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Columna
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Aprendiendo de Bollywood

Vicente Molina Foix

Ésta es una semana muy india en Madrid, y no porque se estrene hoy, como en el resto de España, la película Slumdog millionaire, una vez más no traducida al castellano para su distribución, con la pereza que impera en nuestro comercio cinematográfico, y que llega al extremo de poner como título principal de El lector -basada en la de ese modo muy conocida y leída novela de Schlink- The reader, que ni siquiera es, naturalmente, el original del libro alemán.

Slumdog Millionaire, la película de Danny Boyle, es una comedia simplona y dulzona que trata de sacar provecho de un cliché y una moda. El cliché es el de la miseria de los slums o barriadas pobres de las grandes ciudades asiáticas, en este caso la de una de las más desfavorecidas de Bombay, la megaciudad ahora llamada Mumbai. Y la moda es la de Bollywood, el subgénero dramático-musical localizado en los estudios de esa capital del oeste indio y ahora muy diseminado por otros grandes centros fílmicos donde se rueda en las diversas lenguas de aquel inmenso país.

Es difícil hablar de la realidad en India, y no por falta de ella, sino por exceso

Lo que sucede es que Boyle (que ha hecho alguna muy buena película, como 28 días después, y alguna malísima, como La playa), imita hollywoodianamente a Bollywood, faltándole para igualar esos monumentos de ordinariez desmelenada el atrevimiento, la base real y la gracia, tanto cómica como espirituosa. Incluso la escena en la estación que cierra Slumdog millionaire y se presenta como una imitación literal carece de picardía, algo que sí tenía, por cierto, el primer intento occidental (que yo sepa) de homenaje a Bollywood, el que hizo Pedro Almodóvar en el estupendo número musical carcelario de Tacones lejanos, con Bibiana Fernández de cheer leader.

Es difícil hablar de lo real en la India, y no por falta, sino por exceso. No conozco ningún otro país del mundo con tal abundancia de realidad. A España nos llega poca, y generalmente no la mejor, pero ahora Madrid dispone de la posibilidad excepcional de que el curioso conozca a través de sus artes un segmento muy revelador de lo que podríamos llamar lo real hindú. El desembarco más vistoso de la plástica india contemporánea está en Arco, abierto al público desde este viernes hasta el lunes 16 en los pabellones 6, 8 y 10 de Ifema. (Un apunte marginal de carácter psicológico: ¿actúan los terroristas sincronizados, o es la hoja de ruta de sus crímenes tan vacua y tan quebrada como sus razones? Lo digo porque el último coche bomba de ETA estalló el lunes en este mismo parque ferial del Campo de las Naciones donde el miércoles se inauguró la feria de arte que tiene de invitada preferente a la India, castigada a fines de noviembre, como se recordará, con los terribles atentados mortales en el centro de Bombay). Pero no sólo en Arco. Con más duración temporal, y en registros distintos, se puede ver en Madrid el complemento de una estupenda exposición, Cultura popular india... y más allá, en las salas que la Comunidad tiene en Alcalá, 31, así como un programa de vídeos de autor en La Casa Encendida, que ya tuvo en los últimos meses de 2008 un adelanto de la plástica india reciente, con algunos nombres que vuelven a estar estos días entre los expositores del Campo de las Naciones.

Ahora bien, el visitante que acuda a cualquiera de estas muestras confiado en ver la indianidad del arte indio moderno puede sufrir un vuelco si su corazón está ansioso de exotismo. Los mejores artistas presentes en los stands y en las galerías hacen una pintura, una escultura y una fotografía que podría ser la de cualquier otro contemporáneo que trabaja en Berlín, en Nueva York o en Valencia. Como señala Eva Fernández del Campo en su documentado ensayo A vueltas con la Madre India, publicado en el número de febrero de la Revista de Occidente, desde los años 1990 la punta de lanza del arte indio se integró en el mainstream internacional, a la vez que también algunas de sus figuras centrales reflejaban en sus obras los trasfondos feministas y gay que tanto han enriquecido nuestra mirada actual. Sin embargo, en la desafiante frontalidad de los homosexuales, hombres y mujeres, que fotografía en la calle Sunil Gupta, en las instalaciones políticas y en los bellísimos fotomontajes íntimos de Vivan Sundaram, en la amenazadora cama de grifos de Anandajit Ray, en las mímesis de diosas tradicionales realizadas por Pushpamala N. y Clare Arni, o en las extraordinarias fotos catalépticas de Tejal Shah, hay algo que sólo puede ser de la India: una vulgaridad sublimada, una mixtura de lo sagrado y lo profano, lo sentimental y lo grotesco, que está muy cerca, pienso, de la "contradicción yuxtapuesta" defendida en los años 1970 por Robert Venturi, el tan influyente autor de Aprendiendo de Las Vegas. Si Venturi pedía para la arquitectura la variación y el contraste, lo que él llamaba "un tratamiento de shocks" en la forma, en el color y el diseño, tal vez hoy también sea posible para el arte occidental extraer de la raíz de Bollywood la piedra de una locura formal convulsiva y liberadora.

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