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La precampaña del 1-M
Columna
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Regeneración democrática

En una reciente entrevista concedida a este diario, el presidente de la Xunta mostraba su preocupación y su repugnancia por la pervivencia del clientelismo político en nuestra sociedad. Sólo cabe esperar que Touriño recuerde las palabras que en 1787 escribió Goethe en su Ifigenia en Táuride: "El mejor de los hombres termina por acostumbrarse a la crueldad y acaba haciendo ley de aquello que aborrece, hasta el punto de que por la fuerza de la costumbre se vuelve duro y casi irreconocible".

Conviene recordar estas referencias porque cada día abundan más los gobernantes cuya prioridad absoluta consiste en mantenerse indefinidamente en el poder, objetivo al que supeditan todo lo demás. Esta concepción que se ha instalado en nuestra vida pública, al confundir la acción de gobierno con la mera ocupación del poder, suele tener devastadoras consecuencias para el país. Cuando tal cosa ocurre, los intereses de partido prevalecen siempre sobre el interés general, las encuestas sustituyen a los programas, la información sucumbe ante la propaganda, el debate democrático se reduce a la alineación mecánica de posiciones y un amplio repertorio de improperios y descalificaciones ahoga cualquier razonamiento político.

Incapaz de asumir riesgos, el bipartito se ha instalado en la rutina y ha cedido a los poderes tradicionales

Todos estos síntomas se habían manifestado con inusitada fuerza durante el largo mandato de los gobiernos conservadores presididos por Manuel Fraga y, lamentablemente, muchos de ellos no han desaparecido con el cambio de gobierno producido en las últimas elecciones autonómicas. En efecto, el actual Gobierno de Galicia ha ignorado algunas de los principales compromisos que le llevaron al poder y ha defraudado las expectativas de cambio que se habían generado después de tres lustros de asfixiante hegemonía conservadora, frustrando así muchas de las esperanzas que había despertado su triunfo electoral hace cuatro años.

Incapaz de asumir el más mínimo riesgo, la nueva mayoría que dirige la política gallega se ha instalado en la rutina, ha reducido la política a la simple gestión, ha cedido en más ocasiones de las deseadas a las presiones ejercidas por los poderes tradicionales y, como consecuencia de todo ello, las necesarias reformas estructurales han cedido terreno ante la reedición de políticas clientelares diseñadas en función de los intereses electorales del gobierno a corto plazo.

Especialmente grave ha sido el abandono del programa de regeneración democrática sin que exista justificación alguna para haber postergado lo que era una perentoria necesidad y una inequívoca demanda social. Efectivamente, el Parlamento, pese a ciertas mejoras en su funcionamiento, sigue siendo una institución subalterna e irrelevante para la opinión pública. Algo especialmente preocupante si se considera que la Cámara parlamentaria es el único espacio en el que pueden confrontarse las diferentes opciones políticas y la oposición controlar al Ejecutivo.

Igualmente negativo es el intento de hacerse con el control del aparato ideológico, algo que adquiere la máxima relevancia en la sociedad de la información y el conocimiento. La expresión más acabada de este modelo se encuentra en el dominio de los medios de comunicación públicos y privados, con el fin de colocar al Gobierno a salvo de las críticas y el control de la sociedad. Tampoco se explica fácilmente que la Xunta siga utilizando la publicidad institucional de forma grosera en lugar de reducirla a la exigencia de servicio público, tal como había prometido.

Así pues, si el Gobierno revalida su mandato, como parece, está obligado a iniciar sin más dilaciones ni justificaciones el cambio prometido. Para ello debe modificar radicalmente su relación con la sociedad, activar todos los mecanismos de control del poder, revitalizar el funcionamiento de las instituciones democráticas, en primer lugar del Parlamento, y demostrar que Radio Galega y TVG, aun reconociendo las indiscutibles mejoras impulsadas por su directivos y trabajadores, han dejado de ser instrumentos gubernamentales para transformarse, ¡por fin!, en medios de comunicación públicos, tal como desean sus profesionales y demandan la opinión pública y la democracia.

Se trata de poner en práctica el programa de regeneración democrática que socialistas y nacionalistas ya habían enarbolado como seña de identidad en la pasada campaña electoral. Ni más ni menos.

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