuyeron con Corea y que participaron en la guerra bajo la bandera de la ONU. Los soldados americanos continuaron después en la península de Corea para defendernos de Corea del Norte. La relación entre Corea y Estados Unidos fue crucial y, sí, tuve mucho contacto con los estadounidenses y su cultura.
Ha recibido muchas críticas por su forma de trabajar. Se dice de usted, por ejemplo, que evita la confrontación. ¿Qué opina de ello? No estoy totalmente de acuerdo con esa idea. Hay diferentes estilos de trabajar, diferentes estilos de liderazgo. Mi estilo personal es muy consensual. Pongo mucho énfasis en lograr las cosas por consenso. Como diplomático, intento acercarme a los problemas de forma objetiva. Cuando se quiere resolver realmente algo complejo y los actores están en posiciones muy distantes, es necesario escuchar a ambas partes e intentar una solución de consenso. Creo que si te pones inmediatamente de parte de uno pierdes tu autoridad y tu poder para facilitar esos acuerdos. Además, el secretario general debe representar a 192 países y debe ser equilibrado en la defensa de los principios recogidos en la Carta de Naciones Unidas. Cuando están involucrados principios globales como los derechos humanos, entonces sí tengo voz. Es lo que he hecho en Gaza y en otras crisis. He condenado las agresiones y las violaciones de los derechos humanos. Pero para facilitar los acuerdos en temas sensibles hay que manejarse con cautela. Escuchar a las partes y buscar una solución aceptable para todos. Comprendo que haya quienes prefieran que me ponga de un lado, pero no puedo hacerlo. Hay que entender cuál es el papel de un secretario general.
Creo que lo que se le pide es que desarrolle usted un papel más político y menos diplomático. ¿Está usted preocupado por su falta de visibilidad? Mi trabajo es más político que diplomático. Y requiere liderazgo político. Lo sé, y creo sinceramente que he demostrado tenerlo. Estoy orgulloso de poder decir que me he reunido con más líderes políticos que cualquier otro líder político del mundo. En ocasiones me he visto con diez y hasta quince líderes en un solo día. He visitado hasta tres y cuatro países en un solo día, como acabo de hacer con motivo de mi viaje a Gaza. Me siento orgulloso de haber participado en este esfuerzo diplomático conjunto que ha logrado el alto el fuego. Mi estilo de ejercer el liderazgo no debería ser criticado. Se pueden encontrar hasta 192 estilos diferentes de 192 líderes políticos. Yo tengo el mío propio y creo que es ampliamente apreciado, que los críticos son sólo unos pocos.
El viaje de Ban Ki-moon a Gaza se produjo prácticamente en los últimos días del conflicto, entre el 17 y el 21 de enero, cuando otros grandes líderes ya habían visitado la zona, aunque no la franja asediada por las bombas israelíes donde en poco más de dos semanas se calcula que murieron 1.300 palestinos y quedaron heridos otros 5.450. Ban ofreció el día 20 una rueda de prensa en las ruinas del edificio de la ONU en Gaza destruido por los ataques. Durante los primeros días del conflicto, el secretario general se quedó en Nueva York. Reclamó el cese de los ataques el primer día, el 29 de diciembre, y una semana después, el 6 de enero, se inició una reunión especial del Consejo de Seguridad. Los colaboradores de Ban aseguran que tuvo una agenda frenética cargada de llamadas telefónicas y negociaciones. Finalmente, el día 9, el Consejo emitió una resolución exigiendo el alto el fuego y la apertura de corredores humanitarios, una resolución que Estados Unidos, aún bajo la Administración de Bush, no vetó. Se abstuvo.
Se critica su liderazgo, pero también he leído comentarios elogiosos sobre usted. Dicen que es muy madrugador, infatigable (sus colaboradores se ríen y asienten) y que le caracteriza su tesón y su paciencia. En efecto, yo trabajo más duro que nadie.
Según Jeffrey Sachs (director del Proyecto del Milenio de la ONU y asesor de Ban), la clave no es que la ONU fije más objetivos, sino que éstos se cumplan. Me gusta mucho esa idea y es un auténtico desafío en medio de esta crisis financiera. Yo voy a seguir recordando a los líderes que han de cumplir sus compromisos y que si pueden hacer más, siempre será bien recibido.
La ONU no permite obtener éxitos clamorosos, me temo. A mí no me interesa tanto el éxito personal y rentable como a los políticos. Hago un trabajo discreto que a veces no está a la vista, lo que es una manera muy diferente de ejercer el liderazgo. El papel es muy distinto. Tengo que tratar con 192 países y no soy el presidente o el primer ministro de un país en concreto que puede mostrar una visión muy específica o dura sobre un determinado tema. No hay más que observar los conflictos regionales. Normalmente, ningún país hace ninguna concesión. Defiende públicamente su posición, sea razonable o no, de manera inflexible. Ése es el principio de los problemas. Yo también podría ser inmensamente inflexible, pero no debo. Si actuara de ese modo, no estaría cumpliendo con mi deber. Es algo que la gente y sus lectores deben comprender. Deben entender la naturaleza exacta del papel de un secretario general.
Vivimos momentos de esperanza con el cambio de presidencia en Estados Unidos. ¿Usted también? Yo creo que estamos entrando en una nueva era que va a mejorar las relaciones entre Estados Unidos y la ONU. Estará usted de acuerdo en que Estados Unidos es el más importante contribuyente de la ONU...
Sí, aporta el 22% de su presupuesto. ... Y que también es uno de los Estados miembros más importante de la organización. Por tanto, es extremadamente importante mantener una relación más estrecha. Estados Unidos y la ONU comparten objetivos e ideales recogidos en la Carta de la ONU: paz, seguridad, desarrollo y derechos humanos. Realmente me sentí muy animado el pasado 23 de enero cuando hablé con el presidente Barack Obama y comprobé su grado de compromiso. Hablamos de cambio climático, de seguridad alimentaria y también de los conflictos actuales, como el de Oriente Próximo. Le dije que para Estados Unidos debe ser un tema prioritario, porque la paz y la estabilidad en la zona tienen importantes implicaciones en la paz y la estabilidad del resto del mundo. Hablamos también de la reforma de la ONU, que busca dotar de mayor efectividad a la organización y también generar mayor confianza para afrontar todos los desafíos.
La reforma de la ONU tiene históricamente un escollo fundamental, el de la reforma de su órgano más poderoso y ejecutivo: el Consejo de Seguridad. En este órgano están representados quince países: diez tienen turno rotatorio. Otros cinco tienen asiento permanente y, además, derecho de veto. Son los cinco grandes victoriosos de la II Guerra Mundial: Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, China y Rusia.
¿Hablaron ustedes concretamente también de la reforma del Consejo de Seguridad? No, realmente. Hay tantos asuntos...
¿Usted cree que será capaz de lograr o al menos de ver la reforma del Consejo de Seguridad, o es un objetivo imposible? Considerando los tremendos cambios habidos en la escena política desde la fundación de la ONU -63 años ya-, creo que todo el mundo está de acuerdo en que es absolutamente necesario que el Consejo de Seguridad debe ser reformado para ser más democrático, más representativo y más transparente. Creo que no hay objeción alguna a este principio; que hay un consenso. ¿Cómo reformarlo y a quién debe estar representando en el Consejo de Seguridad? ¿De qué manera? Todo esto es objeto de un larguísimo debate que se inició hace ya varios años. La Asamblea General adoptó una importantísima resolución el año pasado para debatir de manera informal esas modalidades de la reforma, y yo como secretario general debo facilitar ese diálogo. Porque la decisión es de los Estados miembros, no del secretario general.
¿Ve usted una buena disposición por parte de los cinco países con derecho de veto? Esto es algo que todavía tenemos que ver. Es una materia muy sensible en la cual el secretario general no tiene ninguna posición que tomar.
¿Podría usted precisar cuáles son los primeros pasos que espera que dé Estados Unidos en relación con la ONU? Este año 2009 va a ser crucial para el cambio climático. Hay muchas crisis: la crisis alimentaria, la crisis energética, Congo, Darfur, Zimbabue, Somalia... Pero el cambio climático es una amenaza global para toda la humanidad, para todo el planeta, en el que hay que galvanizar todas las voluntades políticas, movilizar todos los recursos. Para diciembre tenemos que lograr un acuerdo equilibrado, efectivo y aceptable para reemplazar al Protocolo de Kioto [que fijó una reducción mundial de emisiones de gases de efecto invernadero de un 5% para 2012 con respecto a 1990]. Y en este terreno, creo que la Administración de Obama va a ser muy proactiva. La lucha contra el cambio climático deben encabezarla los países desarrollados porque son los que más han contribuido al calentamiento global. Además son los que tienen la capacidad tecnológica de afrontarlo y de lograr que los países en desarrollo se puedan subir al tren sintiéndose cómodos en los esfuerzos conjuntos.
La crisis económica puede ser de gran ayuda para lograr el objetivo de recortar emisiones. La crisis financiera es un asunto muy serio y urgente y, por tanto, doy la bienvenida y deseo el mayor éxito a los paquetes de estímulo financiero que los países desarrollados han puesto en marcha. Pero no deberían olvidarse de la urgencia de afrontar el cambio climático. Y creo que se podría aprovechar la oportunidad para invertir en una mayor industrialización, pero invirtiendo en economía verde y sostenible, cambiando los parámetros. Deberíamos lograr un Nuevo Contrato Verde.
Obama ha adquirido ya otros importantes compromisos, como cerrar Guantánamo. ¿Puede la ONU aportar alguna ayuda a este respecto? Desde el primer momento de mi mandato pedí el cierre por cuestión humanitaria. Cuando Obama firmó esta orden de clausura yo di la bienvenida. Ahora Estados Unidos está consultando a otros Gobiernos para acomodar a los prisioneros.
Si dependiera de usted, ¿qué haría con la base de Guantánamo? ¿Construiría usted allí un memorial, un museo? [Se ríe]. Eso es algo que se sale de mi mandato.
Respecto a la crisis económica, usted a finales del pasado año ofreció la sede de la ONU para celebrar la cumbre financiera del G-20. ¿Hará ofertas similares en el futuro cercano? ¿Cómo puede colaborar la ONU en esta crisis? Esta crisis puede tener un impacto directo con nuestros objetivos más importantes, pilares del desarrollo global, como los Objetivos del Milenio [redu cciones drásticas de la pobreza, la falta de educación y sanidad, así como de la desigualdad de género]. Los paquetes de estímulo financiero deben estar coordinados internacionalmente, y la ONU puede aportar ideas y experiencias. Eso es lo que se debatió en el G-20, donde están representados el 80% del PIB total y el 80% de la población mundial, pero en el que no están representados otros muchos países.
Y usted lo que quiere es abrir, digamos, el grupo. Sí. La Asamblea General está debatiendo ahora sobre ello. Habrá otra reunión del G-20 en Londres y yo representaré a toda la ONU. Mi mensaje será simple y claro: los paquetes de estímulo financiero son necesarios, pero deben tener en cuenta a los mil millones de pobres que hay en el planeta.
Esos rescates financieros contienen cifras enormes. Unos 700.000 millones de euros en Estados Unidos y 150.000 en España. Cifras exorbitantes comparadas con las que se manejan para terminar con el hambre. En la reciente reunión de Madrid, por ejemplo, se ha creado un fondo contra el hambre de 5.500 millones. ¿Es una comparación frustrante? Considerando el impacto de esta crisis global, creo que las cantidades que se están manejando son lógicas, pero los países más industrializados no deben olvidar sus compromisos de ayuda. La Asamblea General aceptó el objetivo de que los países dedicaran el 0,7% del PIB a ayuda oficial al desarrollo para 2015. La tendencia es muy desigual. Hay países que hacen muchos progresos, como España, que será capaz de alcanzar ese objetivo en 2012. Esto es fantástico. Tener esta visión y esta humanidad en medio de la crisis financiera que vivimos es la única manera de alcanzar este objetivo en 2015. La oferta del Gobierno español de aportar mil millones al fondo ahora creado contra el hambre, unido a su compromiso con los Objetivos del Milenio, perfila un importante papel de liderazgo de este país dentro de la ONU. En los dos años que llevo en este puesto he comprobado que España es uno de los socios más fuertes de la ONU. De hecho, es ya la séptima vez que estoy en este país en dos años.
Creo que los ciudadanos españoles apreciamos enormemente el multilateralismo de la UE y de la ONU porque representan la democracia para un país que careció de ella hasta hace bien poco. Ésa es exactamente la razón por la cual España lidera la Alianza de Civilizaciones, que gana apoyos cada día en la comunidad internacional. Ustedes tuvieron una trágica guerra civil y superaron las diferencias de opinión. También supieron erradicar la intolerancia y promover un mejor entendimiento y conocimiento de las diferentes culturas. Y eso es lo que se necesita en gran medida en este momento de conflictos y de desafíos.
La tendencia general es la de recortar la ayuda. ¿Qué opinión le merece el hecho de que ninguna de las grandes potencias económicas cumpla con el 0,7%? Estoy advirtiendo contra la tendencia general al recorte. Se deben respetar los compromisos, e incluso acelerarse y acrecentarse. Un buen número de países europeos, y particularmente los nórdicos, están haciendo grandes progresos para llegar al 0,7%. España, como he dicho antes, está haciendo el mayor de los progresos. Y espero que otros le imiten. Pero hay importantes países, como Estados Unidos, como Japón..., sí, que están lejos del objetivo.
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