Skanderbeg en Barcelona: un reencuentro
Decía María Zambrano que junto al tiempo y el espacio exterior fluyen, con ritmos distintos, el tiempo y el espacio interior, aquel que une el presente del pasado, o la memoria, con el presente del futuro, o la esperanza. Y si en cada persona este tiempo es personal e intransferible, también lo es aquel por el que transcurre la Historia y la memoria y esperanza colectiva de los pueblos: no todo lo que pasa pasa, ni pasa igual, sino que permanece, pasado presente en el imaginario colectivo que define una cultura, un nosotros y la voluntad de serlo hacia el futuro.
Rara vez se encuentran los tiempos interiores ni los imaginarios colectivos: de alguna manera precisamente por ello son nuestros y no de otros. Rara, y por ello excepcional; pues si en aquello que ha definido un yo o un nosotros hemos caminado juntos un día, de alguna manera compartimos un nosotros común.
Tan españoles o albaneses son los que se fueron como los que nos quedamos
Si alguna figura define el nosotros común de los albaneses, su voluntad de serlo, tal es sin duda, por encima de ninguna otra, la de Gjerj Kastriot, Skanderbeg, su lucha y su gesta por la libertad de los albaneses frente a la invasión otomana pasado siempre presente en su imaginario colectivo. Gesta de quien, hijo del señor de Kruja, fue enviado, como los de los demás señores balcánicos sometidos al dominio otomano tras la batalla del Campo de los Mirlos (Kosovo, 1389), en garantía de fidelidad a la Corte otomana, de cuyo ejército llegó a ser general. Un general que, tras la derrota de los otomanos frente a los húngaros, reconquistó Kruja en 1442, retomó la fe católica y constituyó en 1444 la Liga de Lezha, por la que los señores feudales albaneses se unieron bajo su liderazgo para liberarse del yugo otomano. Una libertad mantenida hasta su muerte en 1469 y perdida en los 10 años siguientes a ella. Una libertad defendida tanto con la espada como con la palabra, con la diplomacia. Con la alianza estratégica que estableció con Alfonso el Magnánimo.
Si Skanderbeg fue también para toda Europa el símbolo de una cristiandad resistente frente al embate otomano, para Alfonso el Magnánimo su alianza con él fue uno de los elementos decisivos para hacer que para los cristianos el Mediterráneo siguiera siendo el Mare Nostrum, a través de una estrategia desarrollada en una triple dirección: la defensa de Albania y la península de Morea a través de tratados de asistencia militar y económica a sus príncipes a cambio de su vasallaje, y la contribución a la defensa de Constantinopla. Tras el Tratado de Gaeta, suscrito entre Alfonso y Skanderbeg en 1452, tropas catalanas al mando de Bernat Vaquer se instalarán en Kruja, a partir de lo que se extiende la protección de Alfonso a los territorios habitados por los albaneses, adonde envía a Ramon d'Ortafà como virrey de Albania para acompañar y sostener la lucha de Skanderbeg. La política del Magnánimo responde a ese anhelo profundo que llevó a la expansión mediterránea de la Corona de Aragón: un anhelo que llevó a las cuatro barras a ondear en la Acrópolis tras la gesta de los almogávares. Un anhelo que se incorporará después como componente esencial de la vocación exterior de España, desde Lepanto al alumbramiento del nuestros días del Proceso de Barcelona, que por primera vez ha vuelto a hacer nuestro -aglutinado en un único foro a todos los estados y pueblos que vivimos en él- el Mare Nostrum. Un anhelo elemento esencial de nuestro imaginario colectivo.
Si raras son las veces en que los imaginarios colectivos se encuentran en sus presencias, más extraordinarias lo son aquellas en que se encuentran en sus ausencias. Como aquellas de las que nos hablan las historias paralelas de los arberesh y los sefardíes. Pues si todos conocemos a Fernando el Católico como el expulsor de los sefardíes tras la conquista de Granada -parte de los cuales fueron acogidos en Albania como parte del Imperio Otomano-, ¿quién imagina que para los albaneses lo es como el acogedor de los arberesh, aquellos que cruzaron el estrecho de Otranto y se establecieron en varias poblaciones de Sicilia y Calabria, donde todavía hoy conservan su idioma -el albanés del siglo XV-, tradiciones y costumbres?
Historias de ausencias y de presencias; de los sefardíes y de los arberesh, sí, pero también de España sin Sefarad y Albania sin Arbería; de España en Sefarad y de Albania en Arbería. Pues tan españoles o albaneses son los que se fueron como los que nos quedamos, y ninguno de nuestros nosotros -los de los que se fueron y los de los que se quedaron- puede serlo del todo sin encontrarse con el otro.
¿Cuál es para cada uno el significado del mito del otro? Conocer la perspectiva del otro es conocerse mejor a sí mismo. Para encontrarnos con ellos, con los que convivimos un día, con quienes cinco siglos después han mantenido como lengua el español o el albanés que hablaban sus antepasados al partir; para extraer lecciones de la historia paralela de estas ausencias y para conocer mejor ese encuentro en la Historia que significó la alianza estratégica entre Skanderbeg y Alfonso el Magnánimo, la Embajada de España en Albania organizó el 20 de noviembre, con el apoyo del Ayuntamiento de Barcelona y Casa Sefarad, la jornada internacional Arbería-Sefarad: en el espejo del otro, que ha abordado ambas cuestiones en sendas mesas redondas - incluyendo la presentación de los documentos sobre la relación entre Skanderbeg y el Magnánimo conservados en el Archivo de la Corona de Aragón- y ha ofrecido al público albanés una exposición sobre la presencia sefardí en los Balcanes y le ha transportado en el tiempo a Sefarad y Arbería a través del concierto de música sefardí y arberesh ofrecido por el grupo Mashalá.
Tal vez esa mirada juntos hacia atrás para caminar hacia delante contribuya a darnos claves del valor simbólico de la elección de Barcelona como sede del Secretariado de la Unión por el Mediterráneo y de la cooperación de España en el desarrollo de la proyección mediterránea de Albania, que resultó decisiva para su ingreso en el Proceso de Barcelona en noviembre de 2007 y le ha llevado a ser el primer país en hacer público, el pasado 17 de septiembre, su apoyo a la candidatura de la ciudad condal.
Manuel Montobbio es embajador de España en Albania
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