El 'rock' de la fábrica
En el cementerio del canon, Thomas Bayrle (Berlín, 1937) está virtualmente por encima del afecto de los historiadores. Pocos años después de la caída del muro, la editorial berlinesa Dumont/Yale publicó las tablas de la ley del arte alemán en el que cabían todos los pecadores y arrepentidos, desde Beckmann hasta Richter. Nadie tiró la primera piedra, sólo Thomas Bayrle. Resulta instructivo que se haya escapado por los pelos. Sólo hay que esperar que nadie cometa la insensatez de restaurarlo. Perdería su carácter extraño y vacilante. De la plena oscuridad de la neurótica historia a la reviviscencia del luminoso limbo del Macba, su trabajo aparece ahora como una larga nota al pie de la exuberante y exacta creación germana. Lo que hace singular su obra es su modestia, que avanza especialmente durante las décadas de los sesenta y setenta hacia una fecunda suspicacia en cuestiones de representación. Aunque su obra navega en la estela del pop más genuinamente europeo, poco o nada hay en sus pinturas, dibujos y esculturas de cartón del realismo capitalista de Richter, Polke o Lueg, autores con un sentido más profundo de la historia y sus traumas.
Thomas Bayrle
Diría que ya no estamos en Kansas
Joan Rabascall
Producción, 1964-1982
Macba. Plaça dels Àngels, s/n. Barcelona
Hasta el 19 de abril
Conscientemente, Bayrle ha encarrilado el diseño -primero manual, después computerizado- por los rieles de la creación plástica hasta adecuarlo a su traje. Así, no resulta extraño lo que cuenta sobre su experiencia, durante los años cincuenta, como aprendiz en una fábrica textil, fascinado por el rhythm and blues de los motores de las pesadas máquinas, la cadencia frenética del rock and roll de las grapas metálicas en los cinturones de cuero o los ritmos básicos de las cintas transportadoras, telares e imprentas. Como un acto de supervivencia al aburrimiento, la cabeza de Bayrle pasaba del infierno de la fábrica al canto repetitivo de los monjes. Aquella identificación casi tántrica se muestra leve pero orgullosa en la fecundidad de sus dibujos de arquitecturas oníricas y collages fotográficos, con crucifixiones y órganos sexuales superpuestos y repetidos a la manera sadeana, y donde Muybridge y el Chaplin de Tiempos modernos son sus recodificadores.
Su visión del efecto desconcertante -y vacío- de la populosa turbulencia de las grandes urbes orientales, especialmente Tokio, y del tejido de las autopistas alemanas es la de un naturalista obsesivo, con una fe sólida en una realidad que necesita desmenuzar y recomponer de nuevo en su mente como una revelación autobiográfica. La retrospectiva de más de trescientas obras reunidas en el Macba se presenta bajo el título Diría que ya no estamos en Kansas; son las palabras que Dorothy Gale (El Mago de Oz) le dice a su perro Totó tras haber sido arrastrados por un tornado hacia "un lugar bajo el Arco Iris". Desde ese centro de un desierto secreto se puede pensar en el diseño (y sus lugares) como una remuneración inmortal desde el cielo y el infierno de los telares, una reconfortante invención de la imaginación humana.
En la misma planta del Macba, descubrimos los inéditos de Joan Rabascall (1935), resumen de su producción durante los años de exilio en París (1964-1982). Sus collages, emulsiones fotográficas sobre tela e instalaciones obligan al espectador a buscar el motivo inicial que lleva a un artista a inventar metáforas, a encontrarse en otro lugar. El caso del barcelonés es el de un autor que critica desde la contención y sencillez formal la sociedad del consumo como contrapunto a la fascinación por el objeto industrial del pop americano. Comparar su obra con la de Bayrle es exacto y estimulante, pero si la confrontamos con la de algunos artistas del conceptual catalán, del Independent Group o de los Nouveaux Réalistes, resulta poco consistente. A su favor mantiene una dignidad estética que resulta hoy muy valiosa como crítica a la incontinencia de muchos neodadaístas. Cuestión de ritmos.
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