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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La soledad montserratina

Enero y febrero son los meses más solitarios de la montaña de Montserrat, el principal parque urbano de Barcelona. Cada año la visitan 2,3 millones de personas, pero al iniciarse el año, desde después de Reyes hasta, más o menos, San José, caen las visitas de modo drástico. La media de enero o febrero se sitúa en torno a los 80.000 visitantes cada mes. Pero eso era antes del cierre por desprendimientos. Este año en enero no se han superado los 15.000. Así que, por ejemplo ayer, pasear por la plaza del monasterio era un placer: el día era luminoso y la temperatura, espléndida. Había gente, pero no en forma de plaga posmoderna: el turismo de masas. Para oír cantar a la Escolanía se podía incluso elegir plaza de asiento. Sólo había cola (más bien colita) en la degustación de licores y galletas a cargo de algún grupo de la tercera edad. Los jubilados eran, casi, los únicos nacionales en la montaña. Predominaban, muy claramente, los extranjeros: alemanes de Friburgo, ingleses de Norwich, italianos de toda la península berlusconiana, rusos... Ningún extranjero había oído hablar de desprendimientos ni de cortes en las carreteras. Ellos iban a oír el Virolai, a fotografiar a los cantores, a visitar a la Virgen que es "Estrella de Oriente de los españoles", según la letra de Jacint Verdaguer.

En enero de 2008 visitaron Montserrat 80.000 personas; este año, sólo 15.000

La soledad de que goza la montaña se debe a que está cerrada a los visitantes que pretendan llegar por carretera o con el cremallera. Sólo se puede acceder con el viejo (tiene 80 años) teleférico: el aéreo que acepta hasta 35 personas por trayecto. A lo sumo, 800 diarias.

Ayer cayó una piedra desde los taludes laterales de la carretera de la Maçana. 12.000 kilos. Apenas una chinita en comparación con las 2.500 toneladas que cayeron a finales del pasado diciembre. Unos desprendimientos que hicieron que el patronato que gobierna la montaña se tomara el asunto muy en serio, explica su máximo dirigente ejecutivo, Jordi López. "La montaña es vieja y está compuesta por aglomerados y arcillas. La lluvia descalza piezas y causa desprendimientos. La primera preocupación es la seguridad".

Tras aquellos grandes desprendimientos se procedió a barrenar los elementos inestables y a fijar otros con bolones (una especie de grandes clavos que se usan también en túneles y grandes obras). La pieza que se desplazó ayer, aunque aparatosa, no es del mismo tipo que las que cayeron en diciembre: por la noche estaba eliminada y hoy se abrirá la carretera parcialmente al tráfico: de 7.00 a 22.00. Sólo en fines de semana. El cremallera tardará más en recuperarse, pero todo estará listo, sostiene Antoni Roca, del Instituto Geológico de Cataluña, el mes que viene, cuando además de los bolones se hayan instalado las "barreras dinámicas": grandes redes que se aprecian en no pocas pendientes inestables.

Para quienes interpretan el mundo como una regularidad en la que hay excepciones positivas llamadas milagros, ahí hay uno: el cierre de la montaña se ha producido en los meses con menos visitantes y se reabre al público cuando aflora la demanda. Es cierto que se trata de un milagro desde una perspectiva neocapitalista, pero algún punto de vista hay que adoptar.

Por cierto, que el pasado 11 de enero visitó Montserrat el presidente del Congreso de los Diputados, José Bono, socialista y sin embargo católico, o sea que cree en milagros. La carretera estaba cerrada, pero rogó y rogó y su fe movió la montaña: la carretera se abrió para él. "Por motivos de seguridad", explicaron fuentes del patronato, que pretenden que el aéreo es menos seguro que el coche, contra todas las estadísticas del mundo y de parte del extranjero.

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