Barroco de sangre y oro
Ouro Preto, en Brasil, una ciudad que resume el atractivo de la Estrada Real
Minas Gerais es muy distinta del resto de Brasil. La Sierra de Espinhaço atraviesa el Estado como la espina dorsal de un raro ser de leyenda perdida. Reserva de la biosfera, separa tres regiones de una gran biodiversidad: la Mata Atlántica, la Caatinga y el Cerrado. Viajo en un avión madrugador desde São Paulo hasta Belo Horizonte. Nos acompaña Leo Oliveira, gran amigo de esta tierra, inquieto y lleno de humor. Planificada siguiendo los modelos de París y Washington, Belo Horizonte es una capital moderna, fundada en 1897, la cuarta ciudad del país. Primeramente vamos a Pampulha, construida en los años cuarenta, bajo el mandato de Juscelino Kubitschek (JK en Brasil), en ese momento prefecto de Belo Horizonte, presidente de la República después.
Apostó por un joven arquitecto, Niemeyer, sembrando de hermosos edificios este Estado, hasta recibir su gran encargo, en 1955: la construcción de Brasilia. En Pampulha, alrededor de un armónico lago artificial, encontramos la iglesia de San Francisco de Asís, ondulada en su perfil como las montañas circundantes, innovadoras curvas frente a las líneas rectas que predominaban en la arquitectura de su época. Portinari y Burle Marx completan el triunvirato de artistas de este conjunto que me atrapa sin remisión. La mañana se agota de manera deliciosa, y por la tarde recorremos Belo Horizonte. Más Neimeyer de primera época que sigue deslumbrando: poesía de hormciones, como el edificio que lleva su nombre.
Al día siguiente partimos a ciudades cercanas a Belo Horizonte que son patrimonio de la humanidad: Congonhas, Ouro Preto, Tiradentes. Forman parte de la llamada Estrada Real, una especie de Camino de Santiago brasileño, aunque de muy distinta peregrinación, nada mística y muy pragmática: la extracción del oro y los diamantes. Sirvió de medio para la difusión de Inconfidencia Mineira, el más importante movimiento de protesta contra la corona portuguesa, liderado, entre otros, por el famoso Tiradentes.
Placeres gastronómicos
Camino de bandeirantes, de esclavos e indios, de tropas y frailes, la Estrada Real también recoge en sus sendas una historia condensada de buenos fogones mineros. Mezde buenos fogones mineros. Mezclando tradiciones, hasta formar una auténtica cocina de fusión, integra la usanza culinaria portuguesa con formas indígenas de alimentación y recetas africanas. Al calor del fuego improvisado surgieron platos suculentos: feijão tropeiro, el virado, el bambá de couve, el frango ao molho pardo, la costelinha con ora-pro-nobis, toda una serie de manjares que en nuestro viaje degustamos. Ya en Ouro Preto, comemos en La Casa del Ouvidor, un auténtico festín.
Ouro Preto, rebautizada así Vila Rica en 1823, es la antigua capital del Estado minero. Bellísima y abrupta, se muestra mientras llegamos por un camino lleno de recodos, cuestas y ondulaciones imposibles. Fundada por paulistas buscadores de oro, la noche de San Juan de 1698, cerca del extravagante Pico Itacolom, debe su nombre, Oro Negro, al encontrado en esta zona, envuelto en óxido de hierro. Sobresalen entre la vegetación verde esmeralda iglesias fabulosas, edificios robustos, blanco y piedra, rectas solemnes que delinean el horizonte, curvas graciosas que sobresalen en la decoración, remitiéndome al Portugal norteño de mi infancia. Recorremos una sucesión de cuestas difíciles, de calles tortuosas, menos mal que vamos provistos de calzado cómodo. Trece iglesias monumentales, de altares cubiertos de oro, con esculturas magníficas, hablan de la fiebre de la ostentación y del lujo pasado. Sobresalen la del Carmen, la del Rosario, la de Santa Ifigenia, construida por los esclavos para su propia devoción, ligada a la leyenda de Chico Rei.Desde 1700 hasta 1770, la producción de oro brasileño fue tan extraordinaria que alcanzó unas cifras nunca vistas anteriormente, pero fue dilapidada de forma tan escandalosa que trastornó a todos sus habitantes, devorados por las ganancias: se abandonó el campo, las industrias, todo. Oro y sangre pueblan sus caminos. La Guerra de los Emboabas, entre portugueses y paulistas (blancos nacidos en Brasil, que llegaban de São Paulo), sucedida en estas calles, terminó de manera sangrienta, engullido por el fuego el arrabal de los paulistas, hoy llamado Morro da Queimada. El gran escultor Aleijadinho, nacido en Ouro Preto, dejó su impronta en la fastuosa iglesia de San Francisco de Asís y en el chafariz o fuente del Palacio de los Gobernadores. Oro e insurrección, la ciudad bajo su calma aparente exhuma una atmósfera trágica y novelesca.
Nuestra ruta continúa en Tiradentes, escenario de numerosos episodios de la Inconfidencia Mineira. Fue poblada a partir de 1702. El tiempo parece detenido en sus calles, cuyas casas misteriosamente sólo tienen un número impar de ventanas, una arquitectura sencilla y elegante en las fachadas, mientras los edificios civiles muestran su lujo interior de barroca policromía. Callejeamos por otra ciudad de piedra y cuestas, de multitud de tiendas y restaurantes estupendos. Mucha gente de Río viene a pasar días de descanso a Tiradentes, y se nota ese chic. Visitamos capillas e iglesias antes de almorzar; no nos perdemos el Chafariz de São José o la Matriz de Santo António. La Casa del Padre Toledo, otro personaje de esta historia de rebeliones, me hace recordar que Tiradentes fue decapitado y descuartizado, mientras otros cabecillas de la revuelta sólo fueron expulsados del país. Como hay tiempo, Congonhas es nuestra parada siguiente, y es un placer de otra época viajar en el tren María Fumaça, entre Tiradentes y São João del Rei.
Rústicas y acomodadas, estas ciudades que brillaron como el oro de sus minas conocieron una época deslumbrante y terrible en la lucha por conquistar las tierras auríferas, fueron testigos del despilfarro y la fiebre, de la belleza y la muerte, de rebeldía e insumisión, pero con la decadencia del oro volvieron a sumirse en el ruralismo, bajo una apariencia de inercia. Sobrevuela por esta geografía fascinante una férrea voluntad de seguir y domeñar la tierra. Hay una gracia lusitana e introvertida en sus gentes amables, un sentido africano de la alegría de vivir, un apego nativo de fusión con la naturaleza, cierto donaire esculpido por la tenacidad y el riesgo, poseído por unas contradicciones que hacen de éste un lugar donde no se cansa una de volver.
» Beatriz Hernanz (Pontevedra, 1963) es autora del libro de poemas La piel de las palabras.
Guía
Cómo ir
» La aerolínea portuguesa TAP (www.flytap.com) ofrece vuelos, vía Lisboa, a Belo Horizonte, la capital del Estado brasileño de Minas Gerais. Un billete de ida y vuelta desde Madrid tiene un precio final de 920 euros.
» Vivencia Andina (915 48 71 90; ww.vivenciaandina.com),
agencia especializada en Suramérica, incluye Minas Gerais entre sus viajes a Brasil, con precios que parten de unos 1.500 euros.
Información
» www.descubraminas.com
» Turismo de Brasil (www.braziltour.com).
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